La crisis de la droga cambia los hábitos de los padres del Raval
El distrito adapta la recogida de jeringuillas al horario escolar para proteger a los niños
La crisis de la droga del Raval está alterando la vida cotidiana de la gente. Ahora los padres, cuando llevan a sus hijos al colegio, evitan la calle Egipcíaques, esquivan los jardines de Rubió i Lluch, driblan manchas de sangre, jeringuillas abandonadas, personas descompuestas tiradas en la acera... “¡No te acerques a la fuente!”, advierte un progenitor a su crío. “Sí –explica otro mientras tanto–, antes de que el niño entre en las zonas de juegos lo revisas todo, miras los columpios, remueves la tierra...”. Los cambios de costumbres también se están dando después de clase. “Y si te encuentras una jeringuilla entre los columpios o enterrada, llamas al móvil de los recogedores o les envías una foto por WhatsApp y viena nen enseguida”. “Pero una vez que te encuentras una, ya se te queda mal cuerpo todo el día, te cabreas, te...”. “Muchos ya no vienen por aquí, prefieren llevar a sus niños a jugar a los patios del Eixample...”. “En mi bloque vivíamos cuatro familias con niños, y ahora sólo quedamos nosotros”. “Los recogedores trabajan muy bien, pero últimamente no dan abasto”.
Maestros de la escuela Milà i Fontanals, en la calle Carme, de tanto en tanto, han de retirar las jeringuillas que durante la noche algunos consumidores de heroína dejan junto a la puerta por donde entran y salen los alumnos de P3. “Además –lamenta una de las docentes–, justo al lado, tenemos una fuente donde acuden habitualmente a lavarse, limpiarse las heridas, aclarar sus jeringuillas... No son escenas para niños de tres años. Algunas mañanas, la fuente amanece lle- de jeringuillas. Te desesperas”. Los recogedores inspeccionan el lugar una y otra vez, miran a cada rato el interior de la fuente, pero... El último punto de trapicheo de estupefacientes del Raval está a pocos metros de la Milà i Fontanals, del instituto del al lado y de varias guarderías. El paso de críos por allí es continuo.
Guardia Urbana y Mossos d’Esquadra están intensificando su hostigamiento sobre los clientes de los
TENSIÓN EN EL PARQUE
La gente, antes de que sus hijos se pongan a jugar, revisa los columpios
narcopisos para que luego no se droguen en la calle. Dos semanas atrás varios toxicómanos se colaron en unas oficinas abandonadas desde hace años. Aquí es muy sencillo encontrar inmuebles sin uso. Muchos de los que se pasan el día pidiendo una moneda acuden luego a este lugar de la calle Agustí Duran i Sanpere para comprar y consumir sus dosis. Son personas muy degradadas que arrastran adicciones muy destructivas. Un par de siniestros personajes acostumbran a apoyarse en los muros de la escuela para otear los alrededores. El cierre de los narcopisos de la calle d’En Roig multiplicó la afluencia de toxicómanos a este lugar.
Gala Pin, la concejal del distrito, dice que uno de los objetivos del plan municipal contra los narcopisos dispuesto este verano es frenar la degradación del espacio público. “Y para ello intensificamos el servicio de recogida de jeringuillas, lo ajustamos al horario escolar –detalla la edil–. Pero no se trata sólo de que empiecen antes, sino de que trabajen en bucle para que inspecciones más veces a lo largo del día los alrededores de los centros escolares y de los puntos de venta de drogas. Además también reforzamos la dotación de educadores que, aparte de recoger jeringuillas, también tratan de entrar en contacto con los toxicómanos a fin de orientarlos al sistema sanitario. Tratamos de convencerles de que hagan uso de los espacios habilitados para el consumo de drogas bajo supervi-
sión médica”. Buena parte de los refuerzos destinados al cuidado de las calles arrancaron dos veranos atrás. Pin se reunirá en breve con los docentes de los centros del barrio.
Acompañamos a una madre a buscar a su hijo de tres años a una escuela de la plaza de los Àngels. La mujer empuja el cochecito de su hijo pequeño, de cuatro meses. Antes de las cinco de la tarde, entre la puerta del área infantil de la biblioteca Sant Pau-Santa Creu y un pequeño recinto de columpios para niños, dos hombres comprueban que el bolso abandonado en los escalones ya fue desvalijado. Luego se inyectan sendas dosis, dejan que las jeringuillas se llenen de sangre y luego bombean la droga hasta sus entrañas. A medida que lo hacen, sus rostros se derriten y sus pupilas se empequeñecen. A la luz del día pueden apreciarse estos detalles. Al poco, unos italianos les toman el relevo. De regreso, en la calle Egipcíaques, el niño de tres años saluda a una mujer tirada en la acera. Lleva semanas allí instalada. “Mi hijo saluda a todo el mundo por la calle –sigue la madre–. Una mujer insistía siempre en abrazarlo, pero yo no quería... Estaba muy enganchada, muy perdida... A veces esa mujer se enfadaba conmigo. Una vez le dio una patada al cochecito. Creo que murió hace poco”.
Y los niños preguntan, sobre todo a medida que cumplen años, porque los niños siempre acaban haciendo preguntas, por qué esa mujer vive en la calle, por qué ese hombre está gritando, por qué ese otro se queda ahí tumbado si está lloviendo... “¿Por qué odias a los yonquis, papá’”, le dijo una niña de siete años a su padre. “Y yo me quedé alucinado –relata el padre–. ‘Yo no odio a nadie’, le dije. Y de repente me vi explicándole qué eran las drogas, qué suponía engancharse a las drogas, qué estaba ocurriendo en el barrio por culpa de las drogas... Ahora hablamos mucho sobre el tema. Y a veces pienso que la realidad es que la es... y otras que las niñas de siete años no deberían crecer tan deprisa”.