Las apariencias engañan
Altos, bajos, ligeros y pesados. El espectro de tamaños y formas que adquieren los cuerpos de los deportistas de elite puede llegar a ser tan amplio como el de las personas con las que podamos coincidir en la oficina, en la calle o en el gimnasio. Se le suponen unas piernas bien largas a un velocista. Una delgadez casi extrema a los corredores de larga distancia. Cierto sobrepeso para los luchadores o quienes practican la halterofilia. Y un torso sobredimensionado en los nadadores. Pero incluso ahí, en cada una de las disciplinas, las diferencias resultan muchas veces abrumadoras. El fotógrafo (y oftalmólogo) norteamericano Howard Schatz lo demostraba hace tres años en la magnífica serie de retratos a cincuenta deportistas (o exdeportistas) de disciplinas de lo más dispares.
Todos en bañador (ellas de dos piezas) dibujaban con sus propios cuerpos el abismo que hay, por ejemplo, entre la apariencia casi escuálida de los maratonianos (Joseph Chebet y John Kagwe) y la dionisiaca tipología de los que practican decatlón (Dan O’Brien), las medidas de revista de las saltadoras de altura (Amy Acuff) o la potencia que sugieren los cuerpos trabajados en el triple salto (Stacey Bowers). En esa serie sorprendía también lo pequeña que resulta la gimnasta Tabitha Yim al lado de la también gimnasta, pero de rítmica, Jessica Howard (ahora tristemente famosa tras saberse que fue una de las víctimas de abusos sexuales por parte del doctor Lawrence Nassar). O cómo dentro de disciplinas como la halterofilia el cuerpo se adapta de forma sobrecogedora dependiendo del peso que es capaz de levantar de cada uno: unos resultan casi una lección de anatomía y otros parecen simplemente obesos.
“Otro día te lo piensas dos veces antes de robarle a un campeón de 800”, le soltó al aspirante a ladrón
Desde que me crucé con el trabajo de Schatz me divierte adivinar a qué se dedica o se ha dedicado cada uno. Lo tengo fácil con los nadadores o tenistas, más que nada porque los conozco a casi todos, y los del rugby y lucha (delatados por sus orejas de coliflor). Pero por lo demás suelo fracasar en todos mis pronósticos y más cuando me enfrento al amplísimo catálogo de físicos que ofrece el atletismo. No debo de ser la única si se tiene en cuenta la anécdota que, de no ser porque le sucedió a un compañero, suena a chiste o a invento. Estaba Sergio Heredia sentado en un café de la Rambla apurando los últimos minutos antes de entrar en redacción (entonces en Pelai) cuando un tipo le robó la cartera que había dejado alegremente sobre la mesa. Mi amigo periodista tardó más de la cuenta en asumir que había sido objeto de un hurto, pero en cuanto lo hizo se lanzó en una persecución de película hasta plantarse ¡delante! del pillo. “Otro día te lo piensas mejor antes de robarle a un campeón de 800”, aleccionó al aspirante a ladrón al tiempo que recuperaba su cartera.