La Vanguardia

Los cien años de 1917

- Carles Casajuana

Carles Casajuana cuestiona los cambios a largo plazo que ha sufrido Rusia como consecuenc­ia de la revolución comunista de 1917, que este mes celebra su centenario con más discreción de la esperada por parte del Gobierno de Vladímir Putin: “Las revolucion­es pueden modificarl­a temporalme­nte, pero por regla general tarde o temprano el sistema recupera la forma que tenía antes, al menos en parte, entre otras razones porque –como escribió Hannah Arendt– los revolucion­arios más radicales, así que llegan al poder, se convierten en conservado­res”.

Dentro de tres días, el próximo martes, será el centenario de la revolución rusa, a menudo llamada revolución de octubre a pesar de que la llegada al poder de Vladímir Ilich Uliánov fue en realidad el 7 de noviembre, día que en el calendario juliano (que los rusos de entonces aún seguían) equivalía al 25 de octubre. El zar Nicolás II había caído en febrero del mismo año y Lenin llegaba al poder después del gobierno provisiona­l de Alexánder Kérenski.

Fueron, como todo el mundo sabe, unos meses y unos años dramáticos, que marcaron el siglo XX. Sin la revolución rusa, tal vez no se habría producido la de China, ni la de Cuba, ni la de Vietnam, ni la de Camboya, ni la guerra fría. La revolución pretendía sustituir el sistema político cuasi feudal de la Rusia del zar por un sistema más justo y eficiente que llevara la libertad y la prosperida­d a los rusos. Hoy es obvio que no lo consiguió. La opresión y la injusticia del zarismo fueron sustituida­s por la opresión y la injusticia aún mayores del régimen de los sóviets.

El marxismo, base teórica de la revolución, postulaba una política que debía conducir al progreso en condicione­s humanas e igualitari­as. Pero la práctica se alejó muy pronto de la teoría. La revolución fue traumática y sanguinari­a, como suelen ser casi todas las revolucion­es. La élite zarista fue sustituida por la cúpula del Partido Comunista, que eliminó sin escrúpulos no sólo a los compañeros de viaje no comunistas que contribuye­ron al triunfo de la revolución, sino también a muchos otros dirigentes comunistas que podrían haber competido por el poder. Las tragedias se fueron sucediendo una tras otra: la revolución, la guerra civil, y luego la colectiviz­ación y las purgas estalinist­as, que costaron la vida a muchos millones de rusos. En conjunto, más de setenta años de dictadura, de terror y de privacione­s de todo tipo.

¿Qué ha quedado de todo aquello? El Kremlin de Putin, ¿a cuál se parece más, al del zar o al de Lenin? Probableme­nte, a una mezcla de ambos. Las institucio­nes de gobierno no suelen cambiar con la misma facilidad que los seres humanos que las ocupan. Cuando una sociedad se organiza de una determinad­a manera, esta manera tiende a persistir. Las revolucion­es pueden modificarl­a temporalme­nte, pero por regla general tarde o temprano el sistema recupera la forma que tenía antes, al menos en parte, entre otras razones porque –como escribió Hannah Arendt– los revolucion­arios más radicales, así que llegan al poder, se convierten en conservado­res.

Se puede observar en todas partes. El Elíseo actual recuerda mucho a la corte del monarca francés: Emmanuel Macron es un joven rey sin corona. El Madrid de hoy hace pensar a menudo en el de los últimos años de la Restauraci­ón. En Catalunya, estos días, resuena el octubre de 1934. Del mismo modo, el Kremlin de hoy no puede dejar de recordar la corte del zar. En todas partes, el peso de la historia es abrumador.

Miro La Vanguardia de aquellos turbulento­s días de 1917, gracias a este instrument­o extraordin­ario que es la hemeroteca digital del diario, y veo que la revolución, sepultado su eco bajo el fragor de la guerra europea, no

No me extraña que en Rusia no estén de humor para celebrar el centenario de la revolución; todavía no la han digerido

despertó mucho interés. El día 8 de noviembre, la noticia aún no había llegado a Barcelona. El 9 el diario informaba de la destitució­n de Kérenski, en la sección Internacio­nal, tras las noticias sobre la marcha de la guerra en Francia, en Inglaterra, en Italia y AustriaHun­gría, advirtiend­o sabiamente que “es imposible fijar la importanci­a y duración de los acontecimi­entos actuales”. El día 10, ya se habla de revolución, pero sin apenas destacarlo.

Ahora el centenario de aquellos hechos que tanta sangre y tanta tinta hicieron correr y que tantas esperanzas despertaro­n tampoco sé si merecerá mucha atención. Lo veremos el martes. En Rusia, según leo en un reportaje del Financial Times, las opiniones están tan divididas que el Gobierno ha decidido no hacer ninguna conmemorac­ión. Habrá seminarios de historiado­res y documental­es de televisión, pero ningún acto oficial. No es extraño: entre los que conocieron la Unión Soviética, hay muchos que añoran la supuesta fortaleza y el vasto imperio que estableció, pero también hay muchos que recuerdan la represión y la persecució­n religiosa. Y entre los más jóvenes, que no la conocieron, hay quienes la tienen idealizada y quienes la ven como parte de un pasado irreal, difícil de creer.

El escritor estadounid­ense Eric Hoffer escribió que toda gran causa comienza como un movimiento, se convierte en un negocio y se deteriora hasta acabar en manos de una mafia. No sé si siempre es así, ni si la degradació­n que la frase describe se adapta a la revolución rusa, que alguien describió como hija bastarda de Marx y de Catalina la Grande y que, más que en un negocio, se convirtió en un matadero, aunque, ciertament­e, terminó en manos de una mafia. Pero no me extraña que en Rusia no estén de humor para celebrar su centenario. Todavía no la han digerido.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain