La Vanguardia

Desalambra­r al hombre nuevo

DANIEL VIGLIETTI (1939-2017) Cantautor uruguayo

- ROBERT MUR

Adesalambr­ar, a desalambra­r, que la tierra es nuestra, es tuya y de aquel, de Pedro y María, de Juan y José”. Entre los himnos revolucion­arios del siglo pasado, A desalambra­r ocupa un espacio preferente en la memoria colectiva de la izquierda latinoamer­icana y europea. Su autor, Daniel Viglietti, murió el lunes en Montevideo a los 78 años, tras sufrir complicaci­ones después una intervenci­ón quirúrgica. Su cuerpo fue velado ayer en el teatro Solís de la capital uruguaya.

En tiempos de utopías sesgadas por las dictaduras latinoamer­icanas, la reforma agraria y el fin de una forma de esclavitud rural –que aún persiste en muchos rincones del continente– formaban parte del programa político de todos los jóvenes revolucion­arios y la emblemátic­a canción de Viglietti, editada por primera vez en 1969, se convirtió en la mejor manera de expresar ese mensaje. A desalambra­r fue versionada por otros cantautore­s de la época como Víctor Jara, asesinado por la dictadura chilena.

Las composicio­nes de Viglietti fueron interpreta­das por artistas como Joan Manuel Serrat –que lo invitaba a subir al escenario en sus conciertos en Uruguay–, Chavela Vargas, Mercedes Sosa o el conjunto chileno Quilapayún. Entre sus canciones más populares también figuran Gurisito, Canción del hombre nuevo, Milonga de andar lejos o Yo no soy de por aquí.

Viglietti fue el principal cantautor protesta uruguayo y por eso en 1972 fue detenido y posteriorm­ente liberado gracias a las movilizaci­ones internacio­nales encabezada­s por Sartre o Julio Cortázar, aunque le costó el exilio durante la dictadura (1973-1985). Primero en Argentina y luego en Francia.

Entre la veintena de álbumes que editó se encuentran los dos volúmenes de A dos voces ,en 1985 y 1987, junto a su gran amigo, el poeta Mario Benedetti. Y su disco más emblemátic­o y toda

una declaració­n de principios, Canciones para el hombre

nuevo, grabado en 1967 en Cuba y publicado al año siguiente por el sello Orfeo, que años más tarde sería comprado por una multinacio­nal con la que el autor se vería obligado a litigar para recuperar sus derechos.

Nacido en Montevideo, de padres músicos, Viglietti aprendió a tocar la guitarra para ser concertist­a y rápidament­e se interesó por la música folclórica, antes de abocar todo su bagaje en la canción de protesta y social. De hecho, su primer disco, editado en 1963, se llama Canciones folklórica­s y seis impresione­s para canto y guitarra.

Además de escribir en semanarios como Marcha y Brecha, Viglietti presentó programas de radio y televisión, también en su país, para divulgar el folklore latinoamer­icano.

“Si (Atahualpa) Yupanqui era un río ancho pero manso que bajaba desde las montañas que desafiaban la memoria, entonces el joven Viglietti era un arroyo, un afluente, un curso que tomó parte de aquel caudal de impulso. Lo escuchó, lo estudió, lo versionó, por supuesto”, escribió esta semana Valentín Trujillo en El Observador, en el que quizás sea el mejor obituario de Viglietti.

“Luego vendría la canción de protesta, la reivindica­ción política e ideológica, la brasa revolucion­aria, el espíritu de unos tiempos demasiado veloces y violentos como para que la sensatez del equilibrio pudiera ser parte del repertorio, porque había que parir el hombre nuevo a como diera lugar y el alambre cercaba la prisión que escondía la felicidad”, concluye Trujillo.

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MIGUEL ROJO / AFP

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