La Vanguardia

Depredador­es sexuales del cine

LA LEY DEL SILENCIO SE DEROGA EN HOLLYWOOD: ACTORES Y ACTRICES DENUNCIAN EN PÚBLICO EL ABUSO Y EL ACOSO SEXUAL QUE HAN SUFRIDO EN MANOS DE PRODUCTORE­S, DIRECTORES Y ACTORES

- PERE SOLÀ GIMFERRER Barcelona

En Hollywood hay un mal endémico: la existencia de hombres que desde su situación de poder creen que pueden solicitar o forzar favores sexuales, acosar y abusar con total impunidad. Sólo hay que echar la vista atrás y ver la historia de la industria. Marilyn Monroe ya advertía que había mucho “vicioso y retorcido” que contemplab­a el mundo del cine como un “prostíbulo” en el que hacer aquello que quisiera, y una actriz secundaria de los cincuenta como Marigold Russell aconsejaba a las recién llegadas que siguieran tres reglas si no querían acabar siendo víctimas de las fauces de los depredador­es. Advertía que hicieran todas las reuniones en despachos y en horario de oficina, que pasaran todas las invitacion­es y ofertas a sus agentes, y que nunca dieran su número de teléfono personal. Era la forma de evitar los llamados “castings de sofá”, en los que los papeles se intercambi­aban por favores sexuales. Y, después de escuchar las acusacione­s que rodean al productor Harvey Weinstein, queda claro que los consejos mantienen su vigencia.

La caja de Pandora se abrió el pasado 5 de octubre cuando The New

York Times destapó un secreto a voces: que Weinstein, productor de

Pulp fiction, Shakespear­e in love o El discurso del rey, era un depredador sexual que había violado entre otras a la actriz italiana Asia Argento. Gwyneth Paltrow, Angelina Jolie y Cara Delevingne decidieron completar el relato, reconocien­do abiertamen­te que también habían sido víctimas del acoso sexual de Weinstein al inicio de sus carreras. Las víctimas están hartas de tener miedo y callar mientras los consumador­es del delito mantenían sus carreras intactas como Weinstein, que, antes de ser despedido en octubre de The Weinstein Company, tenía el récord de agradecimi­entos en los Oscars sólo por detrás de Steven Spielberg.

Solamente esta semana hay cuatro nuevos casos que acaparan titulares: los actores Dustin Hoffman, Kevin Spacey y Jeremy Piven, además del director Brett Ratner. Sobre Piven pesan dos acusacione­s de

acoso sexual en el trabajo mientras estaba en la cresta de la ola por la serie Entourage, por la que obtuvo tres premios Emmy y un Globo de Oro. De Ratner horroriza la confesión de Natasha Henstridge (Species), que ha confesado que el director de X-Men: La decisión final la forzó a practicar sexo oral cuando tenía 19 años, y de Olivia Munn (The newsroom), que ha afirmado que Ratner se masturbó delante de ella. Sobre Hoffman pesan las acusacione­s de la escritora Anna Graham Hunter, becaria en La muerte de un viajante en 1985 cuando ella tenía 17 años y Hoffman, 48. Durante el rodaje le pidió un “clítoris” para desayunar, masajes y le manoseó el culo en repetidas ocasiones. El actor ha respondido con una disculpa: “Siento el máximo respeto por las mujeres y me siento terrible por cualquier cosa que haya podido hacer que la pusiera en una situación incómoda”.

Un mea culpa similar es el de Kevin Spacey, que no recuerda una fiesta que celebró en su casa en los ochenta y donde estaba invitado Anthony Rapp (Star Trek: Discovery), que entonces trabajaba en Broadway como él. Allí Spacey le quiso seducir ¿El problema? Que Spacey tenía 26 años y Rapp, solamente 14. Por si acaso, ha pedido disculpas por lo ocurrido, culpando al alcohol, y aprovechan­do el momento para salir del armario, un oportunism­o muy criticado por la comunidad LGBT por relacionar homosexual­idad y pederastia. ¿No reconocía ser homosexual para recibir Oscars por Sospechoso­s habituales o American beauty pero sí cuando se destapa que acosaba menores. Desde las palabras de Rapp, Netflix ha decidido anunciar que la sexta temporada de House of cards es la última y ha paralizado el rodaje para responder las preocupaci­ones del equipo que rodea a Spacey.

Estas consecuenc­ias de Spacey sorprenden en una industria que no suele tomar medidas. Sólo hay que ver las carreras de Roman Polanski o Woody Allen. O ver que el cómico Bill Cosby sigue en libertad después de que más de sesenta mujeres le hayan acusado de violarlas después de sedarlas. O ver que el director Bryan Singer (responsabl­e de la franquicia de X-Men) está rodando un biopic de Freddie Mercury tras recibir una demanda colectiva en el 2014 encabezada por el actor Michael Egan III, que argumentab­a que le había drogado y había abusado de él con 15 años, un mes después de recibir otra demanda por abusos sexuales. O ver que Casey Affleck había sido demandado en el 2010 por la productora Amanda White y por la directora de fotografía Magdalena Gorka por acoso sexual (demandas que resolvió con compensaci­ones fuera de los juzgados) y recibía el Oscar al mejor actor por Manchester frente al mar el pasado febrero.

Lo más triste es que, mientras se escriben estas líneas, probableme­nte hayan aparecido nuevas víctimas de esta enfermedad de la que Hollywood solamente representa la punta del iceberg.

Marilyn Monroe ya advertía que había viciosos en Hollywood que veían la industria como un “prostíbulo”

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