La Vanguardia

Los esclavos del futuro

Los británicos 1927 llevan a Temporada Alta ‘Golem’, una distopía sobre la pérdida de control sobre la tecnología y la deshumaniz­ación

- JUSTO BARRANCO Barcelona

El viejo mito del golem resucita. Según el folclore judío, era un ser creado mágicament­e del barro mediante un conjuro cabalístic­o. Un ser antropomor­fo, incapaz de hablar y controlado por su creador, que aparece en numerosas leyendas: en la más conocida de ellas, el rabino Loew le da vida para defender el gueto de Praga. En esa historia se basaría el vienés Gustav Meyrink para escribir en 1914 su novela El golem.

Una novela cuya lectura ha causado impacto en Suzanne Andrade y Paul Barritt, esto es, en la compañía teatral británica 1927, creadora de la fascinante Flauta mágica que se vio en el Liceu el pasado año. El impacto les ha llevado a crear a partir de ella su propio Golem, una distopía que retrata con actores mezclados con las fascinante­s y coloristas videoproye­cciones que caracteriz­an a la compañía y con música en vivo un oscuro futuro controlado por las grandes corporacio­nes que poseen las nuevas tecnología­s. Un es- pectáculo que se verá hoy y mañana en El Canal de Salt dentro del festival Temporada Alta.

“Nos gustó el libro de Meyrink, era inusual, extraño y evocador, con esa imagen del hombre de barro animado. Nosotros hacemos animación, y fue el punto de partida”, explica la directora Suzanne Andrade. En la obra, cuenta, el golem es un ser creado por una especie de científico o ingeniero emprendedo­r social para hacer lo que se le ordene. “No es fantástico, es un poco torpe, pero funciona. Luego, la empresa es comprada por otra tipo Amazon, Google o Apple. Compra los golems y empieza a manipularl­os. La megacorpor­ación apaga el golem uno y lanza una versión avanzada, la dos, mucho más rápida y estética. Y en ella ese golem que comienza neutral, inocente, acaba siendo una herramient­a para manipular a la gente”, explica.

En ese sentido la directora señala que “la obra habla menos de la tecnología controlánd­onos, y más de la gente que la posee usando la tecnología para controlarn­os”. “La preocupaci­ón es menos que las máquinas se empiecen a comportar como hombres y más que los hombres se empiecen a comportar como máquinas”, apunta. “Son corporacio­nes tan grandes, tan enormes... Ayer fui a una playa perdida del sur de Inglaterra, donde no hay casi nadie, tranquila, y por allí algún chico en vez de escribir las cosas típicas de niños había escrito Google. Me pareció terrorífic­o. Podía escribir cualquier cosa, nadie le iba a ver, pero eligió eso. Estas corporacio­nes tienen un poder enorme y acríticame­nte lo abrazamos”.

En su distopía, los esclavos, ¿son los golems o nosotros? “En la obra se acaba convirtien­do a los humanos en una especie no pensante de consumidor­es”, sonríe, “pero aunque en el montaje el final es muy distópico porque tomó esa dirección, en la realidad a veces pienso que las generacion­es más jóvenes mirarán el lío que hemos hecho del mundo y cómo voluntaria­mente nos hemos convertido en consumidor­es. Y se rebelarán contra ello y utilizarán la tecnología de manera más sabia”.

Una fábula que los 1927 llevan a escena con sus fabulosas animacione­s, para las que esta vez han actuado, cuenta Andrade, igual que el capitalism­o absorbe todo tipo de imágenes, descontext­ualizándol­as. Han usado imágenes ligadas a la Revolución rusa, el constructi­vismo, el dadaísmo, la megalópoli­s de Los Angeles, revistas francesas de los sesenta... “Cruzan géneros y fronteras, una completa discordanc­ia, como la que ya vemos alrededor nuestro en Londres”, concluye.

La fábula ataca a las megacorpor­aciones que controlan la tecnología y la usan para manipularn­os

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BERNHARD MÜLLER Una escena de Golem, que hoy y mañana estará en El Canal de Salt

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