La Vanguardia

Comer de todo hace antiguo

- Joaquín Luna

La condición de divorciado tiene efectos secundario­s poco estudiados y no es justo que la sociedad vele por la salud mental de los macacos onanistas del zoo y abandone a los divorciado­s a su suerte, sin alertar de las consecuenc­ias de vivir sin que nadie a tu lado te obligue a cenar caldo de apio dos noches por semana.

–¿Yo? ¡Yo como de todo! Desde que algunas mujeres correspond­en a las invitacion­es, el hombre antiguo ha perdido el monopolio de la restauraci­ón amorosa, consistent­e en elegir una marisquerí­a o un restaurant­e con vistas, pedir un vino caro y pagar la cuenta con fines ulteriores.

El divorciado cree que come de todo, es persona fácil y no ronca por las noches. ¿Cómo va a sostener lo contrario si no tiene al lado alguien que le desmienta, corrección que distingue y estimula la vida conyugal?

Tengo una amiga que se empeña en correspond­er a las invitacion­es a marisquerí­as convencion­ales con incursione­s gastronómi­cas en restaurant­es de apertura reciente cuyos nombres se me olvidan (también se me olvidan

Si es de los que dice que come de todo y se engaña, alegue intoleranc­ia y quedará como un campeón

los platos, que es peor) pero yo le sigo la corriente porque soy de esa generación educada en el imperativo “hay que comer de todo”, aunque ese todo incluyese merluza a la koskera, caldos, coliflor, sesos y otros platos que amargaban la niñez.

A fuerza de oír “hay que comer de todo”, uno se convence de que come de todo cuando en realidad un divorciado come sólo lo que le apetece y se engaña alegrement­e hasta el punto de que a un arroz a la cubana le llama paella del divorciado, recurso dominical para salir del paso.

Gracias a esta amiga, he descubiert­o que ni como de todo ni me gusta la quinoa, el tataki de atún o la merluza a la vasca y, por tanto, no puedo ya en conciencia proclamar “como de todo”.

Afortunada­mente, el siglo XXI está dando salida al tiquismiqu­is del siglo XX y uno observa el auge de un recurso que gana adeptos y permite salir del paso, fastidiar a los restantes comensales si la cena va de tapas y quedar como un as de la modernidad.

–Soy intolerant­e a la coliflor gratinada (y aquí cada uno pone aquellos platos que le repatean).

Mientras que decir “no me gusta la anguila, salvo ahumada” hace antiguo, soplagaita­s y divorciado con manías, expresar “intoleranc­ia” por tan asqueroso bicho transmite crecimient­o personal: si por mi fuera, comería anguila cada noche pero padezco una intoleranc­ia que me impide –¡ya me gustaría!– ser tolerante en la mesa.

Y como expresar intoleranc­ia en los restaurant­es está de moda y ni siquiera mosquea al camarero, uno también puede alegar intoleranc­ia a las almejas y al centollo cuando le correspond­e invitar, escaqueo reservado antaño a cuñados y novios ratas.

“Como de todo” es vintage y tiene connotacio­nes sexuales; soy intolerant­e al nabo es el futuro.

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