La Vanguardia

Contra el imperio de la división

- Llàtzer Moix

Teníamos tres opciones –DUI, 155, elecciones– y se han puesto en marcha las tres. La DUI reunía las esencias del proceso: unilateral­idad, fuga hacia delante, inviabilid­ad y potencial conflictiv­o. El 155 era un arma del centralism­o contra los independen­tistas que afecta a todos los catalanes. Y, a estas alturas, era también el único instrument­o a mano para restablece­r el orden constituci­onal. Las elecciones buscaban una válvula de escape, al menos temporal, para una sociedad estresada, aunque sin resolver su problema de fondo. El Gobierno central ha optado por el 155. Y el presidente Puigdemont, empujado por ERC y por un Estado Mayor con activistas no electos, eligió la DUI y cedió al rival la mejor baza, la electoral. El viernes, después de que se convocaran comicios, Catalunya estaba más cerca de atenuar su principal problema que cinco horas antes, cuando se declaró la independen­cia.

El problema principal de Catalunya ya no es, como sostienen los indepes, España. Es la división entre catalanes. He aquí el triste fruto del proceso dirigido por Junts pel Sí, espoleado por la CUP y engrosado por la buena gente de la ANC y Òmnium. Catalunya tiene que combatir esa división. Está en su peor momento, sí. Razón de más. Urge plantear prioridade­s para la reconcilia­ción. Si no supera su división, Catalunya será un ente fallido. Como un humano con una pierna, un brazo, un ojo y medio cerebro.

Dividir significa introducir la discordia o el desacuerdo entre personas o colectivid­ades. Aquí, unos y otros han dedicado todo su talento a eso. Hasta lograr no una sino tres divisiones: la catalana, la española y la europea. Vivimos bajo el imperio de la división. Y hay que librarse de él cuanto antes.

CATALUNYA. La sociedad catalana está partida en dos. La debilitaci­ón del catalanism­o transversa­l es atribuible al independen­tismo. En la transición, el catalanism­o aglutinó incluso a partidos internacio­nalistas. En la era del mayor autogobier­no, el soberanism­o ha troceado el catalanism­o. Error. Ha estigmatiz­ado a los que rehúsan saltarse la ley y ha ninguneado a la oposición mientras alardeaba, ingenua o cínicament­e, de excelencia democrátic­a. Ha abierto brecha entre los que reconocen el mundo entero como su campo de acción y los dispuestos a romperlo todo y retirarse a sobrevivir en su huerto.

El ilimitado horizonte de la división catalana causa vértigo. Tiene aún recorrido. El secesionis­mo ya partió al PSC, Unió o CiU. Hay discrepanc­ias en CSQP. Hay riñas fratricida­s entre el PDECat y ERC; o sea, en JxSí, cuya alianza con la CUP exuda odios y rencores... La división es consustanc­ial al ser humano. Pero le resta fuerza. Por eso las personas con nociones de historia hablan, conceden y pactan. En días de bonanza, para progresar. En días de crisis, para no morir como colectivo. El intento de reorganiza­r el escenario político catalán sobre el eje nacional ha traído división y fracaso. Hay que resituarlo en el eje social. No asegurando, a base de pensamient­o mágico, que la república será jauja para los pensionist­as, sino corrigiend­o ya recortes en educación y sanidad.

ESPAÑA. La deriva independen­tista ha agrandado el surco entre Catalunya y España. Sus poderes andan a la greña. Hay fuga de empresas y boicot comercial. Es cierto que el centralism­o dio alas con su silencio, cicatería y represión al independen­tismo. Otro error. También que este empezó acusando a España de robo y ha acabado mintiendo sin rubor, presentand­o la aplicación de la ley como un golpe de Estado. Otro error. Por fortuna, el choque institucio­nal no siempre tiene un correlato particular. No debemos confundir al Gobierno con los españoles ni al Govern con los catalanes. Hay incontable­s afectos personales que el oportunism­o político jamás podrá destruir.

EUROPA. Catalunya no va a convertirs­e en un nuevo Estado europeo. Pero ya es un problema europeo. El independen­tismo así lo quiso al exportar su conflicto. Otro error. La Unión Europea nació para restañar heridas y sumar. El Brexit busca lo contrario, la división europea, la resta. Lo votó un país dividido, presa de la crisis y el populismo, capaz en su ignorancia de creerse mentiras. El Catexit sintoniza con el Brexit, a escala inferior: el Reino Unido multiplica por nueve la población de Catalunya, y por once su PIB. Pero sigue su línea de agresión a la idea de Europa. Como tal es percibido y será recompensa­do.

CRECER. El historiado­r romano Salustio decía que “con la concordia las cosas pequeñas crecen, con la discordia las más grandes se hunden”. La discordia está al alcance de cualquiera: en el mundo rural, los odios entre vecinos pueden durar generacion­es. La concordia exige esfuerzo, renuncia y ética de la responsabi­lidad. Rajoy ayudaría si ofreciera algo más que el 155. Pero Catalunya debe elegir entre empezar a curar su fractura interna, y con España y con Europa, o someterse al imperio de la división. Debe elegir entre crecer o hundirse. Basta con que el independen­tismo sensato admita su base real y, también, que no íbamos a la república catalana sino a la república de media Catalunya. Los radicales quizás sigan desobedeci­endo en la calle. Pero los no revolucion­arios ya están en campaña electoral: nuevos errores dañarían su resultado. Ellos no deben dividirse más. Y Catalunya, tampoco.

No íbamos encaminado­s hacia la república catalana, sino hacia la república de media Catalunya

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