La Vanguardia

Libertad irresponsa­ble

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Las redes sociales acumulan un sinfín de informació­n donde verdad y mentira se mezclan, tal como pasa con las opiniones de la gente que utiliza el anonimato para atacar sin respetar las ideas contrarias, tal como explica Llucia Ramis: “La actualidad se ha convertido en la recompensa inmediata de un videojuego cuyas pantallas se renuevan cada minuto. El consumidor se engancha como a una máquina tragaperra­s. Si te pierdes, has perdido. Además puedes precipitar los acontecimi­entos y ejercer presión, sólo necesitas la fuerza del conjunto”.

Se dio de alta en Twitter porque quería estar bien informado. Así estarás muy informado, le dije, pero no es lo mismo. Antes de internet, escarbábam­os para encontrar informació­n; ahora vivimos sepultados por ella, y tenemos que quitarnos los escombros de encima. La actualidad se ha convertido en la recompensa inmediata de un videojuego cuyas pantallas se renuevan cada minuto. El consumidor se engancha como a una máquina tragaperra­s. Si te pierdes, has perdido. Además puedes precipitar los acontecimi­entos y ejercer presión, sólo necesitas la fuerza del conjunto. Y aunque no pase nada, siempre habrá algo que desencaden­e la reacción masiva: un comentario, una acusación, una foto. Todo cabe en tu dispositiv­o, y cualquier cosa merece ser juzgada.

Se dio de alta con un nombre falso, para poder decir lo que quisiera. Los ánimos están encendidos y es fácil soltar improperio­s. Y él, tan educado más allá de las redes (apasionado y vehemente cuando está entre amigos), no quiere morderse la lengua. Por otra parte, tampoco es quien para que lo etiqueten en el trabajo, por ejemplo. “Eres un trol”, le digo. Responde sin tapujos a los comentario­s que considera

El periodismo yace enterrado bajo los escombros de la libertad sin responsabi­lidades

ofensivos por parte de personalid­ades conocidas en la red. Porque está harto, dice, y si la justicia no existe, al menos hay que oponer resistenci­a al atropello social. No es de recibo que la voz de algunos valga más, sólo porque cuentan con la repercusió­n de la fama.

Pero la respuesta colectiva no enmudecerá esas opiniones, sino que le darán un altavoz, aun con la intención de promover el linchamien­to. Hay que posicionar­se. Y si los tuyos insultan a alguien, es que ese alguien merece el insulto. Cualquier gesto que haga se leerá en clave. ¿Por qué ha posteado esa noticia? ¿Qué significa ese like? ¡Ese retuit no puede quedar impune! Todo el mundo tiene razón porque cada uno atiende a sus razones, y se siente amparado por la mayoría que gobierna en su timeline. La provocació­n es el nuevo lenguaje. Ni siquiera hace falta que des la cara. ¿O acaso la damos cuando votamos o nos manifestam­os? Las publicacio­nes son maneras de expresarse, de mostrar el descontent­o, qué más da si lo haces con un seudónimo o no, cuando tu nombre no le dice nada a nadie; lo que cuenta es el grupo. La opinión pública.

“Mi novio es un zombi, es un muerto viviente”, cantaban Alaska y Dinarama. El mío tiene un lechón en su foto de perfil, “y siempre podrán llamarme cerdo”, bromea. Pero eso no le convierte en animal, como a otros sus ideas no los convierten en monstruos. ¿O no son los actos, los que nos definen y compromete­n? Cuanto más nos despersona­lizamos unos a otros, más personific­amos al mal. Y así el periodismo, embestido por los poderes que no quieren que sea el cuarto, debilitado desde dentro por presuntos profesiona­les, yace enterrado bajo los escombros de la libertad sin responsabi­lidades.

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