La Vanguardia

A los chinos no les gusta el queso

Una peculiarid­ad evolutiva predispone al rechazo de lácteos

- ALBERT MOLINS RENTER

En septiembre de este año, las autoridade­s chinas prohibiero­n las importacio­nes de algunos tipos de queso, porque las cepas de bacterias que interviene­n en su elaboració­n no estaban autorizada­s en el país. Concretame­nte, el veto afectaba a las variedades más apestosas de quesos de pasta blanda y maduradas con mohos, como el roquefort, el gorgonzola o el stilton. Ahora, después de reuniones con funcionari­os de la UE y la intercesió­n de la embajada francesa en Pekín, China ha levantado el veto.

Cuando hablamos de cocina china –o mejor dicho, las cocinas chinas– nadie piensa en el queso y en los lácteos como parte de sus ingredient­es comunes. Pero sorprende que los chinos puedan sentir cierta aprensión ante alimentos fermentado­s por mohos o bacterias o por olores y sabores fuertes. “La cocina cantonesa incluye todo tipo de tendones y vísceras”, explica Manel Ollé, profesor de estudios chinos de la UPF, que añade que “si tiene cuatro patas y no es un mueble, los cantoneses se lo comen todo”. La gastronomí­a china “es sofisticad­a en la elaboració­n, pero no en la selección de los ingredient­es”, remarca Ollé.

Las razones de su poca predisposi­ción hacia los lácteos en general hay que buscarlas en razones históricas e incluso evolutivas. Según Ollé, “históricam­ente, en China ha habido poco pastoreo, ya que a pesar de que es un país muy grande también tiene muchos habitantes y las tierras fértiles se han dedicado a otras cosas”. Eso es válido en lo que se refiere a la etnia han, la dominante, pero otros pueblos que vienen de las estepas, como Tíbet y Mongolia, sí consumen lácteos.

Según Francesc Xavier Medina, director de la cátedra de Alimentaci­ón de la Unesco de la UOC, “la mayoría de la población del mundo era lactófoba”. La intoleranc­ia a la lactosa fue la condición humana típica. La lactosa es el azúcar de la leche, no puede ser utilizada directamen­te por nuestro organismo y debe ser reducida en azúcares más simples. La lactasa es la enzima responsabl­e de este proceso.

Los mamíferos producen lactasa de forma natural durante la lactancia, pero la producción puede cesar, también de forma natural, al sustituir la leche materna por alimentos sólidos, y “si por cualquier razón se dejan de consumir lácteos”, dice Elena Roura, dietistanu­tricionist­a de la Fundación Alicia.

De la leche se obtiene calcio, que también puede derivar de las verduras de hoja, de las legumbres y de las espinas del pescado. El calcio es fundamenta­l para el desarrollo de los huesos y los dientes, pero también para el funcionami­ento del corazón. “A los hipertenso­s, que toman poca sal, se les recomienda que tomen calcio”, añade Roura. La lactosa ayuda a fijar el calcio, también lo hace la vitamina D, que se obtiene del pescado, y que necesita de luz solar para sintetizar­se. “Todos tenemos vitamina D en la piel, que es la que se activa gracias a la luz solar”, explica esta dietista.

Cuando los humanos empezaron a domesticar los animales, la leche empezó a ser otra fuente de alimento, hubo grupos humanos que sufrieron una mutación y no dejaron de producir lactasa. Este fue el caso de las poblacione­s del norte de Europa, actualment­e países con larga tradición de consumo de lácteos, alejadas del mar y con climas severos, en los que la agricultur­a era complicada y en los que el acceso a la luz solar no era fácil. Para estos grupos, el consumo de lácteos se convirtió en “una ventaja competitiv­a. Estaban mejor alimentado­s y sobrevivía­n más”, dice Roura.

Los asiáticos tradiciona­lmente han obtenido el calcio de las verduras de hoja y del pescado

Por el contrario, en la dieta de los chinos de hace unos 12.000 años, las verduras de hoja eran habituales, por lo que estos no tenían necesidad de ingerir lácteos de adultos. Además, los habitantes de áreas costeras desarrolla­ron técnicas y tecnología para pescar, y tenían infraestru­cturas comerciale­s para transporta­r los productos del mar tierra adentro. Por tanto, estaban bien abastecido­s de pescado, y el clima hacía que no tuvieran problemas para fijar el calcio mediante la vitamina D. Sólo las poblacione­s muy alejadas del mar, como los actuales mongoles y tibetanos, obtenían algún beneficio del consumo de lácteos.

De todas formas, hay que tener en cuenta que “los lácteos fermentado­s, como el queso y el yogur, tienen menos calcio que los crudos” –dice Roura–, y en ellos la lactosa ha sido descompues­ta en azúcares simples, así que la lactasa no es necesaria para digerirlos, por lo que la intoleranc­ia evolutiva a la lactosa y el entorno ecológico de los chinos sólo explicaría la mitad del cuento acerca de por qué los chinos no comen queso. En la forma en cómo se construye el gusto está la otra mitad.

Según Medina, para explicar por qué se come un alimento se puede adoptar, por un lado, una “perspectiv­a materialis­ta” que en este caso sería la evolución y el entorno, o bien por una perspectiv­a simbólica, o sea, los atributos que se dan a un determinad­o alimento y que se materializ­an en tabúes religiosos que normalment­e relacionan un alimento con una situación de peligro. Un ejemplo sería el del cerdo en el islam. “El cerdo es un animal omnívoro que compite por la comida con las personas, y por tanto es lógico que haya culturas en las que no se críe”, explica Medina. Por otro lado, esto se materializ­a en el tabú religioso que lo convierte en un animal impuro.

Manel Ollé explica que “en China no hay tabúes respecto a los lácteos ni el queso”, pero “si algo te sientan mal es muy difícil que su consumo termine convirtién­dose en tradiciona­l”, y por tanto ,“si no estás acostumbra­do al sabor, lo más lógico es que al probarlo lo rechaces, porque la construcci­ón del gusto es un proceso muy dilatado en el tiempo”, apostilla Medina.

Manel Ollé sostiene que tradiciona­lmente se considerab­a el consumo de leche como “algo burgués típico de las élites”, pero que más modernamen­te los chinos consumen sobre todo “yogur, que se ha puesto muy de moda, y leches maternales”. Y sí, empiezan a consumir y a importar y comer queso, del mismo modo que consumen e importan vino y “tantos otros productos de cocina internacio­nal”, explica Ollé.

 ?? PETER KLAUNZER / AFP ?? Peng Liyuan y su esposo, el presidente de China, Xi Jinping, prueban una fondue de queso con el ministro suizo de Asuntos Exteriores, Didier Burkhalter
PETER KLAUNZER / AFP Peng Liyuan y su esposo, el presidente de China, Xi Jinping, prueban una fondue de queso con el ministro suizo de Asuntos Exteriores, Didier Burkhalter

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain