La Vanguardia

Asterix, sin acento

- Xavi Ayén

La otra tarde, en la terraza del café Berlín, mientras esperábamo­s que el cielo cayera sobre nuestras cabezas, el matemático argentino Leopoldo Kulesz me deslizó por debajo de la mesa –intentando que la camarera no se diera cuenta– un álbum de Asterix, sin acento en la e. Lo había traído desde Buenos Aires, con el mismo sigilo y emoción que si hubiera resuelto la conjetura de Collatz o algún otro de esos enunciados abstractos con los que se obsesionó en sus años de formación. Kulesz se siente un poco padre de los 24 álbumes originales del galo: frente a un equipo de otros 12 traductore­s, desde su sello Libros del Zorzal, ha provocado una revolución con sus nuevas versiones de las aventuras de la aldea gala, mítica creación del guionista René Goscinny.

El trabajo de Kulesz y sus doce traductore­s es aquí clandestin­o pero puede encontrars­e ya en los circuitos normales de Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile. Los personajes no vosean nunca y la sensación es de asombro ante los errores que contiene la versión española por todos conocida, donde los juegos de palabras, travesuras en los nombres propios y frases célebres se pierden como si hubieran caído en la marmita de la uniformida­d.

Los doce hombres buenos de Kulesz empiezan por quitar la tilde a nuestros héroes, para acabar de una vez por todas con la costumbre de pronunciar Asterix y Obelix como palabras llanas: lo correcto es que mantengan el acento agudo caracterís­tico de la entonación francesa (la tilde allí solo marca el grado de apertura de la e, no la sílaba tónica). Otros nombres cambian del todo: así, el abuelito Edadepiedr­ix pasa a llamarse Geriatrix.

No hay una sola viñeta igual. En Asterix en Hispania vemos, en la plancha 18, que César libera a un esclavo pelirrojo señalándol­o con el dedo. En la versión de toda la vida, un romano togado comenta: “¡Quién lo hubiera dicho! ¡Negarse a que el rubicundo sea atravesado”. La frase original –“Il affranchit le rubicond”– es un juego de palabras, significa “liberó al rubicundo”, pero se pronuncia igual que “ha cruzado el Rubicón”. Ante ese reto intraducib­le, los doce apóstoles de Kulesz inventan otro juego: “Apuesta al colorado” (al rojo, diríamos nosotros).

Uno se imagina que fueron los censores franquista­s los que pusieron “fiestas” donde el original dice “orgías”, pero no comprende tantos deslices de falsos amigos que desgrana Kulesz: “pieza de oro” en vez de “moneda de oro”, “¡atención!” en vez de “¡cuidado!”... De vez en cuando, ante algunos ejemplos, no podemos evitar exclamar al unísono “¡por Tutatis!”, mientras meneamos la cabeza.

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