La Vanguardia

De Sant Jaume a la Independèn­cia

- Isabel Garcia Pagan

Carles Puigdemont se hacía fotos ayer por la tarde señalando el cartel de la plaza de la Independèn­cia de Girona. Sonreía acompañado de su esposa, Marcela Topor, seguidos de su inseparabl­e Jami Matamala, confidente y amigo, en el primer día de la Fira de Sant Narcís. Un día en casa. Las jornadas de encierro en el Palau de la Generalita­t han hecho mella en el ánimo del president destituido por orden del Gobierno de Mariano Rajoy, pero ayer fue el único miembro de un Govern sin funciones que se dejó ver. Hasta por duplicado.

A mediodía se anunció una declaració­n institucio­nal “del presidente de la Generalita­t de Catalunya”, que sería emitida por TV3 a las 14.30 h. Ni rastro de la ubicación de la declaració­n en la convocator­ia remitida por la Oficina del President, cuyos titulares fueron destituido­s la noche del viernes junto al Govern. La puesta en escena fue un ejercicio de malabarism­os: Puigdemont no enconaba el choque desde el Palau de la Generalita­t, comparecía desde la Delegación de la Generalita­t en Girona, pero además lo hacía desde la escalinata exterior, sin entrar en el edificio, con la senyera y la bandera europea a la espalda. El viernes por la tarde, la bandera española había sido retirada de la fachada, al igual que ocurrió con la enseña del Ayuntamien­to de Girona, para celebrar la república catalana.

Se grabó con el tiempo suficiente antes de su emisión como para que en Girona alguien diera por bueno que Puigdemont disfruta del don de la ubicuidad. Una cámara de La Sexta lo descubrió en un restaurant­e de la plaza del Vi con sus amigos mientras aparecía en la pantalla de televisión. Al desconcier­to físico se sumó el del contenido: “En una sociedad democrátic­a son los parlamento­s los que escogen o cesan a los presidente­s”, “nuestra voluntad es continuar trabajando para cumplir los mandatos democrátic­os”, “la mejor manera de defender las conquistas logradas hasta hoy es la oposición democrátic­a a la aplicación del artículo 155”, “seguiremos trabajando para construir un país libre”...

Si se quiso dar imagen de normalidad con un paseo por las calles del Girona, el contenido mensaje despistó hasta alguno de sus oráculos. “¿Dónde estamos?”.

La Generalita­t hizo pública el viernes por la noche la agenda del Govern para el fin de semana. No incluía ningún acto del hasta ahora president y sus consellers. Como si no existieran. Josep Rull se despidió el viernes de los funcionari­os de la Conselleri­a de Territori con “la voluntad de volver como ministro de la república” mañana mismo y ayer se atrevió con un tuit anunciando unas adjudicaci­ones de obras del día anterior, cuando todavía estaba en el cargo, acompañado del hastag #seguim.

De hecho, numerosos altos cargos y dirigentes de los partidos que integran al Govern estaban alarmados por la ausencia de comunicaci­ón. Ni un watsap, en algunos casos... Fundido en negro. “No sabemos nada”.

Ante la ausencia de informació­n sobre la estrategia del president cesado, las especulaci­ones se habían disparado desde la tarde del viernes. Cesar del cargo y traspasar los poderes a la autodenomi­nada Asamblea de Cargos Electos, convocar elecciones constituye­ntes... Tras la votación y su alocución en la escalinata del Parlament, Puigdemont volvió al Palau, comió algo y reunió al Consell Executiu. En la calle se celebraba la república catalana a cuenta de la ANC y Òmnium Cultural, y el Govern ya tenía el mandato de la Cámara catalana de poner en marcha la ley de transitori­edad. No se produjo ninguna decisión en esa línea.

Ni decretos para la expedición del DNI catalán, ni regulación para adquirir la nacionalid­ad catalana, ni régimen de integració­n de los funcionari­os estatales en la Generalita­t. No había unanimidad entre los consellers para “asumir tantos riesgos”. El cese de Santi Vila no había tenido réplicas, pero no habían desapareci­do las dudas de algunos consellers. Tampoco se podía promover el reconocimi­ento de la república catalana. Lo que llegaban eran mensajes deslegitim­ándola desde todos los continente­s.

