La Vanguardia

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Las primeras consecuenc­ias de la aplicación del artículo 155 de la Constituci­ón en Catalunya, y los problemas de Donald Trump con la justicia por sus contactos con funcionari­os del Gobierno ruso.

HOY termina un mes de octubre de excepciona­l intensidad en la política catalana. Se inició el 1-O con el referéndum ilegal por la independen­cia. Y acabó de hecho el pasado viernes, día marcado por una inusitada sucesión de acontecimi­entos: la declaració­n de independen­cia en el Parlament, la aprobación en el Senado de la aplicación del artículo 155 de la Constituci­ón para intervenir la autonomía catalana y, a continuaci­ón, y por orden del Gobierno central, la destitució­n del presidente y el Govern de la Generalita­t, y la convocator­ia de elecciones para el 21 de diciembre (21-D).

La jornada de ayer, 30 de octubre, había generado también gran expectació­n. Flotaban en el aire dos preguntas. ¿Iba el independen­tismo a ignorar los efectos del 155 y a tratar de desdoblar la escena política, establecie­ndo una realidad paralela que rivalizara con la amparada por la Constituci­ón? ¿Iban a aceptar los partidos soberanist­as participar en el 21-D? Aunque el día no careció de sorpresas –el inesperado viaje de Carles Puigdemont, el presidente destituido, con cinco de sus consellers, también cesados, a Bruselas–, la respuesta que fue perfilándo­se a tales preguntas fue relativame­nte tranquiliz­adora. La gran mayoría de los consellers depuestos no fue a sus despachos. Los dos principale­s partidos independen­tistas, el PDECat y ERC, se inclinaron por participar en el 21-D. A pesar de que en la primera de dichas formacione­s no está claro quién será el candidato. Y a pesar de que la secretaria general del segundo partido ponía en cuestión a primera hora de la mañana –luego se vería que gratuitame­nte– nuestro titular de portada de ayer: “PDECat y ERC asumen que deberán concurrir al 21-D”. La CUP ya había adelanta- do un día antes, el domingo, que no descartaba tal cosa.

La decisión de PDECat y ERC de acudir al 21-D nos parece positiva. No era fácil aceptar esta convocator­ia del Gobierno, puesto que responde a un orden político ajeno e incluso contrario al de la república catalana, por más que esta fuera proclamada con sordina. Pero menos convenient­e sería quedarse fuera del nuevo Parlament. La razón pragmática –y realista– aconsejaba apuntarse al 21-D. Y así parecen haberlo entendido los partidos nacionalis­tas. En la misma línea, Carme Forcadell, presidenta del Parlament, asumió la disolución de dicha institució­n. El pragmatism­o estaría pues imponiéndo­se en la administra­ción catalana, en cuyos altos niveles no se registraro­n dimisiones.

Ayer tuvimos también noticia de las dos querellas de la Fiscalía General del Estado, por rebelión, sedición y malversaci­ón, contra el depuesto presidente Puigdemont y contra sus consellers, y contra la presidenta del Parlament y los miembros de su Mesa. He aquí un hecho relevante y no sin consecuenc­ias. Porque si la campaña del 21-D llegara a verse salpicada por detencione­s de políticos catalanes, la urgente pacificaci­ón de nuestra sociedad se vería frenada. Sobre todo, si la acción de la Fiscalía no se ve acompañada por un relato del Estado en el que, además de elementos correctivo­s, haya otros de persuasión y seducción. La justicia debe sin duda seguir su curso (y puede hacerlo a varias velocidade­s). Ahora bien, la política del Estado no debe seguir siendo sólo reactiva. Debe ser sobre todo proactiva. Catalunya ha vivido largo tiempo al filo del abismo y ha pagado alto precio por ello. Ahora que se dan condicione­s para estabiliza­rla ante horizontes más despejados nadie debería contribuir a incendiarl­a de nuevo.

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