La Vanguardia

Después del fin del mundo

- Ignacio Orovio

Un recorrido por la Barcelona cultural, al día siguiente del apocalipsi­s: al día siguiente de la proclamaci­ón en el Parlament de la independen­cia de Catalunya y de la inmediata absorción por parte del Gobierno de Madrid del autogobier­no catalán. ¿Y en los museos? ¿Se habrán convertido este sábado en refugio de las almas, en espacio para la reflexión, el sosiego?

En el Palau Robert, que exhibe las fotos de Joana Biarnés, “lo habitual”, explica la vigilante.

Es gratuita. Es fabulosa. A las 11.55, exactament­e ocho personas. Dos de ellas son un matrimonio local. Frente a una imagen de 1969, con los grises conteniend­o a la masa que observa a Roger Moore mientras graba un anuncio en Barcelona, ella dice: “No sé si hem progressat gaire”.

En la Pedrera y en la casa Milà, en el paseo de Gràcia: debajo de sus paloselfis, la masa de cada día, dice la observació­n anempírica. Japoneses, italianos, holandeses... Reda, de 28 años, ha llegado desde Rabat, para seis días, y está fotografia­ndo la Pedrera, ahora en el móvil, ahora en su Canon. Ya ha vivido dos manis. Una de 5.000 estudiante­s, otra en Sant Jaume, anteanoche. “¿Miedo? En mi país ni siquiera podría llevar el móvil en la mano, y aún menos esta cámara colgada al cuello. Vi pasar una manifestac­ión y apenas había policía, pero esto es un conflicto político”, dice en un inglés afrancesad­o. “No conozco a fondo el problema entre Catalunya y España. A priori creo que los países son más fuertes juntos, pero sobre todo creo en la fuerza de la democracia”. Un equidistan­te de manual.

En el Museu de les Cultures del Món, en la calle Montcada, “lo de siempre”, es decir, apenas nadie. Ni siquiera en la exposición temporal, gratuita, dedicada a los inuit, repartida por donde el baño y la zona de armarios para dejar las bolsas. Algunas prendas de piel de foca a prueba de cambio climático, algunas fotos, un audiovisua­l.

En su vecino de enfrente, el Museo Picasso, con una cola constante pero fluida de visitantes en la que predominan el alemán, el inglés, el ruso, el italiano... “la afluencia habitual”, explica uno de los trabajador­es encargados de los accesos. “Hemos bajado, pero yo creo que sobre todo es por los atentados y porque empieza la temporada baja, no por la situación política”. “La gente pregunta, y yo intento explicar lo más objetivame­nte que puedo. Pero les doy mi opinión, claro...”.

En el Born, el km 0 del independen­tismo, la placidez de cualquier sábado. Algunas personas entran en el viejo mercado y, desde la superficie, observan los restos de la ciudad de 1714, cuatro o cinco metros por debajo. El punto de partida simbólico. A la bandera de 17,14 metros de altura le vendría bien menos anticiclón. Está fláccida, pegada al asta. ¿Una metáfora del cambio de clima? Del político, se entiende.

(En el periplo, este diario no puede evitar pasar por la plaza de Sant Jaume, donde cientos de personas fotografía­n a cientos de periodista­s bajo un balcón cerrado).

En el Museu Marítim, que acoge desde el jueves el estreno mundial de la exposición dedicada a la serie

Juego de tronos, lo que se esperaba: a petar.

Esta también da para mucha metáfora. Explica la historia y las intrigas y batallas en los Siete Reinos, que R.R. Martin creó inspirándo­se en la Europa medieval; en realidad, también podríamos situar por entonces el origen de la actual disputa entre Catalunya y España.

Uno de los visitantes es Berger

Vicent Abellán, cartero, de 30 años, que acaba de llegar desde Villena (Alicante) para el estreno de la muestra. Ha ignorado a quienes allí al sur le alertaban de que podía “encontrar lío”: “Aunque no es mi guerra, tengo familia en Barcelona y entiendo el sentimient­o independen­tista, pero también entiendo al otro lado. Yo soy un español administra­tivo, porque así consta en los registros oficiales, pero no me siento un patriota. En todo caso, no porque no me guste el PP, el partido que gobierna, voy a dejar de ser español”.

En el CCCB, donde este fin de semana se celebra el festival The Influencer­s y donde acaba de abrir la exposición Després de la fi del món,

“como cualquier sábado por la mañana”, dice una trabajador­a. Varias parejas, algunos solitarios. Interesant­ísima reflexión sobre el clima, sobre su previsible evolución. Del meteorológ­ico, se entiende. Rayos, truenos y tormentas: el clima ofrece muchas metáforas para hablar del intercambi­o entre Carles y Mariano.

En el fabuloso Arxiu CCCB, un almacén de conocimien­to y reflexión sobre el mundo contemporá­neo, las ciudades, el desarrollo... alrededor de una docena de personas, asistiendo en diferido a debates y conferenci­as, cómodament­e esparcidos en sofás y butacas. También es gratis. Un infinito de saberes.

En Després de la fi del món, unas palabras de Timothy Morton tienen de nuevo toda la carga metafórica, toda la ambigüedad. A través de una pantalla dice que “el miedo aparece cuando crees que a continuaci­ón va a pasar algo. La ansiedad es cuando no sabes si pasará algo en absoluto”. Se refiere a un planeta con tres grados más en el 2100. Especies extinguida­s, ciudades bajo el mar.

Eso sí que será el apocalipsi­s. Aunque en las farmacias se están agotando los ansiolític­os. En las de Barcelona.

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MANÉ ESPINOSA Unos visitantes fotografiá­ndose ayer con los gadgets de la exposición de Juego de tronos en las Drassanes
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Una mujer consulta las entradas disponible­s en el Picasso, ayer
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