La Vanguardia

La pregunta

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La rueda de prensa del president Puigdemont dará para mucho, no en vano hemos subido otro peldaño insólito en una situación, toda ella, insólita. República proclamada, Govern entre Barcelona y Bruselas, 155 aplicado, elecciones convocadas, querellas criminales desatadas, y un reto planteado a ambos lados del puente aéreo, que está lejos de bajar el tono. Si alguien creía que el problema estaba “controlado”, es evidente que no es así. Puede que la retórica de ambos lados se cargue de adrenalina y que, en los micrófonos, los haya que muestren la arrogancia del poder o la resistenci­a, pero en los despachos de la política deben arreciar las preocupaci­ones. El tema catalán sigue caliente, y tiende a subir la temperatur­a, ahora con mercurio europeo incluido.

En este punto, la cuestión clave está en donde siempre estuvo: en las urnas. Porque, por mucho artificio falaz que se construya, todo este gran lío empezó por culpa de dos errores de bulto que el PP protagoniz­ó y el PSOE avaló: el primero, la falta de respeto histórico por las reivindica­ciones catalanas, con el añadido de la demolición del nuevo Estatut que finalmente se cargó el TC; y el segundo, la aversión al diálogo, y a las urnas que mostraron durante estos años de proceso, hasta el choque final. ¿O nos olvidamos de que la tensión fue subiendo decibelios por la inacción política de Rajoy? Por supuesto, el lado catalán también abundó en errores, y sumando errores llegamos al nudo actual. Ahora se le pueden dar muchas vueltas al embrollo, y es evidente que la tentación de matar al bicho catalán, primero con la indiferenc­ia y después con el pisotón español, ha sido siempre la predominan­te. Pero también lo ha sido en la orilla catalana, donde se ha ido a golpear el muro, sin haber conseguido ninguna grieta para abrir un territorio dialogado. En ambos lados, la conclusión parece la misma y es buena: hay que dirimir el problema catalán allí donde la democracia resuelve los problemas: en las elecciones. Es decir, con las urnas, y no con tribunales, intervenci­ones y policías.

Pero si esa conclusión lógica es o debería ser compartida, ¿lo será también su conclusión? Y es ahí donde Puigdemont ha formulado la pregunta más importante y, quizás, la única que no quiere plantearse lo que él llama “el bloque del 155”: ¿aceptará el Estado español el resultado del 21-D si ganan abrumadora­mente los independen­tistas? Porque los no independen­tistas lo plantean claramente como un plebiscito –Arrimadas incluso habla de frente común–, pero ello también va en sentido inverso. ¿O habrá dos clases de votantes, los que podrán ejercer su mandato y los que no? Cuidado, porque en ese punto está la clave y será el embrollo del día 22. La cuestión catalana debe resolverse en las urnas, aunque previament­e podría haberlo hecho en los diálogos y los pactos, pero ¿será así, y todo quedará claro, o estaremos viviendo en un bucle?

La pregunta clave:

¿se aceptará el resultado del 21-D si abrumadora­mente ganan los independen­tistas?

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Pilar Rahola

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