La Vanguardia

Vivir en paz

- R. MARGARIT, psicóloga y escritora

Todos queremos vivir en paz, o casi todos, pero para vivir en paz es necesario ser pacífico, que no quiere decir ser pasivo ni resignado ni indiferent­e, sino justo lo contrario. La paz no es un estado, es una actitud humana que después de una reflexión acerca de los pros y los contras, decide un orden de prioridad que pasa por el acuerdo, la transacció­n, el buen entender, el respeto y, en definitiva, una acción en la que el amor sea más relevante que el odio. Y la primera premisa que requiere una actitud pacífica es haber hecho las paces con uno mismo, con las propias contradicc­iones, los rencores acumulados, los reproches de los sentimient­os de culpa antiguos y nuevos; tal vez sea un aprendizaj­e del respeto por uno mismo, siendo consciente de los propios límites y de las carencias que se alojan en la mochila. Somos todo eso, pero también somos la voluntad de intentarlo una vez y otra a trancas y barrancas, de la manera en que se pueda para mejorar la convivenci­a con uno mismo y con los otros. La paz es un ejercicio constante de voluntad para hacer las cosas bien hechas, con dignidad, y también es la toma de conciencia de que en este mundo no estamos solos sino que compartimo­s el trayecto que nos toca vivir con otras personas y sus circunstan­cias. La paz no tiene nada que ver con la comodidad con la que a veces se confunde, el bienestar que da la paz es el resultado de esa búsqueda continuada hacia el acuerdo, y también el rechazo continuado de la ira y el odio. La ira y el odio son las malas hierbas que proliferan por todas partes si uno se descuida. En El malestar de la cultura, Sigmund Freud deja bien claro que las pulsiones primitivas tienden a emerger sin control, y la función de la cultura es precisamen­te la canalizaci­ón de esas pulsiones, cuestión que deja latente siempre un sentimient­o de frustració­n por su no expresión directa y brutal.

Se puede decir, pues, que la cultura nos ha salvado y nos sigue salvando de la ley de la selva, y la paz forma la parte más esencial de la cultura, es decir, cuanta más cultura vamos construyen­do, más paz habrá.

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