De Sant Jaume a la Independència
Carles Puigdemont se hacía fotos ayer por la tarde señalando el cartel de la plaza de la Independència de Girona. Sonreía acompañado de su esposa, Marcela Topor, seguidos de su inseparable Jami Matamala, confidente y amigo, en el primer día de la Fira de Sant Narcís. Un día en casa. Las jornadas de encierro en el Palau de la Generalitat han hecho mella en el ánimo del president destituido por orden del Gobierno de Mariano Rajoy, pero ayer fue el único miembro de un Govern sin funciones que se dejó ver. Hasta por duplicado.
A mediodía se anunció una declaración institucional “del presidente de la Generalitat de Catalunya”, que sería emitida por TV3 a las 14.30 h. Ni rastro de la ubicación de la declaración en la convocatoria remitida por la Oficina del President, cuyos titulares fueron destituidos la noche del viernes junto al Govern. La puesta en escena fue un ejercicio de malabarismos: Puigdemont no enconaba el choque desde el Palau de la Generalitat, comparecía desde la Delegación de la Generalitat en Girona, pero además lo hacía desde la escalinata exterior, sin entrar en el edificio, con la senyera y la bandera europea a la espalda. El viernes por la tarde, la bandera española había sido retirada de la fachada, al igual que ocurrió con la enseña del Ayuntamiento de Girona, para celebrar la república catalana.
Se grabó con el tiempo suficiente antes de su emisión como para que en Girona alguien diera por bueno que Puigdemont disfruta del don de la ubicuidad. Una cámara de La Sexta lo descubrió en un restaurante de la plaza del Vi con sus amigos mientras aparecía en la pantalla de televisión. Al desconcierto físico se sumó el del contenido: “En una sociedad democrática son los parlamentos los que escogen o cesan a los presidentes”, “nuestra voluntad es continuar trabajando para cumplir los mandatos democráticos”, “la mejor manera de defender las conquistas logradas hasta hoy es la oposición democrática a la aplicación del artículo 155”, “seguiremos trabajando para construir un país libre”...
Si se quiso dar imagen de normalidad con un paseo por las calles del Girona, el contenido mensaje despistó hasta alguno de sus oráculos. “¿Dónde estamos?”.
La Generalitat hizo pública el viernes por la noche la agenda del Govern para el fin de semana. No incluía ningún acto del hasta ahora president y sus consellers. Como si no existieran. Josep Rull se despidió el viernes de los funcionarios de la Conselleria de Territori con “la voluntad de volver como ministro de la república” mañana mismo y ayer se atrevió con un tuit anunciando unas adjudicaciones de obras del día anterior, cuando todavía estaba en el cargo, acompañado del hastag #seguim.
De hecho, numerosos altos cargos y dirigentes de los partidos que integran al Govern estaban alarmados por la ausencia de comunicación. Ni un watsap, en algunos casos... Fundido en negro. “No sabemos nada”.
Ante la ausencia de información sobre la estrategia del president cesado, las especulaciones se habían disparado desde la tarde del viernes. Cesar del cargo y traspasar los poderes a la autodenominada Asamblea de Cargos Electos, convocar elecciones constituyentes... Tras la votación y su alocución en la escalinata del Parlament, Puigdemont volvió al Palau, comió algo y reunió al Consell Executiu. En la calle se celebraba la república catalana a cuenta de la ANC y Òmnium Cultural, y el Govern ya tenía el mandato de la Cámara catalana de poner en marcha la ley de transitoriedad. No se produjo ninguna decisión en esa línea.
Ni decretos para la expedición del DNI catalán, ni regulación para adquirir la nacionalidad catalana, ni régimen de integración de los funcionarios estatales en la Generalitat. No había unanimidad entre los consellers para “asumir tantos riesgos”. El cese de Santi Vila no había tenido réplicas, pero no habían desaparecido las dudas de algunos consellers. Tampoco se podía promover el reconocimiento de la república catalana. Lo que llegaban eran mensajes deslegitimándola desde todos los continentes.
De hecho, se publicaron en el Diari Oficial de la Generalitat de Catalunya ceses en las conselleries de Exteriors, Ensenyament –dirigidas por independientes–, Salut, Justícia y Agricultura, con consellers de ERC al frente. Durante la tarde hubo más despedidas, pendientes de publicación oficial. La república no caminaba, pero el Govern se resentía de la presión del Estado. Ni siquiera el Butlletí Oficial del Parlament de Catalunya había publicado ayer la resolución aprobada.
El Govern sí recibió pasadas las 17.30 h el burofax del Senado comunicando el acuerdo de la Cámara Alta para intervenir el autogobierno catalán. Una hora después salía en el BOE, paso preceptivo para dar luz verde al acuerdo del Consejo de Ministros. En la Moncloa no había debate sobre lo que se debía hacer, sólo sobre el cuándo. Se discutía la fecha más adecuada para convocar elecciones mientras en el Palau se aguardaban decisiones aún más graves. Quizá detenciones, quizás... Desobediencia, prevaricación, rebelión y ahora usurpación de funciones...
El temor a represalias judiciales era evidente no sólo entre los miembros del Govern, también entre altos cargos y diputados. El día de fiesta imaginado se había convertido en un día de preocupación. Cuando a las 20.25 h se anunció la convocatoria de elecciones. La reunión en el Palau se dio por acabada y Puigdemont tomó rumbo a Girona. La fiesta de la república acabó a las 22 h y no hay nueva cita a la vista.
Rajoy había hecho lo más parecido a “un Puigdemont”. Giró de un plumazo el relato. El miércoles por la noche, el todavía president de la Generalitat defendía a capa y espada ante el Govern, el Estado Mayor del proceso, los partidos independentistas e invitados especiales varios la conveniencia de elecciones para evitar “males mayores” y preservar la convivencia civil. Lo volvió a hacer el jueves por la mañana ante el Govern y los diputados de Junts pel Sí. Ordenó redactar el decreto de convocatoria de elecciones para el día 20 de diciembre, pero perdió el control del relato.
Las negociaciones con mediadores llevaban días en marcha con la autorización expresa de Puigdemont. Entre ellos, Santi Vila se había implicado al máximo desde el Govern, y se había avanzando en la primera fase del plan del lehendakari Iñigo Urkullu: un alto el fuego era posible. El débil compromiso pasaba el jueves por la convocatoria de elecciones a cambio de la no aplicación del 155 como paso previo para abrir una vía de diálogo.
Pero las amenazas de dimisiones entre diputados y alcaldes del PDECat y la determinación de ERC de abandonar el Govern hacen que Puigdemont considere imposible la gestión interna. Los diputados habían pasado dos días interviniendo en asambleas por toda Catalunya defendiendo la DUI, así que el giro hacia las elecciones era “materialmente imposible” en unas horas, admiten algunos de los protagonistas de la operación. Se pidió a la Moncloa “un gesto público” para exhibirlo como garantía del freno del 155, pero no hubo respuesta, y un tuit de Xavier García Albiol alentando la intervención acabó de desarmar la operación imposible.
Puigdemont había madurado la idea de las elecciones, pero prefirió caer por la intervención de Madrid antes que por la rebelión interna.
Josep Rull se despidió el viernes de los funcionarios convencido de volver mañana como ministro de la república
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