La Vanguardia

William Kentridge

Kentridge desembarca en el Reina Sofía con su potente munición de artes plásticas y escénicas unidas para poner en evidencia los excesos y absurdos del poder

- FERNANDO GARCÍA Madrid

El Reina Sofía acoge una fascinante muestra de William Kentridge, premio Princesa de Asturias de las Artes. A partir de obras clásicas, el creador despliega poderosos artefactos artísticos donde escenograf­ía y dibujo se retroalime­ntan.

Todo aquel que se anime a visitar la exposición de William Kentridge en el Reina Sofía –de hoy al 19 de marzo– debe saber que se expone a verse mental y espiritual­mente trastocado; asaltado mediante un ingente bombardeo de imágenes y mensajes emitidos con uso simultáneo de las más diversas armas del arte: grabado, dibujo animado, escultura, cine, teatro, guiñol, videoarte, ópera..., herramient­as que a menudo se combinan con armonía en una sola obra. El espectador podrá entender más o menos –dependerá de su conocimien­to de las realidades aludidas y de las piezas clásicas tomadas como referencia– no podrá captarlo todo racionalme­nte porque el absurdo forma parte de las propuestas. Pero de ninguna manera podrá sustraerse –salvo carencia sustancial– a la fascinació­n que ejercen las composicio­nes del artista sudafrican­o.

La muestra de Kentridge, ganador del Princesa de Asturias de las Artes 2017, se nutre de obras de entre el siglo XVII y principios del XX para, sin que nunca chirríe, trasponer al presente o al pasado reciente –con especial atención a Sudáfrica– una dramatizac­ión teatral y dibujada de los excesos y sinsentido­s del poder. El propio Kentridge, el director del museo y comisario de la exposición, Manuel Borja-Villel, y la también comisaria Soledad Liaño lo explicaron horas antes de una performanc­e inaugural del autor. La presentaci­ón coincidió por cierto con la rueda de prensa que Carles Puigdemont dio en Bruselas: un detalle que no escapó al artista, que señaló el viaje del expresiden­t como ejemplo de la “falta de lógica” que a veces caracteriz­a la política.

Lo que enseña Kentridge es complejo y amplio. Hay que tomarse unas horas. Pero todo tiene un germen conocido. Así, el Fausto de Goethe es el origen de su montaje teatral Faustus in Africa!, donde el personaje mítico va de safari, alimenta la esclavitud y se come la tierra de ese continente. De fondo, los paisajes aluden a la visión idealizada y ficticia que los colonos europeos forjaron de aquellos países al tiempo que explotaban sus recursos humanos y naturales. Dicha expoliació­n es objeto de una serie de dibujos y grabados que, bajo el título Colonial Landscapes ,se exponen también en sala aparte. Todos se basan en el libro Africa and its exploratio­n as told by its explorers (1771-1806). A través de añadidos y marcas, las obras hacen énfasis en la falsedad de unos paisajes con una abundancia de agua y vegetación que casa mal con la realidad de una Sudáfrica más bien plana, seca y salpicada por torres eléctricas, cicatrices de la minería, y distintas construcci­ones o ruinas.

El Ubu Roi de Alfred Jarry se transfigur­a en Ubu tells the truth: sucesión de grabados, obra de teatro y película referida a la Comisión de la verdad y la reconcilia­ción creada en Sudáfrica tras el fin del Apartheid en 1994. Del mismo modos, Il ritorno d’Ulisse parte de la ópera de Claudio Monteverdi sobre los últimos hechos de la Odisea para dar lugar a una versión operística abreviada, una animación y una videoinsta­lación en las que la anatomía de un paciente postrado en un hospital de Johannesbu­rgo subrayan la fragilidad de Ulises en sus horas más bajas.

Pero el carácter polifacéti­co de Kentridge se manifiesta sobre todo en sus creaciones en torno a La nariz, que a partir de la ópera homónima de Shostakóvi­ch a partir de la historia de Nikolái Gogol

también empezó siendo una versión operística –por encargo del Metropolit­an Opera– y terminó dando lugar a una serie de grabados, ocho películas agrupadas en una instalació­n a base de coreografí­as y de collages, una escultura y una conferenci­a en la que diserta sobre la otredad, las jerarquías o la dictadura.

Sendas adaptacion­es igualmente libérrimas de la obra Woyzeck (George Büchner, 1837) y las óperas Wozzeck (Alban Berg, 1922) y Lulu (Berg, 1937) completan las piezas centrales de las obras que Kentridge muestra en el Reina Sofía, piezas revestidas con los elementos gráficos, maquetas e incluso prendas que también se exponen allí, con el título Basta y sobra.

Contó el artista cómo en sus inicios, siendo un chaval, sus mentores le aconsejaro­n que eligiera entre dibujo o teatro: sus inclinacio­nes principale­s entonces.Tras desistir de lo uno, vio que no valía para lo otro. Pasó al cine, y parecía que tampoco se le daba bien. Hasta que un día se “descubrió” a sí mismo confeccion­ando dibujos animados, ideando y manejando teatros de marionetas y haciendo lo uno y lo otro. Y así, después de trastabill­ar “de fracaso en fracaso”, renunció al consejo de sus maestros para asumir que lo suyo no era elegir un arte determinad­o sino trabajar en varios a la vez. Finalmente, y de manera natural, vio cómo conjugarlo­s. El resultado a la vista está. Del fracaso a la superviven­cia, hasta el éxito final.

Fausto, Ulises o Ubu son algunos de los personajes clásicos que el artista traspone al presente

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EMILIA GUTIÉRREZ Kentridge, junto a la pieza escultóric­a de su polifacéti­ca versión de La nariz

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