El tiempo y su enormidad
A ghost story
Dirección: David Lowery
Intérpretes: Rooney Mara, Casey Affleck, Rob Zabrecky
Producción: EE.UU., 2017. 87 m. Drama sobrenatural. A ghost story es pura melancolía. Un ejercicio de introspección fantasmagórico de aparente y desarmante sencillez, donde lo que pasa, pasa más en nosotros mismos. Estamos ante un maravilloso poema en imágenes sobre algo tan inasible como es el tiempo y su enormidad.
Arranca como la historia de una pareja sin nombre, rota por la muerte. Donde la víctima vuelve, como un fantasma, ligada a los recuerdos de ambos y al lugar en el que convivieron. En la estela de su sábana, que el fantasma arrastra lentamente como alma en pena que es, nos asomamos al abismo de la pérdida y, de paso, a toda la indiferencia que genera a su alrededor. Los fantasmas son invisibles; la vida sigue. Y su deambular tiene un no sé qué de naturaleza musical, como si fuera, los melómanos me entenderán, no sé, la Sonata para violín y piano de César Frank o así. ¿Les he dicho que estamos ante una gran película ?
Un filme que no será del gusto de los inquietos ni de los impacientes, y que tampoco parece la mejor opción para una noche festiva de Halloween. Pero que a poco que tenga su oportunidad, sepan que se les quedara en el alma, ya digo, como a uno se le ha quedado –como un hermoso recuerdo quizá– desde el pasado Festival de Sitges.
Rooney Mara, su primer plano constante, es ya un poema en sí mismo. Intuimos al fantasma observándola, carcomido por la pena. Y sabemos que bajo esa sábana cada vez más raída y sucia está –o debería estar– Casey Affleck, el oscarizado protagonista de Manchester by the sea que aquí lleva su habitual tono de perfil bajo hasta hacerse invisible, un mero espectro.
La última vez que uno vio suelto ese tipo de fantasma vintage, por definirlo de alguna manera, de sábana blanca y parches negros en los ojos, fue también en Sitges, en Finisterrae (2010), del codirector del Sónar Sergio Caballero. Aquello pareció entonces una osadía: una provocación de compleja inocencia. Esa inocencia que retoma, por el lado romántico, el filme de Lowery. Historia de dolor pospuesto y ritmo moroso, con un tono evocador que exige cierta implicación emocional –una disposición– del que mira.