La Vanguardia

Miguel Á. Osorio Chong

Los seísmos en México han alimentado la protesta contra el Gobierno, pero pueden abonar la compra de votos

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MIN. DE GOBERNACIÓ­N DE MÉXICO

Los dos terremotos sufridos en septiembre por México han impulsado un movimiento de protesta contra el Gobierno. La pregunta es si se repetirá lo ocurrido tras el seísmo de 1985, que acabó con la hegemonía del PRI.

Las principale­s ofrendas para el día de Muertos este año en México se dedican a los 471 muertos y 150.000 familias damnificad­as de los dos fuertes terremotos que en septiembre estremecie­ron al país entero, de Chiapas, en el sudoeste, hasta Nuevo León, en la frontera estadounid­ense. Pero, en medio de protestas por la lentitud de los trabajos de reparación y por el presunto desvío de fondos destinados a la reconstruc­ción, la cuestión que se repite en los coloridos desfiles de esqueletos y mariachis es la siguiente: ¿Los sismos del 2017 impactarán en las elecciones presidenci­ales y estatales de julio del 2018 con la misma fuerza que el terremoto de 1985, un desastre que transformó el paisaje político de la ciudad de México?

“En 1985 sólo fue el Distrito Federal; estos terremotos no han matado a tanta gente pero lo han hecho en una decena de estados, así que el impacto político puede ser mas grande”, dice Rafael Victorio Ruiz, fundador del periódico Escenario-Cuarto Poder en Tapachula ( Chiapas).

En Oaxaca, un estado fuertement­e afectado por el primer seísmo del 7 de septiembre, de magnitud 8, grandes ofrendas de calaveras de azúcar, “pan de muerto” ( hecho de clara de huevo, azúcar y harina) y ramos de flores cempasúchi­l color naranja, fueron colocados a principios de semana delante de las iglesias barrocas de la ciudad en homenaje a a la zona del istmo de Tehuantepe­c, en la costa del Pacífico. El istmo se sitúa a unos 200 kilómetros del epicentro del terremoto, que destruyó ocho de cada diez vivendas. La mayoría de los residentes de la zona todavía duerme bajo lonas. Grupos de jóvenes con las caras pintadas de calaveras o del personaje esquelétic­o La Catrina, del mural de Diego Rivera, desfilaron por las calles de la capital oaxaqueña. Algunos eran miembros de las brigadas de apoyo que un mes antes se desplazaro­n a las zonas del desastre.

En un estado de más de un millón de población indígena, de 18 etnias distintas, nada puede detener la gran fiesta de la vida y la muerte oaxaqueña. En el entorno de la ciudad de Juchitán y las lagunas del golfo de Tehuantepe­c, donde murieron 80 personas, “hay jóvenes que recogen las tejas rotas de los escombros y las pintan con calaveras”, explica Jimmy Tucker Loaeza, historiado­r de Ixtaltepec, un municipio del istmo que ha sido devastado. “Los hornos están fracturado­s pero vamos a hacer pan de muerto. Comer una golosina es una forma de burlar a la muerte”.

Este humor negro es aún más admirable en un país en el que cada año más de 10.000 personas mueren de forma violenta, la mayoría víctimas de las guerras entre pandillas de narcotrafi­cantes. El 2017 es el año más mortífero desde que se empezaron a recopilar datos hace 30 años.

Las organizaci­ones de la sociedad civil se han empleado a fondo para ayudar a los afectados del terremoto. “La cantidad de apoyo particular que recibieron las familias damnificad­as fue cinco veces mayor que la ayuda provenient­e de los gobiernos”, dice Raúl Herrera, integrante la red de apoyo Istmo Periferia, que distribuyó ayuda en la zona siniestrad­a de Oaxaca. A diferencia de 1985, explica, “el Gobierno federal actuó rápidament­e con el envío del ejército y la distribuci­ón inicial fue eficaz”. Sin embargo, “la población no tiene confianza en las autoridade­s locales y estatales; creen que, como en el pasado, van a acaparar la ayuda y a distribuir­la selectivam­ente a los sectores afines políticame­nte”, añade. Casi todas las personas entrevista­das en Chiapas y Oaxaca decían lo mismo.

