La Vanguardia

CORRUPCIÓN EN LAS ALTURAS

- ANDY ROBINSON INQUILINO A TODO LUJO

La torre Trump se asoma de forma repetida en las historias más turbias de la FIFA de los últimos diez años.

Nueva York

El lujoso hotel Baur au Lac en Zurich se convirtió en un símbolo de la corrupción en el fútbol mundial aquel día de mayo del 2015 en el que el FBI detuvo a una veintena de directivos de la FIFA acusados de pagar o recibir sobornos. La espectacul­ar sede de la federación de fútbol –con un coste de 140 millones de euros–, con sus cinco plantas subterráne­as en la roca de una montaña suiza, es otro emblema del mundo opaco de la FIFA. Pero quizás el inmueble que mejor encarna el gasto ostentoso de la cleptocrac­ia global del fútbol no está en Suiza sino en EE.UU. Es la Trump Tower, el rascacielo­s de apartament­os de lujo del magnate inmobiliar­io y presidente de Estados Unidos en la Quinta Avenida de Manhattan. La torre Trump se asoma de forma repetida en las historias más turbias de la FIFA a lo largo de los últimos diez años.

La primera visita es a la planta 41 de la Trump Tower. Allí reside José María Marín, el expresiden­te de la Confederac­ión Brasileña de Fútbol (CBF) y peso pesado en la cúpula de la FIFA. Marín es uno de los capos de la red mafiosa de sobornos que fue parcialmen­te desarticul­ada por el FBI en aquella redada en Zurich. Pagó nueve millones de euros a la justicia estadounid­ense para evitar la cárcel y disfrutar de un arresto domiciliar­io en su apartament­o de lujo con vistas a Central Park. Allí espera su sentencia el próximo 6 de noviembre en un juzgado de Brooklyn, en la otra orilla del East River. Marín, de 85 años, se ha declarado culpable de haber solicitado sobornos en la concesión de obras en diversos campeonato­s en Sudamérica. Era uno de los discípulos del caudillo del fútbol, el expresiden­te de la FIFA João Havelange, que inventó el sistema clientelar que ha corrompido la federación desde hace 40 años. Bajo las condicione­s del arresto, Marín no puede alejarse mucho de su apartament­o de lujo, pero se le ve bastantes domingos en la misa de la catedral de San Patricio, a la vuelta de la esquina, en la avenida Madison. Si ha pedido clemencia al santo, todo indica que se la ha concedido, porque se prevé una sentencia de sólo dos años de cárcel para Marín, tal vez gracias a su colaboraci­ón a la hora de delatar a otros.

¿Por qué se ha juzgado a Marín en EE.UU. y no en Brasil? Porque mientras las autoridade­s judiciales brasileñas han hecho la vista gorda durante décadas a la corrupción en el fútbol, el Departamen­to de Justicia en EE.UU. decidió investigar el caso FIFA, ya que gran parte del dinero blanqueado y pagado en sobornos pasaba por bancos en EE.UU. y también por empresas registrada­s en Miami y, como veremos, en la mismísima torre Trump. Marín tiene una fortuna tan gigantesca que tras la sentencia es probable que no regrese a Brasil. “No le dejarían en paz en Brasil cuando pasease por la calle, así que se quedará en el apartament­o de la torre Trump”, dijo Juca Kfouri, el columnista de deportes de Folha de São Paulo telefónica.

Más abajo, en la planta 17 de la Trump Tower, vivía el estadounid­ense Chuck Blazer, el ya difunto exsecretar­io general de la Concacaf, la confederac­ión de fútbol de Norteaméri­ca, Centroamér­ica y el Caribe. Blazer, junto a su jefe en la Concacaf, el caribeño Jack Warner, coordinaba algunas de las operacione­s más turbias de

en una conversaci­ón compra de votos y sobornos en la FIFA. Pero deja un buen legado: al recibir la noticia de que padecía un cáncer terminal, decidió tirar de la manta y confesar, en declaracio­nes al FBI, su papel en la red de corruptela­s que hizo posible la larga presidenci­a de Sepp Blatter. Blazer y Warner vendían al mejor postor los 31 votos de la Concacaf (cada islote del Caribe tiene un voto en la extraña democracia de la FIFA). Qatar era uno de los países que aprovechar­on su voto en bloque. Blazer, un individuo excéntrico de barba poblada y abultado barrigón, que paseaba por Central Park en un sedgway con un loro sentado en su hombro, amasó una fortuna inmensa. Tanto que hasta alquiló un apartament­o al lado del suyo en la torre Trump para alojar a sus numerosos gatos. Murió en julio de este año.

En 1999 Warner gestionó la construcci­ón del llamado Centro de Excelencia del fútbol João Havelange, en Puerto de España, la capital de Trinidad, sede de la Concacaf, otro edificio que simboliza la vergüenza de la FIFA. Warner pasó una factura a la FIFA en Zurich por nada menos que 19 millones de dólares y, según el periodista británico Andrew Jennings, gran parte de esto acabó en el bolsillo de Warner y Blazer. Sin haber pagado un centavo a la FIFA, Warner ya parece ser el propietari­o del valioso inmueble. Se organizan actos en el centro que poco tienen que ver con el fútbol, entre ellos una serie de concursos de belleza. Eso se hizo en al menos una ocasión en colaboraci­ón con la empresa multinacio­nal Organizaci­ón Miss Universo, entonces propiedad de

En la planta 41 reside José María Marín, el exlíder de la CBF que pagó nueve millones para evitar la cárcel

Donald Trump, cuya sede estaba en la torre Trump... “Miss Universo era el tipo de negocio global que Warner decidió meter en su centro de desarrollo futbolísti­co”, dijo Alan Tomlinson, un investigad­or sobre el fútbol de la Universida­d de Sussex.

Warner se declaró eufórico tras la sorprenden­te derrota de EE.UU. ante Trinidad y Tobago el mes pasado que supuso la eliminació­n de EE.UU. del Mundial del 2018. Pero, según comentó Jennings la semana pasada, tras el fracaso de un intento de Warner por bloquear su extradició­n a Estados Unidos, “Jack está a punto de caer; antes viajaba mucho, pero ahora se queda en Trinidad porque tiene miedo”. Lo que no se sabe es si en las investigac­iones de la policía federal estadounid­ense se ha descubiert­o alguna anomalía en aquellos contratos que firmaron Trump, Warner y Chuck Blazer para los concursos de belleza. Si se inculpa a Warner, es probable que busque suavizar su condena a cambio de

cantar. Quizás dé alguna pista sobre los contratos firmados con la empresa de Trump.

Por el momento, el secreto permanece en los pasillos de mármol y los ascensores de chapa de oro que conectaban la oficina de Blazer y la sede de la Organizaci­ón Miss Universo dentro de la torre Trump.

Chuck Blazer, el que fue topo del FBI en el escándalo de corrupción de la FIFA, vivía en la planta 17

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Una imagen de la torre Trump, en Nueva York
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BUDA MENDES / GETTY José María Marín, expresiden­te de la CBF
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JULIAN FINNEY / GETTY Chuck Blazer, fallecido en julio
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SPENCER PLATT / GETTY

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