“Oigo a demasiada gente hablar en nombre del pueblo y no me gusta’’
El periodista Queco Novell (Barcelona, 1963) decidió un día dejar la crónica política que realizaba para TVE y enfundarse el traje de imitador que lo ocupa desde hace más de una década en el exitoso programa de sátira
Polònia. Habla en pleno tsunami político por la cuestión catalana.
La sombra de la intervención de TV3 a través del artículo 155 sobrevoló el Polònia. ¿Temió que lo eliminaran?
La grabación del jueves en la que Puigdemont dudó entre elecciones o DUI fue la más histérica en doce años de programa. Fue un caos, trabajamos con un guión casi improvisado pero el resultado fue espectacular. El país necesita reír y curiosamente busca la risa en un programa que habla de política. El millón de espectadores que tuvo aquel Polònia es un dato para reflexionar de cara a hipotéticas intervenciones en la televisión pública catalana.
Mariano Rajoy es de los pocos personajes que duran desde el principio del programa. ¿Su imitación ha evolucionado?
Hemos aprendido a hacerlo bien. Viendo antiguos Rajoys pienso que ahora sales con eso y te matan. Antes no le encontraba la gracia a interpretar a Rajoy. Hasta un día concreto, durante la parodia de la escena de los hermanos Marx, la de “más madera es la guerra”. Admiro mucho a Groucho y aquel día haciendo de Groucho-Rajoy pensé: “Sí, va por aquí”.
Su Rajoy ayuda a desacralizar el momento político.
Hace un mes que me está costando interpretar a Rajoy. La actualidad nos pesa a todos. Nos está afectando las vidas personales y profesionales. Y Polònia es un lugar de trabajo. Allí nos pintamos la cara para interpretar a las personas que nos están condicionando la vida. Desde finales de septiembre me cuesta parodiar a Rajoy. Alguna vez siento incomodidad al hacer reír haciendo de él.
Usted encarna al paradigma de lo que está pasando: dos presidentes, Puigdemont y Rajoy, que no pueden encontrarse porque los interpreta la misma persona. Por eso los de verdad no se encuentran: porque el gag de Polònia sería imposible (ríe). La vida me ha llevado a interpretar a los dos personajes más antagónicos de la historia de la política española. En el plató, caracterizado de president, me recriminaron que el de verdad pudiera convocar autonómicas. Algunos compañeros me gritaban “Puigdemont, que te has rajao”. Y yo “dejadme en paz que no soy Puigdemont” (ríe). Y en la calle me preguntan: “President, ¿qué pasará?”.
En el informativo en catalán de TVE a finales de los 80, firmaba como Francesc Novell. ¿Su experiencia en la información general es un grado para imitar políticos? Algo queda. En el plató estos días estoy excitado. Por deformación profesional cuando pasan cosas importantes en el país me entra aquel punto de excitación que les entra a los periodistas en días así. Era como estar en un dispositivo electoral. Hay mucho periodismo en Polònia.
¿Se imagina su vida capicúa, volviendo a hacer un telediario serio?
No sé si me verían en un informativo al uso. Pero hacer actualidad sin máscara, sí. Acabo de hacer de periodista en Patria(s), un documental para explicar lo que pasa en Catalunya para Euskal Telebista. Allí he podido ir del blanco al negro pasando por los grises. Soy muy de grises. Me lo pasé mejor entrevistando a no políticos que a políticos.
Hubo intentos de su productora, Minoria Absoluta, para consolidarse con programas de humor en cadenas estatales. Ni Mire usté
ni La escobilla nacional triunfaron. ¿Nos reímos de cosas distintas catalanes y españoles?
No supimos conectar con un tipo de humor que gusta fuera de Catalunya. También maltrataron el día y hora de emisión. Pero es cierto que no sabíamos tanto y apuntamos mal, pero no le veo connotación política. Aquí también gustan mucho Los Morancos. No comparto lo del humor catalán y el humor español, creo en el humor universal.
¿Qué le hace reír a usted?
Las cosas que pretenden hacer mucha gracia a mí no me la hacen. Río con Fargo, una serie negra negrísima, de humor negro, que muestra lo patético que puede ser el ser humano. Con la tele no me río demasiado. Con el Polònia me reí mucho los dos meses que me rompí la clavícula y no pude hacerlo.