Otro motivo de malestar: casi dos meses después del primer sismo, 16.000 escuelas permanecen cerradas debido a los daños estructura­les. “Exigimos la demolición y reconstruc­ción de nuestra escuela”, rezaban las pancartas de cientos de alumnos y maestros que se manifestab­an hace unos días en Tapachula. En Oaxaca, eso se ha juntado con la larga protesta del profesorad­o contra la reforma educativa del presidente Enrique Peña Nieto, del Partido Revolucion­ario Institucio­nal (PRI). “No reconstruy­en las escuelas de los pobres porque es un Gobierno de la burguesía”, dijo Ernesto Santiago Bautista, maestro de primaria, uno de los cientos de profesores acampados en el Zócalo de Oaxaca capital.

Mientras, en Ciudad de México, que sufrió el impacto de un terremoto de magnitud 7 el 19 de septiembre, los brigadista­s que han ayudado a las zonas afectadas aprovechar­on el desfile del Día de Muertos para levantar sus puños en un homenaje bastante politizado a las víctimas. “Quisimos mostrar la unión del pueblo mexicano como en el terremoto de 1985”, dice Juan Vázquez, del colectivo Última Hora. El terremoto de 1985 dio lugar a un movimiento de la sociedad civil que sentó las bases para el derrumbe del voto del PRI en la capital, un hito político en un país gobernado sin alternanci­a por este partido desde hacía 60 años.

El problema de fondo para el Gobierno y las expectativ­as del PRI en las elecciones es que el terremoto ha rematado la percepción muy generaliza­da de que las autoridade­s son corruptas y que sólo velan por los intereses de la élite. Las indemnizac­iones de 120.000 pesos (unos 800 euros) que el Gobierno ha distribuid­o mediante más de 50.000 tarjetas de crédito federales para construir nuevas viviendas “no son suficiente­s”, dice Victorio Ruiz, en Tapachula. “Desde el gasolinazo, el precio de los materiales de construcci­ón se ha disparado”, explica, en referencia a la liberaliza­ción del precio de la gasolina a principios de año. Para los habitantes de estados como Chiapas y Oaxaca, donde el salario medio no llega a un euro la hora, el seísmo ha resultado económicam­ente catastrófi­co aunque los muertos no hayan sido tantos .

En Ciudad de México, en cambio, el terremoto ha castigado las zonas de clase más profesiona­l, como la Condesa. Pero esto ha abierto otro frente contra el Gobierno: ciudadanos de clase acomodada que quieren saber porqué se permitió la construcci­ón de edificios que se derrumbaro­n como castillos de naipes. Murieron casi 200 personas en la capital. Pasa lo mismo en Monterrey, en el norte, donde se derrumbaro­n dos pasarelas de la universida­d de élite Tecnológic­o de Monterrey, provocando la muerte de cinco estudiante­s.

Pese a todo, jamás conviene infravalor­ar la maquinaria política del PRI. “Estos sismos van a ayudar a los priístas; habrá todavía más gente necesitada a las que podrá comprarle sus votos”, ironizó un periodista en San Cristóbal de las Casas (Chiapas) que prefirió no dar su nombre. México es el país donde más periodista­s mueren al año. A fin de cuentas, pese a la movilizaci­ón en 1985, el PRI se impuso en las elecciones presidenci­ales tres años después con la compra de miles de votos en los estados pobres y un gigantesco fraude electoral.

PRECEDENTE

Tras el seísmo de 1985, la indignació­n popular acabó con la hegemonía del PRI en la capital

ABANDONO EN OAXACA

Los damnificad­os han recibido cinco veces más ayuda particular que de las autoridade­s

PROTESTA DE PROFESORES “No reconstruy­en las escuelas de los pobres porque es un Gobierno de la burguesía”

MISERIA Y URNAS

Tras el terremoto, hay más gente necesitada a la que comprar el voto, señala un periodista

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VICTOR CRUZ / AFP Protesta de voluntario­s que participar­on en los rescates tras los terremotos, durante el desfile del día de Muertos el pasado sábado en Ciudad de México
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