Al abrigo del Montseny
Les Magnòlies, la mesa como devoción
Hemos estado en Les Magnòlies. La casa sigue bella, muy bella. Mantiene la serenidad elegante de siempre. La cocina se ha asentado. Ha ganado carácter y ha perdido caprichosidad. La propuesta es ahora más sólida y comprometida, más sabia culinariamente. Siendo moderna no traspasa las líneas de la veleidad. Y eso, en un mundo pleno de despropósitos, es importante. Importando, claro está, para la gente que ama la cocina como propuesta de sabor y sensualidad.
El chef que hoy lleva la cocina de la casa es Xavier Franco, un cocinero que siempre nos ha complacido. Su actitud manifiesta claridad y convicción. Evidencia disposición y propósito. Pocos cocineros muestran su obra con tanta destreza y encanto. Rigor y precisión como a base de una cocina bella, concisa y profundamente familiar. Es una obra que pertenece al privativo mundo de las emociones, una cocina en la que la franja entre el fondo y la forma es tan frágil que parece inexistente.
Xavier se incorporó al proyecto gastronómico de esta admirable casa hace 18 meses. La casa tiene buena pinta. La sala es clara y señorial. Isidre Fradera y Roser Gumà comparten la dirección de la casa. Su hija Neus atiende la sala con amabilidad junto a Isidre.
Xavier nos propuso el menú gastronómico. No faltaron las sabateres, ous de reig y ceps de la comarca. Una royal de brócoli, delicadísima como todas las royals bien hechas, que son difíciles de encontrar.
Huevo con crema de alcachofas, mojama y torreznos de Duroc, sobriedad y elegancia trabajadas con miramiento. Rubio asado en suquet con rebozuelos y ajos confitados, nobleza y precisión al mismo tiempo. Canelón de pato asado con peras y piñones, exquisito, sencillo y congenial. Un cabrito al ast con salsifís que se funde y enamora. Helado de leche de oveja, eneldo y crujiente de leche, y más... En suma, cocina elocuente que trae la más amena de las añoranzas. Después de eso se comprende que la devoción en la mesa sea la más comprensible y humana de las devociones.