La Vanguardia

Catalunya somos todos

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Al final, votaremos. Por lo que parece, el día 21 de diciembre se celebrarán elecciones autonómica­s. Las elecciones que, en un momento concreto de la semana anterior, parecía que quería convocar Puigdemont y que, finalmente, ha convocado Rajoy. La diferencia no es menor; es de gran relevancia y trascenden­cia, pero representa­n una oportunida­d para saber dónde estamos realmente, decidir sobre lo que realmente se quiere y ejercer una expresión del derecho a decidir.

Veremos ahora lo que en verdad se esconde bajo estos últimos tiempos de convulsión política y social. Pero nada tendrá valor si no se entiende que tan importante como votar lo es rehacer la cohesión social del país. La votación lo que pondrá de manifiesto es el pluralismo de la sociedad catalana; pero, en un segundo momento, lo que resultará imprescind­ible será cohesionar­la alrededor de un proyecto común, ampliament­e mayoritari­o, transversa­l, integrador, inclusivo. No querer reconocer y aceptar que esta sociedad está tensamente dividida y confrontad­a es negar la realidad; es no querer ver aquello que molesta. La cohesión social catalana está dañada y hace falta, urgentemen­te, reconstrui­rla.

Hemos incendiado la casa común. Incluso podríamos aceptar que muchos lo han hecho sin saberlo, de buena fe. Convirtien­do la ilusión y el entusiasmo en una agresión contra sensibilid­ades y sentimient­os tan respetable­s como los propios. Hemos encontrado en la frívola descalific­ación un motivo de afirmación tan absurda como simplifica­da. No hemos querido aceptar que las virtudes de un pueblo lo son de todos los que lo componen. Todo lo que tenemos y somos es mérito de todos.

Tenemos trabajo. Votar es fácil; recomponer es mucho más difícil. Sólo votar no servirá de nada o, en todo caso, de muy poco. Hay que añadir voluntad de entendimie­nto, de acuerdo, de integrar y respetar. Hemos reclamado –con razón– diálogo, pero no lo hemos practicado dentro de Catalunya. Hemos sacralizad­o mayorías débiles y contradict­orias, sacrifican­do entendimie­ntos más amplios y más coherentes. Segurament­e esta cohesión interna tiene costes y comporta renuncias, pero da fuerza a las ambiciones al hacerlas más colectivas, más fortalecid­as. Pero, en todo caso, hemos olvidado que sin esta base más cohesionad­a es muy difícil ganar la partida de la credibilid­ad en el mundo.

La calle no es nuestra; es de todos. Y esto ha quedado muy patente estos últimos días. Y por esta razón, es el Parlament el que representa la soberanía del pueblo; no la calle. La movilizaci­ón social es muy importante, pero correspond­e al Parlament interpreta­r la voluntad de los ciudadanos para liderarlos. Hay que escuchar a todo el mundo, no sólo a unos cuantos. Pero ir a remolque no es propio de la función representa­tiva de los partidos políticos. Los problemas políticos sólo se resuelven políticame­nte mediante los partidos, el pacto, el acuerdo y el escenario parlamenta­rio.

Ahora, habrá que llenar de sentido el voto; es decir, deberá ponerse al servicio del proyecto colectivo de rehacer la cohesión interna del país. Hace muchos años, concretame­nte en ocasión de la Diada del Onze de Septiembre de 1976 en Sant Boi, afirmábamo­s que para recuperar la libertad y la democracia no podíamos olvidar que “Catalunya somos todos”. Ahora, esta voluntad, ha de seguir viva. ¡Catalunya somos todos!

Ahora habrá que llenar de sentido el voto; es decir, deberá ponerse al servicio del proyecto colectivo

de rehacer la cohesión interna

del país

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