Cerco judicial a Trump por la trama rusa
EN los últimos meses, la Casa Blanca ha tratado de minimizar la relación del presidente Trump con dos relevantes colaboradores de su campaña electoral. La estrategia era lógica. El distanciamiento, inútil. El fiscal especial que investiga las conexiones rusas del candidato Donald Trump ha procesado por doce delitos a Paul Manafort, jefe de la campaña electoral, y a su exsocio Rick Gates, que ya se encuentran bajo arresto. No terminaron aquí los contratiempos de la jornada para Donald Trump. Uno de sus asesores en relaciones exteriores, George Papadopoulos, se declaró ayer culpable de mentir al FBI sobre sus contactos con un profesor ruso vinculado al Kremlin, contactos cuyo objetivo era recabar correos e informaciones perjudiciales a la reputación de la candidata Hillary Clinton. Esta admisión forma parte del pacto alcanzado con el fiscal especial por Papadopoulos el pasado día 5 de octubre, pero que la justicia hizo ayer público para reforzar el mensaje de que el asunto no sólo no está empantanado sino que avanza con determinación y apunta ahora a otros miembros del círculo presidencial.
El pacto alcanzado por Papadopoulos tiene un potencial peligroso para la defensa de la Casa Blanca, que ha minimizado los contactos con emisarios rusos o bien los ha situado en la esfera de actividades privadas de sus implicados. Este tipo de pactos garantizan condenas más benévolas a cambio de una colaboración incondicional con la justicia. Por lo revelado hasta la fecha, Papadopoulos ha confirmado que los contactos entre el equipo de campaña y el Kremlin existieron. Y prometen nuevas vías de investigación.
Desde el caso Watergate, culminado en 1974, todos los presidentes de Estados Unidos han sido objetos de investigaciones resumidas con el sufijo gate y, a diferencia del original, ninguno ha concluido con la renuncia del inquilino de la Casa Blanca. Recordemos el Irangate de Reagan y su vicepresidente Bush, el Whitewater de Bill Clinton –en este caso no hacía falta añadir el citado sufijo para evocar el Watergate– o el Obamagate, de vida efímera e impacto relativo. El Rusiagate está aún en fase de instrucción y es prematuro aventurar hasta dónde alcanzará. El círculo que rodea a Donald Trump en este asunto es variado y al presidente le protegen muchos fusibles. Además, la sociedad de hoy, a diferencia de la de los años setenta, es crédula con rumores y contrarrumores en las redes. Hay más transparencia pero, al mismo tiempo, más manipulación y contrainformación. La opinión pública es menos exigente con la verdad que hace cuarenta años.