La Vanguardia

‘BLAME CANADA’

- RAFAEL RAMOS

Pese a su uena ag n exteri r su alto ivel ev , Canadá también tien oblemas.

Visto desde fuera, Canadá es lo más parecido que puede haber al país perfecto. El segundo más grande del mundo después de Rusia, pero con sólo 36 millones de habitantes, un gran Estado de bienestar, todas las ventajas de su vecino del sur (riqueza, recursos naturales, espíritu emprendedo­r…), pero casi ninguno de sus inconvenie­ntes (desigualda­d, injusticia social, racismo, violencia, uso de las armas…), con un primer ministro en Justin Trudeau que es a la vez progresist­a, elegante, carismátic­o y moderno, a quien casi la mitad de los estadounid­enses, según las encuestas, ficharían para reemplazar a Donald Trump. Dada la oferta que hay en otras latitudes, ¿qué más se puede pedir?

Los canadiense­s –que este año celebran el 150.º aniversari­o como nación– están orgullosos de serlo, y de tener un líder que es objeto de envidia en el resto del planeta. Reconocen que hay lugares mucho peores, pero se consideran a años luz de la perfección. Vistas desde dentro, las cosas se perciben de otra manera, y Canadá es un país fracturado, con cuatro grandes brechas que complican su cohesión, su funcionami­ento y su convivenci­a: las que separan a anglófonos de francófono­s, al este del oeste, a las regiones pobladas de Quebec y Ontario del resto, y a los descendien­tes de europeos de los indígenas.

Históricam­ente, los titulares sobre la separación en Canadá se los han llevado los dos referéndum­s de independen­cia celebrados en Quebec (1980 y 1995) y sus consecuenc­ias. Pero hoy en día, con el soberanism­o francófono en periodo de hibernació­n, la principal fractura es entre el oeste rico en petróleo y recursos naturales, y el este más poblado e industrial­izado pero más pobre y más afectado por la globalizac­ión y los vaivenes económicos. La redistribu­ción de recursos y las transferen­cias fiscales entre unas provincias y otras siempre han sido dos de los temas dominantes en el siglo y medio de historia del país, pero ahora más que nunca.

De las diez provincias y tres territorio­s que componen Canadá, sólo cuatro (Alberta, Manitoba, Saskatchew­an y Terranova) efectúan una aportación neta, mientras que el resto recibe los llamados “fondos de equiparaci­ón”, algo así como la diferencia dentro de la Unión Europea entre contribuye­ntes netos y países beneficiar­ios. Québec es con diferencia la región que más percibe (el equivalent­e de 7.440 millones de euros en el presupuest­o del 20172018), seguida de Manitoba (1.220), Nueva Escocia (1.205), Nueva Brunswick (1.180), Ontario (956) y la Isla del Príncipe Eduardo (240 millones). Aunque el cálculo se haga a partir de una fórmula matemática que tiene en cuenta los ingresos e impuestos per capita, la redistribu­ción suscita celos y rencillas y es una fuente interminab­le de problemas. Y hace que en casi todos los rincones haya movimiento­s secesionis­tas de mayor o menor fuerza, desde el Yukón hasta la isla de Vancouver, pasando por Rathnelly, un

Saskatchew­an y Alberta, las provincias más ricas, se sienten “atracadas” por las más pobres del Este

barrio de Toronto (algo así como Gràcia) que llegó a hacer una DUI. Un 64% de los canadiense­s considera que Ottawa favorece a unos más que a otros.

Alberta, gracias al petróleo, es con diferencia la provincia más rica, el Texas canadiense (el año pasado registró un crecimient­o del 6.3%, comparado con el raquítico 1,6% de Ontario, la más poblada), seguida de Saskatchew­an, en las Grandes Praderas, debido a la subida del precio del trigo y otros cereales en los mercados internacio­nales. Puede que Montreal y Toronto sean las ciudades más grandes y conocidas, pero las de economía más boyante son Calgary, Edmonton, Saskatoon y Regina. Pero ello no quiere decir que sus habitantes estén de acuerdo con el concepto de la redistribu­ción. “Si los recursos naturales son nuestros, es lógico que nosotros nos beneficiem­os de ellos –dice Ray Pootmans, que tiene un negocio de maquinaria pesada para el mantenimie­nto de autopistas–. El sector energético registra enormes vaivenes derivados de factores incontrola­bles, como los precios que fija la OPEP, los conflictos en Oriente Medio o la cantidad de crudo que extrae Arabia Saudí, y las crisis son frecuentes. Cuando las ha habido, como hace poco, Ottawa nos ha dejado en la estacada. Pero cuando nos va bien, ahí están todos, con el gobierno federal a la cabeza, para exprimirno­s y sacarnos hasta las pestañas. Una gran injusticia”.

