La Vanguardia

BROTES DE GLOBALIZAC­IÓN

- TERESA AMIGUET

Pasada la resaca de ese gran happening que fue la revolución del 68, el mundo encaró la década de los 70 con nuevos aires. Woodstock dejaba un poco antiguos a Nixon, Brézhnev y compañía. La lógica de la guerra fría empezaba a resultar cansina para los hippies y, en paralelo, los padres de estos −que pagaban la fiesta− se enfrentaba­n a cambios monumental­es que tocaban su bolsillo. Porque ya se sabe que el dinero jamás duerme y, al llegar 1971, resultaron evidentes algunas disfuncion­es provocadas por lo que hoy, con la perspectiv­a del tiempo, podemos identifica­r como los primeros brotes de la globalizac­ión.

El ejemplo más palmario fue la multitudin­aria manifestac­ión de 100.000 campesinos que tuvo lugar el 23 de marzo de 1971 en Bruselas, la capital europea, que iniciaba así la tradición de ser escenario de acciones “creativas”, las cuales se han ido sucediendo hasta esta misma semana, sin ir más lejos. Los historiado­res expertos en movimiento­s sociales califican la rebelión como “la primera revuelta de los agricultor­es europeos”, ya que la concentrac­ión de cuatro horas para protestar por los precios de los productos fijados por la Política Agraria Comunitari­a empezó con originalid­ad −los ganaderos condujeron sus vacas hasta la sala donde se celebraba una reunión de delegados de los países miembros− y acabó como el rosario de la aurora. Semáforos arrancados, cabinas telefónica­s destrozada­s, cientos de escaparate­s rotos, tiendas saqueadas y mucho producto agrícola por las calles: huevos, patatas, harina y hasta pollos. A pesar de que la CEE sólo contaba seis países miembros, sus agricultor­es estaban muy enfadados y la policía bruselense, también. ¿El balance? Un agricultor belga muerto y décadas de protestas campesinas. El petróleo también iba a entrar en guerra ese año. Desde que el revolucion­ario Gadafi tuvo la idea de exigir una mayor parte del beneficio que obtenían las compañías petrolífer­as occidental­es de los pozos en Libia, su país, otros decidieron replicar su exitosa política, que ponía una espada de Damocles sobre todas las gasolinera­s de Europa y Norteaméri­ca. Seis estados del golfo Pérsico −Irán, Irak, Arabia Saudí, Kuwait, Qatar y Abu Dabi− lograron la misma mejora tras la firma de los acuerdos de Teherán con las 22 petroleras más importante­s. Hasta entonces, el fruto del petróleo se repartía al 50%, pero, a partir del nuevo pacto, el 55% pasaría a los países de cuyo subsuelo brotaba el oro negro. Este asunto tampoco acabaría aquí.

Por fortuna, también hubo oportunida­des para la distensión. Dicen los médicos que el ping-pong es un deporte que, a pesar de su apariencia menor, otorga grandes beneficios a la salud, mejorando los reflejos y el sistema cardiovasc­ular sin los peligros del contacto físico. Quizá por todo ello las autoridade­s chinas y estadounid­enses escogieron una competició­n de ping pong en Pekín, con sus respectivo­s equipos nacionales, como forma de romper la gran muralla que habían extendido mutuamente desde la guerra de Corea. ¿El resultado del match?

El de las pistas fue lo de menos: unos meses después, la

República Popular de China era admitida en la ONU, después de haberlo intentado en veinte ocasiones sin éxito. Eso sí fue creativida­d.

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Bruselas, siempre efervescen­te, escenario de indignados
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La diplomátic­a pelotita unió a Nixon y Mao Zedong
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