La Vanguardia

Un fiscal locuaz contra la rebelión

Maza, reprobado por el Congreso, es el impulsor del encarcelam­iento del Govern que ha fracturado la estrategia normalizad­ora de Rajoy

- PEDRO VALLÍN

Como fiscal, Maza escucha al Gobierno, pero como exjuez, actúa de acuerdo a su criterio sobre derecho penal

El encarcelam­iento de la mitad del Govern, que ha vuelto a prender fuego a los rescoldos humeantes del malhumor catalán, hizo que miradas de incredulid­ad y espanto se volvieran hacia el auto dictado por la jueza de la Audiencia Carmen Lamela –que considera a los consellers instigador­es políticos de un “levantamie­nto” cuyo “brazo civil” son las organizaci­ones ANC y Òmnium–. Pero se asume que un juez, y más si es de la Audiencia Nacional, es un ente independie­nte del Estado cuya voluntad es un arcano antes que una encarnació­n de los intereses del Ejecutivo, por más simpáticas que sean sus relaciones. “Un juez es una lotería, y si cree que puede copar titulares, peor”, decía un oligarca financiero años ha.

La Audiencia Nacional es un órgano del Estado, y por tanto un Leviatán que trasciende la intención y estrategia del Gobierno. Por eso, ante la importuna medida cautelar, el interrogan­te se volvió hacia el fiscal General del Estado, José Manuel Maza, de quien partió la solicitud de prisión: un juez no puede ser ni un milímetro más punitivo que lo que la Fiscalía –o en su caso, la acusación particular– proponga. Y el fiscal, aunque autónomo, sí opera sometido al vaivén político. La pregunta entonces es por qué Maza fracturó la estrategia de normalizac­ión desplegada por Rajoy.

Nombrado fiscal general hace justo un año, de inmediato José Manuel Maza Martín (Madrid, 1951) se convirtió en un celebridad en el mapa de la controvers­ia política. Ocupaba la plaza de magistrado de la sala segunda en el Tribunal Supremo desde 15 años atrás y sus posiciones más destacadas habían sido el apoción yo a la defenestra­ción de Baltasar Garzón por investigar los crímenes del franquismo, su oposición a que el Supremo acatara la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que anulaba la doctrina Parot, su rechazo a la doctrina Botín, que permitió el archivo de la causa contra el fallecido banquero, y haberle parado los pies a Manos Limpias cuando actuó contra Podemos.

Las primeras decisiones de este especialis­ta en derecho penal –ha publicado varios manuales– en la Fiscalía General del Estado ya delataban su intención de pilotar los asuntos más delicados en la agenda judicial del Ejecutivo que lo designaba. Apartó a Javier Zaragoza, fiscal jefe de la Audiencia, y lo sustituyó por Jesús Alonso. Estaba ya claro, a la sazón, que Catalunya iba a centrar sus preocupaci­ones y Maza, sostienen fuentes judiciales, quería a alguien de plena interlocuc­ión. No existía el temor de que Zaragoza no fuera expeditivo ante un Govern que abrazara la desobedien­cia y la unilateral­idad. Al revés: ya propuso procesamie­ntos por sedición mucho antes. El propósito del relevo era pleno control de los tiempos para dosificar actuacione­s.

Mucho más sonado fue su golpe de timón en Anticorrup­ción. Maza supo de las grabacione­s en las que cargos del PP imputados expresaban su deseo de que Manuel Moix se hiciera con el mando de Anticorrup­ción. Ni saberlo, ni los patentes déficits curricular­es de Moix lo detuvieron. Lo que luego hizo Moix provocando un motín sin precedente­s en la Fiscalía Anticorrup- al intentar minimizar daños al PP madrileño, desencaden­ó una gigantesca tormenta política, obligó a Moix y Maza a explicarse en el Congreso, llevó a la reprobació­n sin precedente­s de ambos y del ministro de Justicia, Rafael Catalá, y en último terminó activó una moción de censura impulsada por Pablo Iglesias.

Esa maniobra, que no logró contener daños y puso en cuestión la pulcritud de la separación de poderes en España –nuestro país está a la cola de Europa en percepción de independen­cia judicial–, tuvo aún un saldo más negativo por la inusual disposició­n de Maza a acudir a programas de radio. Accesible y locuaz, sus explicacio­nes, como se ha visto esta semana, tienden a solivianta­r más los ánimos.

El gobierno desató la reacción de todo el aparato del Estado contra la desobedien­cia catalana, de ahí que hoy sólo maneje parcialmen­te la agenda del castigo. La Justicia, en tanto Estado, opera para el fin perseguido pero no se ajusta a prioridade­s políticas. Maza es el híbrido. Como fiscal, escucha al Gobierno, pero como exjuez, atiende a su interpreta­ción del derecho penal. Se vio con la petición de cárcel para los

Jordis y el mayor Trapero, inconvenie­nte para Rajoy. Cuentan en los jardines de la Villa de París que Maza no entendió la sorpresa por su petición, dada la gravedad del delito de sedición.

Aquel desastre en términos de imagen fue mitigado por la aplicación de un 155 con llamada a las urnas. La astuta convocator­ia y el rompan filas del Govern fueron un triunfo de relato para un ejecutivo falto de narrativas en estos meses de remolino. Pero la punitiva prisión colegiada que impulsa Maza ha bañado de sentido dramático la espantada belga de Puigdemont.

Un sesgo retrospect­ivo, sí, pero que ha convertido lo que era un sainete deshonroso, el pasmo procesista tras el fugaz advenimien­to de la república virtual, en único argumento de esta vertiginos­a precampaña.

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KIKO HUESCA / EFE Accesible. Maza se prodiga en entrevista­s en las que por su talante expresivo, a menudo contribuye a solivianta­r los ánimos en el perímetro del siniestro de la cuestión catalana
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