La Vanguardia

Fe y turismo en la catedral luterana

- MARÍA-PAZ LÓPEZ

Una de mis vistas preferidas de Berlín se encuentra en la muy céntrica y transitada zona de la Isla de los Museos, y es la que se obtiene apuntando la mirada hacia la fachada de la catedral luterana desde el Lustgarten (literalmen­te: jardín del placer), ese gran rectángulo verde habitado a la par por turistas y residentes que pasa por ser el jardín más antiguo de la ciudad. Por detrás de la catedral, en el flanco derecho de la monumental cúpula, se ve asomar el pirulí enhiesto de la torre de la televisión de Alexanderp­latz, que queda varias calles más allá. No ha sido el caso en esta semana de nubes y lluvia, pero en esos raros y gloriosos días berlineses de cielo azul total y frío taladrante, las siluetas de la catedral y de la lejana torre televisiva parecen cortadas a cuchillo. La catedral berlinesa (Berliner Dom) es la iglesia protestant­e más grande de Alemania. Como tantos otros edificios religiosos europeos, empezó siendo pequeña –en el siglo XVI era una iglesia dominica, reconverti­da en catedral en 1750–, y fue creciendo y modificánd­ose conforme adquiría relevancia política. A finales del siglo XIX, la dinastía de los Hohenzolle­rn –con el imperio alemán recién unificado en 1871 gracias a los desvelos del canciller Bismarck– se dijo que la modesta catedral que había reformado el arquitecto Karl Friedrich Schinkel a principios de ese siglo (es decir, la tercera versión del edificio), ya no reflejaba las aspiracion­es de la pujante monarquía.

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