¿Quizás Polònia ya hace más pensar que reír?
El Polònia posterior al 1-O no hacía reír. Fue el más ácido y amargo que jamás hemos hecho. Y a mí me encantó. Reírse está bien, pero me gusta que a media risotada se me congele la risa. Que no sepas si reír o llorar. Eso en cine, teatro o literatura me encanta. Que te sorprendas preguntándote: ¿de qué te ríes?
En el teatro, como actor, interpretó
el monólogo Confessió d’un
expresident.
He recordado muchos fragmentos de aquella pieza. El expresidente al que interpreto se vanagloria: “Conozco mucho al pueblo, no a la población, eh? Eso son muchas personas y no las conozco a todas. Pero del pueblo puedo hablar porque lo conozco muy bien. Soy un hombre del pueblo”. En estos días oigo a demasiada gente hablar en nombre del pueblo. Y no me gusta.
Le queda tiempo para participar en tertulias de TV3. Con lo ácidas que han sido sus parodias de los tertulianos.
Y no me encuentro a gusto en ese papel. Me sorprende la capacidad del tertuliano para hablar de todo. Estoy incómodo, en periodo de prueba. Me sorprende cómo saben cortarte, elevar la voz, ofenderse. Es una virtud que no tengo.
¿Cree que confunden diálogo y dialéctica?
Es que ahora está de moda que se hagan los ofendidos. Cuando sueltan el mantra “por favor, ¿puedo acabar? Yo no te he cortado”. Hacerse el importante, hacer un Marhuenda. Pero las consumo. Y hago un juego: con un tertuliano en mis antípodas ideológicas trato de ver en qué coincido con él. Y me sorprendo viendo que en algo pensamos igual. Con este ejercicio te abres.
Acaba de dar la solución al problema político catalán.
Los políticos no pueden hacerlo. Cuando hago este juego en mi casa no me van los intereses personales ni políticos y a ellos sí. La solución es un referéndum con garantías, sino esto no se acabará, ni con el 155. Hay un mínimo de dos millones de personas en este país que están desconectadas de España.
En Polònia han visto pasar cuatro presidentes de la Generalitat. Son como el conserje del ministerio que ve pasar ministros y se queda. ¿Teme que se acabe despersonalizando a los políticos?
Se tienen que relativizar. Durante el tiempo que hice información política me acostumbré a mirar con distancia a los políticos. Conocí a algunos que me decían una cosa en privado y en público, otra. En los informativos ya no me creo el corte de voz del político. Lo que le pasa al país es importante, pero lo realmente importante es que te hagas unos análisis médicos y te salgan mal. No me da la gana de vivir en modo drama. Tengo ganas de ser independiente para dejar de pensar en patrias.
¿Los políticos siguen quejándose del Polònia?
Tengo la conciencia bien tranquila. Desde el primer día el director Toni Soler nos advirtió: “Aquí todos reciben, tenemos que ser equitativos en las bofetadas. Comenzando por el gobierno que aprobará los presupuestos de los que saldrá nuestro sueldo”. Si repartimos al gobierno, tendremos legitimidad para repartir a la oposición. Sin eso nos limitaríamos a hacer reír.
Hubo críticas al gag de RajoyHitler parodiando la película El
hundimiento. ¿Se autocensuran?
Me gustó mucho hacerlo. Me pidieron que viera muchas veces esa escena porque la querían igual. Hubo gente que se enfadó. Y ya está. No hubo debate en la calle. A la semana siguiente sacamos a Toni Soler de Hitler para demostrar que no pasaba nada. Pero echamos atrás algunos gags. Los mejores no se han emitido.
Polònia puede ser como el Saturday Night Live que lleva 42 años de parodias en la TV americana. ¿No acabará nunca?
Me encantaría dentro de veinte años seguir viendo Polònia con otros actores y otros personajes. Bueno, quizás alguien seguirá haciendo de Mariano Rajoy.
“En el ‘Polònia’ hay mucho periodismo aunque descartamos gags; los mejores no se han emitido” “Desde finales de septiembre me cuesta parodiar a Rajoy, siento incomodidad haciendo reír con él”