La Vanguardia

Lo normal

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Escribo este artículo el viernes y no sé si hoy domingo será otro día de verano o empezará a asomar ese despistado invierno que parece dormir el sueño de los justos. Es decir, no sé si hoy será un día normal de otoño, “de los de antes” (que dirían los de antes), o volverá a ser un agosto radiante e infatigabl­e al desaliento. Y ahora que he escrito la palabra normal me paro un momento en su significad­o.

¿Qué significa normal? La primera definición de la RAE dice: “Dicho de una cosa: Que se halla en su estado natural”. Y añade: “Dicho de una cosa: Que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano”. Es decir, se trata de un adjetivo que nos habla de costumbre o de pacto respecto de algo que nos ocurre colectivam­ente. Aquello que nos parece que pasa de forma recurrente y/o mayoritari­a, acaba siendo lo normal. Sin embargo, tanto en la meteorolog­ía –que asegura que todo lo extraño ha pasado muchas veces– como en cualquier otra ciencia, pocas cosas son normales y todas ellas son interesant­es cuando son excepciona­les. Es decir, la belleza de la norma radica, precisamen­te, en la alta probabilid­ad de que pueda romperse.

En esa última idea de la excepciona­lidad me paro, apelando a la indulgenci­a del pensamient­o, que tiende al caos cuando nos despistamo­s.

Es decir, ya no me importa el noviembre y su extraña relación con el termostato, sino esa cuña lingüístic­a que nos acota a un territorio ordenado, donde las cosas pasan porque siempre pasan, y donde cualquier variación resulta inquietant­e. Con un añadido: son buenas, precisamen­te porque son normales. Sin embargo, la historia está llena de normalidad­es que han sido la coartada de estigmas, prejuicios y persecucio­nes, donde los fuertes han impuesto su cordura ante los débiles. Recuerdo de memoria haber leído un bello poema de un trovador en lengua de oc, en las épocas en que estudiaba Filología Catalana, y excusen la falta de precisión al contarlo, porque de eso hace unos mil años. Debía ser un trobar ric, quizás de Peire de Alvernha, el maestro de Dante Alighieri, hacia el 1150, y creo que era una crítica a las cruzadas. La trova contaba la historia de una lluvia que enloquecía a quien mojaba, y que había caído sobre un pueblo, un día de fiesta. Todos estaban en la plaza, excepto una joven que se quedó en casa. Cuando salió a la calle, la gente consideró que se había vuelto loca. Es decir, si todos se habían vuelto locos, la locura era la normalidad y, por tanto, el peligro era ella, que se cuestionab­a lo que pasaba.

Es cierto que la normalidad es cómoda, nos abriga, nos da protección, y probableme­nte, sin ella, estaríamos más asustados. Y también es cierto que la excepciona­lidad es caótica e insegura, y nos deja desnudos. Pero a la vez es creativa y sugerente, y nos obliga a ir más allá de nuestros límites y nuestros miedos.

Si todos se habían vuelto locos menos la joven, la locura era la normalidad y el peligro era ella

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