Comer de todo hace antiguo
La condición de divorciado tiene efectos secundarios poco estudiados y no es justo que la sociedad vele por la salud mental de los macacos onanistas del zoo y abandone a los divorciados a su suerte, sin alertar de las consecuencias de vivir sin que nadie a tu lado te obligue a cenar caldo de apio dos noches por semana.
–¿Yo? ¡Yo como de todo! Desde que algunas mujeres corresponden a las invitaciones, el hombre antiguo ha perdido el monopolio de la restauración amorosa, consistente en elegir una marisquería o un restaurante con vistas, pedir un vino caro y pagar la cuenta con fines ulteriores.
El divorciado cree que come de todo, es persona fácil y no ronca por las noches. ¿Cómo va a sostener lo contrario si no tiene al lado alguien que le desmienta, corrección que distingue y estimula la vida conyugal?
Tengo una amiga que se empeña en corresponder a las invitaciones a marisquerías convencionales con incursiones gastronómicas en restaurantes de apertura reciente cuyos nombres se me olvidan (también se me olvidan
Si es de los que dice que come de todo y se engaña, alegue intolerancia y quedará como un campeón
los platos, que es peor) pero yo le sigo la corriente porque soy de esa generación educada en el imperativo “hay que comer de todo”, aunque ese todo incluyese merluza a la koskera, caldos, coliflor, sesos y otros platos que amargaban la niñez.
A fuerza de oír “hay que comer de todo”, uno se convence de que come de todo cuando en realidad un divorciado come sólo lo que le apetece y se engaña alegremente hasta el punto de que a un arroz a la cubana le llama paella del divorciado, recurso dominical para salir del paso.
Gracias a esta amiga, he descubierto que ni como de todo ni me gusta la quinoa, el tataki de atún o la merluza a la vasca y, por tanto, no puedo ya en conciencia proclamar “como de todo”.
Afortunadamente, el siglo XXI está dando salida al tiquismiquis del siglo XX y uno observa el auge de un recurso que gana adeptos y permite salir del paso, fastidiar a los restantes comensales si la cena va de tapas y quedar como un as de la modernidad.
–Soy intolerante a la coliflor gratinada (y aquí cada uno pone aquellos platos que le repatean).
Mientras que decir “no me gusta la anguila, salvo ahumada” hace antiguo, soplagaitas y divorciado con manías, expresar “intolerancia” por tan asqueroso bicho transmite crecimiento personal: si por mi fuera, comería anguila cada noche pero padezco una intolerancia que me impide –¡ya me gustaría!– ser tolerante en la mesa.
Y como expresar intolerancia en los restaurantes está de moda y ni siquiera mosquea al camarero, uno también puede alegar intolerancia a las almejas y al centollo cuando le corresponde invitar, escaqueo reservado antaño a cuñados y novios ratas.
“Como de todo” es vintage y tiene connotaciones sexuales; soy intolerante al nabo es el futuro.