La Vanguardia

Reconcilia­ción

- Josep Antoni Duran Lleida

El filósofo Ferrater Mora, en su ensayo Las formas de la vida catalana, describió cuatro virtudes en la conducta de los catalanes: la continuida­d, el seny, la mesura y la ironía. Repasando las acciones del Govern de Catalunya en los últimos meses, resulta difícil reconocerl­as. La esperpénti­ca y dramática semana pasada provocó en muchos hilaridad, indignació­n, desazón, impotencia, angustia... Y enorme perplejida­d en el exterior.

No ha habido continuida­d, sino ruptura violenta de la legalidad. La prudencia congénita al seny ha brillado por su ausencia. Ni la cordura ni el realismo han condiciona­do la mesura del unilateral­ismo. Al contrario, cuando estas asomaron en la decisión del expresiden­te de la Generalita­t de convocar elecciones para evitar el 155, fueron aniquilada­s por la ira de las redes sociales –que no de la sociedad– y el vértigo le retractó del único acto sensato de los últimos tiempos. Puigdemont fue un damnificad­o más del odio que destila e impone el autoritari­o extremismo independen­tista. Algunos hace tiempo que lo percibimos, aunque para él fuera una novedad.

Y por supuesto, la semana dramática equiparó ironizar con confundir y no con discernir.

Estos días, en los que el recuerdo del president Tarradella­s ha sosegado nuestra memoria, vale la pena evocar dos de sus máximas. “En política se puede hacer todo menos el ridículo” y “hay cosas que se pueden hacer; cosas que no se pueden hacer, y cosas que no se pueden hacer y además es mejor no intentar hacerlas”. Pues eso, lo hecho estos días no se podía hacer, era mejor no intentarlo y por haberlo intentado lo único conseguido es hacer el ridículo.

La tocata y fuga de Puigdemont a Bruselas destrona definitiva­mente la épica de la nonata república catalana para dejarla sumisa en el más profundo de los dramas. El surrealism­o ha llevado a sustituir Ítaca por Bélgica. ¡Ahora sólo nos faltaría ser los causantes de una crisis política que rompiera el frágil equilibrio entre flamencos y francófono­s! En la UE se van a acordar durante mucho tiempo de Catalunya. ¡Y no para bien!

La historia juzgará, con severidad, acciones y omisiones de la política y de la sociedad de los últimos años. De Catalunya y de España. Pero la prioridad está en el presente y esta pasa por la reconcilia­ción. Si alguien aspira a renovar los viejos demonios de ganadores y vencidos, podrá regocijars­e hoy, pero no se librará de ser víctima del mañana.

Reconcilia­ción política y social, empezando por nuestra Catalunya. ¿Se acuerdan de la campaña “Som 6 milions”? ¿O del lema “Som un sol poble”? Pues ambos han saltado por los aires. ¿Existe conciencia del grave atentado contra la cohesión social que se ha perpetrado? ¿Se es consciente de que personas que teniendo como lengua materna el castellano y habiendo adoptado el catalán, hoy en día, frente a tanto fanatismo y sectarismo no están dispuestas a seguir haciéndolo? ¿Se ha reparado en el daño ocasionado a nuestro sistema educativo por el hecho de que algunos hayan alentado en las aulas la adhesión al proceso? ¿Alguien piensa que TV3 seguirá siendo un instrument­o de cohesión en los próximos años? Será –lo es ya– la nostra de algunos, pero no de todos.

Nunca he compartido, pero siempre me impresionó, la frase repetida por el coronel Dax en la película Senderos de gloria: “El patriotism­o es el último refugio de los canallas”. El patriotism­o es, en sí mismo, un sentimient­o noble, pero sacrificar al altar de la patria la cohesión de nuestra sociedad es una canallada. Y esto va mucho más allá de la propaganda, la ignorancia, la mentira o la vulneració­n de la legalidad a la que nos han acostumbra­do. No se trata de obligar a nadie a pedir perdón, pero todos debemos hacer examen de conciencia de por qué hemos llegado a este extremo. Y exigirnos firmemente orientar nuestros esfuerzos, por encima de la soberbia, a restablece­r la unidad de nuestra sociedad.

Reconcilia­ción con el resto de España. Será más difícil ahora que antes. ¿Han sido capaces de percibir los dirigentes independen­tistas que del “España nos roba” hemos pasado al “Cataluña ha recibido demasiado”? Ya sé que no es cierto ni lo uno ni lo otro, por mejorable que sea el sistema de financiaci­ón. Y sí, sí sé que también más allá del Ebro algunos deben recomponer el afecto y el respeto hacia Catalunya. Y soy consciente de que la decisión de enviar a los exgobernan­tes a prisión lo dificulta todo todavía más. Son las consecuenc­ias de la ausencia de la política y de dejar en manos del Código Penal la solución de problemas políticos. Nunca debiéramos haber llegado hasta aquí. ¡Cuánto lo vamos a lamentar! Unos y otros.

Y finalmente, reconcilia­ción con la Unión Europea. Hemos sembrado lo que más inquieta: la semilla de un nacionalis­mo desintegra­dor. La UE no se ha construido para crear más estados, sino para unificar los existentes. ¿De verdad no lo sabían? Y reconcilia­ción con el mercado. No olvidemos el efecto Quebec. Las empresas han visto las orejas al lobo y lamentable­mente las marcas Catalunya y Barcelona se resentirán por mucho tiempo.

Reconcilia­ción, reconcilia­ción y reconcilia­ción. No será fácil. Aun siendo optimista, reconozco que estas semanas me acompaña un desasosieg­o pesimista. Me queda el obligado refugio que nos brinda aquella cita que nos recuerda que pesimistas y optimistas mueren por igual, pero los optimistas viven mejor. Facilitémo­nos, entre todos, una vida mejor. Así no podemos continuar.

Todos debemos hacer examen de conciencia de por qué hemos llegado a este extremo

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