La cicatriz
Cuando Pepe Serra presentó la exposición La capsa entròpica en el MNAC, comisariada por Francesc Torres, dijo que, si fuera por él, podría quedarse indefinidamente en el espacio del museo. No me pareció un recurso retórico para llamar la atención, porque lo que ha hecho Francesc Torres con las obras dañadas que estaban en el depósito del MNAC es mucho más que una intervención temporal. Me atrevería a decir que es una de sus obras capitales como artista, porque todo el pensamiento de Torres sobre el valor significativo de la destrucción está presente en la concatenación de los cuadros y esculturas que se ofrecen en los diversos ámbitos temáticos de la exposición. La restitución de obras hasta ahora desconsideradas, contiene un mensaje muy potente: una obra de arte desborda su naturaleza cuando se presenta con su historia inscrita, con todos aquellos detalles físicos que construyen su materialidad integral. Y en las sucesivas salas donde estas obras se presentan, se funda esta idea fundamental: gran parte de la belleza optimista de una obra radica en que, a pesar de todas las dificultades, ha sobrevivido y ha llegado hasta nuestros días con la fragilidad de su resistencia.
La destrucción de las obras como una parte propia de su conformación, al estilo del coche accidentado que inaugura la exposición, queda especialmente patente en los retablos con agresiones antisemitas, en las obras quemadas de la catedral de Vic o en la sala con las pinturas que representan desnudos femeninos que fueron agredidos por autores desconocidos, en un episodio ligado a la celebración del Congreso Eucarístico en Barcelona. La presencia silenciosa, dolorida, de estas mujeres desnudas que conservan todavía el rastro de esta agresión, supone una forma de vincular la obra de arte y su recepción, la afirmación del cuerpo y la censura expeditiva. Resulta desgarrador y revelador reseguir los cortes visibles en estas figuras, cuchilladas que remarcan las cicatrices de la tela y a la vez desvelan la agresión patológica que sufrieron.
Esta historia natural de la destrucción artística, y de su salvaguarda, tiene mucho que ver con la estética moderna del cadáver, a partir de la imagen turbadora del cuerpo muerto de Laura Palmer rescatada de las aguas en Twin Peaks. Las obras de arte son también cadáveres que renacen, obras de naturaleza órfica que han bajado a los infiernos y que pueden salir con una nueva vida, después de haber abandonado temporalmente el silencio del depósito.
Lo que más impacta de esta exposición es que nos demuestra que la cicatriz es una parte sustancial de la representación artística. La cicatriz es la prueba de la mutación permanente de una obra, de su capacidad de ser a la vez cadáver y regeneración. Las cicatrices son esenciales en el cine de la modernidad, desde que Alain Resnais nos mostró, al inicio de Hiroshima mon amour, una ciudad con heridas abiertas que se extendían a los cuerpos de sus supervivientes. Es exactamente esta relación entre cicatriz, destrucción y renacimiento lo que palpita en esta invitación a repensar las funciones constructivas de un museo contemporáneo.
La cicatriz es la prueba de la mutación permanente de una obra, de su capacidad de ser a la vez cadáver y regeneración