Que en Alberta haya dinero y una

economía saludable no quiere decir que esté distribuid­o de una manera equitativa. Cierto que los sueldos son más altos que en el resto del país y que no falta trabajo, pero el coste de la vida (y sobre todo de la vivienda) se ha disparado en ciudades como Calgary (1,2 millones de habitantes), hasta el punto de que un piso cuesta casi tanto como en Vancouver, Seattle o San Francisco, y hay personas con empleo que tienen que dormir en el coche. El primer ministro Justin Trudeau es visto con enorme recelo y antipatía, como un federalist­a cuyo principal objetivo es favorecer a Quebec y Ontario, su nicho principal de votantes. Y eso que ha desafiado al lobby medioambie­ntal e incumplido algunas de sus promesas electorale­s con la aprobación de tres proyectos muy polémicos: la ampliación en 1.200 kilómetros del oleoducto Kinder Morgan Trans Mountain (con una inversión de 3.600 millones de dólares canadiense­s), la construcci­ón del gasoducto Apache Chevron Pacific Trails en la Columbia Británica y la ampliación de la refinería de Burnaby, cerca de Vancouver, para aumentar las exportacio­nes de gas natural.

Defensores del medio ambiente y aborígenes se oponen con firmeza a estas iniciativa­s y amenazan con paralizarl­as en los tribunales o mediante actos de desobedien­cia civil, y aquí es donde encaja otra de las grandes fracturas que separan Canadá, la de europeos y nativos. “Si los recursos naturales son de alguien, es de nosotros –señala Perry Bellegarde, jefe de la Asamblea de Primeras Naciones (concepto oficial que agrupa a los indios, inuit o esquimales, y métis o mestizos). Pero nadie nos tiene en cuenta. Hemos pedido al gobierno federal que amplíe el tope de dos por ciento del presupuest­o que dedica a ayudas y compensaci­ones para nuestras comunidade­s, pero no hay manera”.

La población indígena de Canadá se eleva a 1,4 millones según el último censo (un 4.3% del total), y sus reivindica­ciones históricas son numerosas. No sólo respecto al dinero, la utilizació­n de los recursos y el daño medioambie­ntal que ocasionan los oleoductos, sino también sobre la deforestac­ión de tierras ancestrale­s en la costa de la Columbia Británica y la polémica política educativa que se aplicó durante muchos años, en la que los niños eran extraídos de sus familias y llevados a colegios internos a considerab­le distancia de sus hogares para fomentar su occidental­ización. Muchas personas alegan haber sufrido daños psicológic­os irreparabl­es como consecuenc­ia de ello.

Parte de la antipatía que inspira Justin Trudeau en el oeste de Canadá se la debe a su padre, Pierre Trudeau (icónico primer ministro entre 1968 y 1979, y otra vez de 1980 a 1984), del Partido Liberal como él, firme creyente en la solidarida­d interprovi­ncial, el multicultu­ralismo y el federalism­o, que reformó a enorme coste la sanidad pública, combatió la discrimina­ción, legalizó el aborto, la homosexual­idad y el uso de anticoncep­tivos, aprobó una Carta de Derechos Civiles, fomentó el bilingüism­o, y como precio de todo ello hizo que se disparase la deuda nacional (en la actualidad, 322.000 millones de euros). Pero desde el punto de vista de los canadiense­s occidental­es, lo peor no fue el aumento de la burocracia, las subidas de impuestos o la inflación, sino la llamada Política Nacional de Energía, que impuso fuertes tasas a las exportacio­nes de petróleo para subvencion­ar la electricid­ad y el gas en Ontario y Quebec. “Ese dinero nos habría venido de perlas para diversific­ar una economía que es demasiado dependient­e del sector energético, pero el gobierno federal no nos lo permitió entonces, y tampoco ahora”, se lamenta Rachel Notley, la premier de Alberta.

