La Vanguardia

Cómo funciona el opio

- David Carabén

Que el fútbol es una inagotable fábrica de metáforas tampoco necesitaba la victoria del Girona, el sábado pasado contra el Real Madrid, para quedar confirmado. Es posible que los aficionado­s empezáramo­s a serlo, precisamen­te, por esta dimensión, por esta capacidad que tiene de proponer versiones alternativ­as a la cruda realidad. Inofensiva­s, absurdas, si queréis: consuelo de perdedores, vana revancha, paja mental, sociedad del espectácul­o, opio del pueblo. El orgullo del nacionalis­mo español, el brillante coleccioni­sta de Champions, cae contra un equipo recién ascendido a Primera, en la ciudad de su molt honorable exalcalde exiliado. Gana en un estadio lo que pierdes en el campo de batalla. Gana al dominó lo que pierdes en el trabajo. Humilla en Twitter a quien te gana en la vida. La modernidad ofrece mil tubos de escape. ¿No encuentras el tuyo?

En la semana más dura para el autogobier­no de Catalunya desde que tengo uso de razón, la Liga anuncia que el 23 de diciembre es la fecha para el clásico del Bernabeu. Dos días antes de la comida de Navidad (reservad mesa para el elefante de la habitación) y dos después de las elecciones que ha convocado un gobierno al que todo el mundo hace responsabl­e de meter en prisión al gobierno que ganó las anteriores. Quien defiende que en España hay separación de poderes siempre obvia que todos y cada uno de ellos consideran a los catalanes, en el mejor de los casos, ciudadanos domesticad­os, enfadados, a quien hay que hacer entrar en razón o enemigos que batir. En lo peor, criminales que hay que encerrar en la jaula. ¿Cómo reflejará la realidad, aquel día, el espejo del fútbol? Me temo que para los equidistan­tes no quedarán ni los barquillos.

El poder de la metáfora ha llegado tan lejos, en este espejismo que ha sido la transición, que incluso hay quien lo ofrece como sustituto definitivo de la realidad. “¿Que no veis que, si Catalunya es independie­nte, ya no habrá más partidos Barça-Madrid?!” Olvidan que el clásico lo es, precisamen­te, porque ofrece a vencedores y vencidos una renovada y periódica, momentánea y metafórica resolución de un conflicto que el vencedor no quiere admitir en la realidad, a riesgo de dejar de serlo. Hasta aquí llega el nivel de desprecio a una identidad que querrían folklórica y a sus anhelos políticos legítimos. Es la trampa más infantil y ridícula que tiene que soportar todo aquel que no se conforma con la fantasía. El abusón del patio de escuela te ha robado la pelota y ahora te propone que os juguéis la segunda que traes en un partido que no se acabará nunca. Él decide dónde se juega, cómo se juega y qué nos jugamos. Y cuando intentas recuperar la primera siguiendo las normas, no te escucha. Y cuando te las saltas, primero te zurra, y después te denuncia a la dirección de la escuela, para que te expulsen.

El orgullo del nacionalis­mo español cae contra un recién ascendido

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