La Vanguardia

Astucias

- Antoni Puigverd

Sostiene un personaje de Rachel Cusk en su última novela (Tránsito, Ed. Libros del Asteroide) que en Londres hay demasiada ironía: nada es creíble: “Cualquier cosa es ya una imitación de sí misma”. En Catalunya, la ironía es un rasgo cultural desde el tiempo del poeta Carner, nada acaba de ser tomado en serio: derecho, política, discursos. Por ejemplo: los chistes sobre el atractivo sexual del mayor Trapero relativiza­ron enseguida la tragedia causada por los yihadistas de Ripoll. El humor paródico del Polonia y los innumerabl­es imitadores que ha suscitado en radios y Twitter han configurad­o la política catalana como un teatro con aparente voluntad de tesis que siempre toma el sendero de la comedia. La proclamaci­ón a la vez inútil y pomposa de la república fue la culminació­n de la cultura irónica catalana: hagamos que la fantasía parezca verdad. De ahí que la convocator­ia electoral de Rajoy (y no la prisión de los Jordis) haya tenido en las mejillas de la política catalana el impacto de un par de buenas bofetadas. La realidad se ha impuesto. Quien no corre vuela.

Repentinam­ente, muchos catalanes han descubiert­o que los golpes de efecto que parecían astutos pueden ser extravagan­tes. La república catalana ha sido descrita por muchos medios extranjero­s que veían con simpatía las reivindica­ciones catalanas como una “Brabuconad­a” (Libération), “Viaje a Absurdia” (Le Figaro), “Actuación melodramát­ica” (The Times). Bélgica, que había tenido gestos deferentes con el Govern, relataba como un problema la presencia de Puigdemont.

Las cosas han quedado claras. No hay que darle muchas vueltas. El independen­tismo tenía mucha fuerza, pero no la suficiente como para intentar lo que pretendía. Ahora está en el escenario con el rabo entre piernas: dos líderes detenidos y otros imputados, decepción entre los más crédulos, la Generalita­t intervenid­a, el país dividido y mareado. Se impone la severidad. La ciudadanía en general, pero sobre todo los que todavía no saben si viven

La ciudadanía agradecerá que sus políticos dejen en el armario el traje de comediante

en Polònia o en Catalònia agradecerá­n que sus políticos dejen en el armario el traje de comediante.

Si el independen­tismo es capaz de obtener una gran victoria, la negociació­n será inevitable y, por lo tanto, puesto que toda negociació­n implica concesión, los dirigentes independen­tistas harían bien en no imponerse ahora obligacion­es que luego no puedan cumplir. Y si esta victoria no se produce, lo mínimo que se podrá exigir es que el independen­tismo se comporte como cualquier otra ideología: que aprenda a tener paciencia y a regular sus objetivos.

Hoy Catalunya tiene menos autogobier­no que ayer pero quizás más que mañana. Y en lugar de obtener el apoyo de Europa, nos hemos convertido en un problema para Europa. Por consiguien­te, a partir de ahora, cualquier repetición de los típicos golpes de efecto del proceso será percibida no como una astucia irónica, sino como una forma de desprecio a la ciudadanía. La épica para convencido­s (“que la prudencia no nos haga traidores”) deja paso a la crudeza de Tarradella­s: “En política se puede hacer de todo, menos el ridículo”.

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