Hacer cosas con palabras
En 1962, se publicó un libro del filósofo J.L. Austin, Cómo hacer cosas con palabras, que ha sido bastante citado últimamente. Los protagonistas principales de esta compilación de lecciones eran los enunciados performativos, es decir, aquellos enunciados que, al ser expresados, realizan los hechos que mencionan. Como “Te prometo que vendré a la fiesta” en el que el hecho de pronunciar la promesa es inseparable del acto de prometer. O como “Nosotros, los representantes de los EE.UU., declaramos que las que hasta ahora eran colonias británicas son y tienen que ser por derecho estados libres e independientes”. No recuerdo que este último ejemplo se encuentre en el libro. Pero ya hace años, seguramente desde que Jacques Derrida escribió sobre los documentos que declaran la independencia (1986), que se ha convertido en una moda académica el análisis de la Declaración de la Independencia de los EE.UU. como un acto lingüístico performativo que modificaba la realidad. De ahí tal vez que se haya recordado tanto en Catalunya la célebre obra del profesor de filosofía de Oxford. En algunos casos, para promover la fe en el poder absoluto de las palabras a la hora de crear Estados, semejante al del Dios del Génesis, que habría creado la luz por medio de la mera expresión de su voluntad de crearla.
A menudo, al hablar de los enunciados performativos, se apunta que, según Austin, estos enunciados, a diferencia de los que describen hechos, no pueden falsos. Cuando alguien nos promete que vendrá a la fiesta, podemos pensar que no es del todo sincero o que es un mentiroso integral o una persona más bien voluble. Pero, aunque podamos decirle que no le creemos, no resultaría filosóficamente correcto afirmar que
Una república ficticia que sólo existe en las mentes, pero que podría tener un presidente exiliado en una ciudad real
la frase por la que pronuncia la promesa es falsa. Otra cosa es que quien la realiza quiera, pueda o acabe cumpliéndola. Los enunciados performativos siempre se emiten en un determinado contexto situacional complejo, que los hace o no los hace efectivos. Y, por ello, no basta, según el filósofo británico, con usar determinadas palabras para que se concrete la realidad hacia la que apuntan. No es lo mismo prometer que tener la intención de traducir la promesa en hechos. Y una cosa es prometer una cantidad y otra muy diferente disponer de la cantidad que permitiría satisfacer esta promesa. Etcétera. En cuanto a este aspecto de la cuestión, que muchos olvidan, Austin remarca, recurriendo a una terminología muy elegante, que los enunciados performativos pueden ser afortunados, si llegan a buen puerto, o desafortunados, cuando, por causas diversas, acaban naufragando.
Pero hay muchos tipos de puerto. La declaración de independencia de una república ficticia que sólo existe en las mentes de los fieles pero que podría tener un presidente exiliado en una ciudad real muestra que, para quienes confunden la política con la guerra por el relato, la distinción entre fortuna y el infortunio de los enunciados resulta tan irrelevante como la frontera que separa la realidad de la ficción política que busca el éxito mirando de satisfacer con sucedáneos los deseos de los creyentes.