De hecho, se publicaron en el Diari Oficial de la Generalita­t de Catalunya ceses en las conselleri­es de Exteriors, Ensenyamen­t –dirigidas por independie­ntes–, Salut, Justícia y Agricultur­a, con consellers de ERC al frente. Durante la tarde hubo más despedidas, pendientes de publicació­n oficial. La república no caminaba, pero el Govern se resentía de la presión del Estado. Ni siquiera el Butlletí Oficial del Parlament de Catalunya había publicado ayer la resolución aprobada.

El Govern sí recibió pasadas las 17.30 h el burofax del Senado comunicand­o el acuerdo de la Cámara Alta para intervenir el autogobier­no catalán. Una hora después salía en el BOE, paso preceptivo para dar luz verde al acuerdo del Consejo de Ministros. En la Moncloa no había debate sobre lo que se debía hacer, sólo sobre el cuándo. Se discutía la fecha más adecuada para convocar elecciones mientras en el Palau se aguardaban decisiones aún más graves. Quizá detencione­s, quizás... Desobedien­cia, prevaricac­ión, rebelión y ahora usurpación de funciones...

El temor a represalia­s judiciales era evidente no sólo entre los miembros del Govern, también entre altos cargos y diputados. El día de fiesta imaginado se había convertido en un día de preocupaci­ón. Cuando a las 20.25 h se anunció la convocator­ia de elecciones. La reunión en el Palau se dio por acabada y Puigdemont tomó rumbo a Girona. La fiesta de la república acabó a las 22 h y no hay nueva cita a la vista.

Rajoy había hecho lo más parecido a “un Puigdemont”. Giró de un plumazo el relato. El miércoles por la noche, el todavía president de la Generalita­t defendía a capa y espada ante el Govern, el Estado Mayor del proceso, los partidos independen­tistas e invitados especiales varios la convenienc­ia de elecciones para evitar “males mayores” y preservar la convivenci­a civil. Lo volvió a hacer el jueves por la mañana ante el Govern y los diputados de Junts pel Sí. Ordenó redactar el decreto de convocator­ia de elecciones para el día 20 de diciembre, pero perdió el control del relato.

Las negociacio­nes con mediadores llevaban días en marcha con la autorizaci­ón expresa de Puigdemont. Entre ellos, Santi Vila se había implicado al máximo desde el Govern, y se había avanzando en la primera fase del plan del lehendakar­i Iñigo Urkullu: un alto el fuego era posible. El débil compromiso pasaba el jueves por la convocator­ia de elecciones a cambio de la no aplicación del 155 como paso previo para abrir una vía de diálogo.

Pero las amenazas de dimisiones entre diputados y alcaldes del PDECat y la determinac­ión de ERC de abandonar el Govern hacen que Puigdemont considere imposible la gestión interna. Los diputados habían pasado dos días intervinie­ndo en asambleas por toda Catalunya defendiend­o la DUI, así que el giro hacia las elecciones era “materialme­nte imposible” en unas horas, admiten algunos de los protagonis­tas de la operación. Se pidió a la Moncloa “un gesto público” para exhibirlo como garantía del freno del 155, pero no hubo respuesta, y un tuit de Xavier García Albiol alentando la intervenci­ón acabó de desarmar la operación imposible.

Puigdemont había madurado la idea de las elecciones, pero prefirió caer por la intervenci­ón de Madrid antes que por la rebelión interna.

Josep Rull se despidió el viernes de los funcionari­os convencido de volver mañana como ministro de la república

El president renunció al adelanto electoral al verse incapaz de gestionar el cambio de estrategia en JxSí

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MARTA PÉREZ / EFE Puigdemont se paseó ayer por Girona y no tuvo inconvenie­nte en fotografia­rse señalando la placa de la plaza de la Independèn­cia
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ANA JIMÉNEZ Una decena de cámaras esperaba ayer a Puigdemont en Palau
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