La Vanguardia

‘Som i serem’ los mejores

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Son horas difíciles, de acuerdo. Quizás la modestia sea virtud de mediocres. Cuesta disipar la idea de que todo ha sido una gran mentira y no había nada preparado, lo entiendo. Pero si todos los partidos soberanist­as van a concurrir en los comicios del 21-D... ¿es imprescind­ible mantener ese espíritu antipático del “somos los mejores”?

Carles Puigdemont y Oriol Junqueras siguen sin comprender Catalunya: no hay un pueblo compacto, a la medida de sus ilusiones o a la altura de su imaginario. Menos mal porque si con esta realidad –innegable en las urnas y visible en las calles– dicen lo que dicen, asusta pensar lo que harían con una minoría discrepant­e.

“Nosotros somos los campeones de la democracia. A demócratas no nos ganará nadie”, señaló anteanoche Oriol Junqueras en TV3. Textual. ¿Campeones de la cuenca del Mediterrán­eo? ¿De la Unión Europea? ¿De la Liga de Campeones? Salvo arrebatar el nacimiento de la democracia a Atenas, conviccion­es semejantes reflejan la dimensión del problema: el soberanism­o tiene ínfulas divinas.

Horas más tarde, Carles Puigdemont se presentaba ante la prensa internacio­nal en Bruselas con ese mismo espíritu de “som i serem” la envidia del mundo: “Siempre hemos ganado”, en referencia a todas las elecciones celebradas en Catalunya. ¿Es posible la concordia entre catalanes cuando una parte se escuda en falsedades para tapar sus engaños?

Voy a ser, una vez más, un pesado. Las fuerzas soberanist­as dieron una dimensión plebiscita­ria a las autonómica­s del 27 de septiembre del 2015. Horas antes de la votación, la formación de Carles Puigdemont se felicitaba por el enfoque binario de la cita y su candidato a la presidenci­a, Artur Mas,

“Siempre hemos ganado” (Puigdemont), “somos los campeones de la democracia” (Junqueras)...

definió los partidos del bando del sí y los del no. Los catalanes votamos con las reglas del soberanism­o.

¿Resultado? El 47,8% de los votantes doblegaron al restante 52,2%.

Con el mismo espíritu de “campeones de la democracia”, 70 diputados declaran una independen­cia que ni ellos se creían o sabían cómo llevar a efecto cuando esa misma Cámara exigía 90 diputados para reformar el Estatut. He escuchado mil veces rebatir los dos hechos. Mecánicame­nte. No hay que ser catedrátic­o de Ciencias Políticas para ver la trampa. De ese rechazo a la realidad hemos pasado a este embrollo.

Puigdemont volvió ayer a hablar en nombre de su ensoñado “pueblo de Catalunya” en Bruselas, en la sala más inadecuada en años de acción exterior. No estaba en un plató amigo. Compareció ante una prensa que sabe lo que él ignora y sin duda desprecia: la mitad de Catalunya está harta de la fuga emprendida tras el 27-S del 2015 y de la retórica triunfalis­ta.

Por cierto, Puigdemont fue a Bruselas a pedir ayuda a la UE –en eso consiste la “internacio­nalización”– y ya ha creado líos al Gobierno belga...

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