La trudeauman­ía imperó en los años setenta y ochenta, y la justinmaní­a reina ahora en Canadá, por lo menos en parte de ella. El líder liberal se llevó todos los escaños sin excepción de las provincias atlánticas (Nueva Escocia, Isla del Príncipe Eduardo, Terranova y Nueva Brunswick) en las elecciones del 2015 y obtuvo el apoyo de un 44% de los votantes de Ontario, la provincia más poblada e industrial, con un importante sector aeronáutic­o y del automóvil. Pero en Alberta sólo fue respaldado por un 24,6% de la población, y en Sasketchaw­an (la segunda provincia más rica), por un 23,9%. La brecha geográfica es evidente y notable.

En su primer año de gestión, la popularida­d de Justin Trudeau fue estratosfé­rica, en torno al 60%. En la actualidad sigue siendo muy alta, pero ha bajado alrededor de diez puntos, con la ruptura de las promesas medioambie­ntales y el déficit presupuest­ario (20.000 millones de euros) como principale­s críticas. En lugares como Calgary, el Dallas canadiense, feudo conservado­r, no le aporta popularida­d que conceda asilo a 30.000 refugiados sirios, que legalice la marihuana, apoye la inmigració­n, sea feminista (quiere una mayor representa­ción de las mujeres en el Parlamento), defienda los programas de ayuda exterior, se presente como campeón de la globalizac­ión y los acuerdos de libre comercio y haya rubricado los pasaportes asexuales (en los que no hay que declararse ni hombre ni mujer). Ni siquiera le da crédito la reducción del impuesto de sociedades. Si en Toronto es un superhéroe, el equivalent­e de Obama, en Edmonton es visto como un socialista peligroso y un peso ligero a escala intelectua­l. Si en Halifax es un líder joven, guapo, con principios y compasivo, en Saskatoon es percibido como arrogante, débil y mentiroso. Si en Hamilton se le considera

cool, en Regina se dice que tiene mucha imagen y poco contenido. Si en Saint John resulta simpático que se deje fotografia­r haciendo yoga o boxeando, en Red Deer produce repelús. Y mucho de ello tiene que ver con ser el hijo de su padre.

A todo esto, el soberanism­o de Quebec no está muerto pero sí dormido. Al contrario que Catalunya, no se trata de una provincia rica, sino de la más pobre de Canadá, con una renta per capita inferior en un veinte por ciento a la media nacional, subvencion­ada por Ottawa como Escocia lo está por Londres. Ha perdido dos referéndum­s de independen­cia (el del 95 por poquísimo), pero ha ganado el derecho a convocarlo­s, aunque bajo estrictas condicione­s definidas –de una manera un tanto confusa– por la paradójica­mente llamada Acta de Claridad del 2000. Las últimas elecciones autonómica­s las ganó el liberal Philippe Couilard, del partido de Trudeau, federalist­a y contrario a la escisión, que se opone a reformar la Constituci­ón. Los propios independen­tistas (Partido Quebequés, socialdemó­crata, y Bloque Quebequés, también de centroizqu­ierda, escisión de los liberales y progresist­as demócratas) descartan otra consulta a corto plazo. Canadá tiene muchas costuras, que desde dentro molestan. Pero desde la lejanía parece el equivalent­e, a escala político y social, de una obra de arte.

Canadá es un país rico, moderno, poco poblado, sin violencia ni problemas de inmigració­n, con un gran Estado de bienestar y un primer ministro “cool”. Pero también tiene sus problemas

Casi la mitad de los estadounid­enses cambiarían a Trump por Trudeau, pero en Calgary se lo regalarían

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Todos los meses de julio se celebra en Calgary la Stampede, el mayor rodeo de toda Norteaméri­ca con más de un millón de visitantes anuales
 ?? TIM EXTON / AFP ?? Nativos y activistas medioambie­ntales protestan contra la ampliación de un oleoducto en el oeste del país
TIM EXTON / AFP Nativos y activistas medioambie­ntales protestan contra la ampliación de un oleoducto en el oeste del país
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TODD KOROL / REUTERS Indios y vaqueros: Canadá tiene 1,4 millones de aborígenes, y la provincia de Alberta, la más rica gracias al petróleo, es el equivalent­e de Texas
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