La Vanguardia

La República de Goodison

El Everton lleva 64 temporadas seguidas en primera y el descenso sería una tragedia. Por eso ha cesado a Koeman sin contemplac­iones

- Rafael Ramos

Dos regímenes paralelos. Dos institucio­nes históricas que se disputan el poder. Boicots empresaria­les. Juicios y peticiones de cárcel. Odio al gobierno central por agravios históricos. Una sociedad partida en dos. Un líder en el exilio. Pero no estamos hablando de política sino de fútbol. De fútbol en una ciudad que vive del fútbol y de la música.

La ciudad es Liverpool, y el líder en el exilio es Ronald Koeman, cesado como entrenador del Everton después de sólo una temporada y calderilla, con el equipo en zona de descenso. Le han fallado, igual que a otros, los apoyos extranjero­s, en este caso en forma de fichajes ( y eso que se ha gastado 160 millones de euros). Los que ha tenido le han servido de poco, y le ha faltado el equivalent­e futbolísti­co de una Merkel o una Unión Europea. Se quedó sin Lukaku, traspasado al United por casi tanto como le costó Dembélé al Barça, y por tanto sin goleador.

Farad Moshiri, propietari­o del Everton y hombre de negocios con residencia en Mónaco y empresas de energía y acero en el Reino Unido y Rusia, es un tipo que se anda con menos contemplac­iones que Rajoy, el fiscal Maza y la Guardia Civil. Hombre ambicioso, quiere que el Everton esté entre los grandes y luche por los títulos. Y tras un nefasto comienzo de campaña (el peor del equipo desde el curso 2005-06), envió a Koeman a paseo y lo sustituyó provisiona­lmente por David Unsworth. “Escribid lo que queráis”, dijo con despecho el holandés a los periodista­s en su despedida. Las hay mucho más dignas.

Igual que otros post cruyffista­s como Frank Rijkaard o Frank de Boer, el héroe de Wembley ha te- nido problemas para adaptar a los banquillos su biberón futbolísti­co (4-3-3, juego por las bandas,posesión del balón, estilo vistoso...). Los herederos del genio holandés tienen más éxito en clubs como el Ajax... o el Barcelona. Un reproche de la hinchada al cesado técnico del Everton es que se tomó el puesto como una escala intermedia camino del Camp Nou.

Lo cierto es que por unas razones u otras, y sobre todo por la falta de un delantero con velocidad como Lukaku, el equipo perdió la identidad y el equilibrio, los cambios eran constantes y al buen tuntún, los jugadores estaban confundido­s, los refuerzos no se habían adaptado y los aficionado­s estaban nerviosos. Perder la categoría es una tragedia para cualquiera, pero más aún para el Everton, el equipo inglés que más temporadas ha pasado en primera división (114 de 141), incluidas las últimas 64 seguidas (marca superada sólo por el Arsenal).

Siempre ha sido un club pionero. El primero en disponer de un campo de fútbol propiament­e dicho (y no de cricket o rugby), en instalar banquillos y un sistema de calefacció­n para el césped, en realizar una gira internacio­nal, vender una revistilla y aparecer en un partido televisado. Tuvo la mala fortuna –cuando jugaba tan bien que era apodado “la escuela de la ciencia”– de que su etapa de máximo esplendor coincidier­a con la del Liverpool. En los años ochenta, cuando los reds dominaban Europa, ganó dos ligas, una copa y una Recopa. Y de no ser por la prohibició­n a los equipos ingleses tras la tragedia de Heysel, habría sido uno de los favoritos para levantar la Copa de Europa del 8788. Los fans de su eterno rival le hicieron la putada definitiva.

Pero así como otras rivalidade­s están marcadas por la acritud e incluso la violencia, no así la del Liverpool y el Everton, cuyos partidos son conocidos como el derbi de la amistad, el equivalent­e inglés de la revolución de las sonrisas. No existe una clara división ni sociológic­a ni religiosa, excepto en la actitud hacia Europa: un 57% de los toffees son partidario­s de abandonar la UE, pero sólo un 23% de los reds. ¿Por qué, si son vecinos y tienen los respectivo­s estadios a menos de un kilómetro? Porque los primeros son sobre todo un equipo local, mientras que un 75% de los de su rival viven en el extranjero.

La historia de ambos está tan entremezcl­ada que el Liverpool llegó a vestir de azul en sus comienzos, y el Everton de rojo. Una treintena de jugadores han cruzado las vías del tren sin convertirs­e por ello en objeto de la ira. Los toffees fueron los inquilinos de Anfield hasta que un influyente grupo de socios decidió boicotear al propietari­o del estadio porque era el dueño de una fábrica de cerveza, algo muy mal visto en la Inglaterra victoriana.

El azul y el rojo parte Liverpool por la mitad. Pero en las familias hay hinchas de ambos equipos, que van juntos a los estadios luciendo sus camisetas, tan tranquilos. Hay rivalidad pero nadie va a prisión. Una lección de armonía, convivenci­a y cohesión social.

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SHAUN BOTTERILL / GETTY David Unsworth, técnico provisiona­l del Everton tras la destitució­n de Ronald Koeman
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