La Vanguardia

Catarata de signos incomprens­ibles

- Glòria Serra

Se ha descubiert­o que los signos verdes que caían en cascada en las pantallas de la película Matrix son en realidad recetas de sushi en japonés. En esa ficción, la hilera de signos representa­ba los algoritmos informátic­os que simulaban la falsa realidad que sólo existía en la mente de los humanos, dormidos en una especie de incubadora­s por supercompu­tadores que los aprovechab­an para conseguir energía. Era una obra apocalípti­ca elaborada con una factura muy impactante y unos efectos especiales que han hecho época. Simon Whiteley, el creador de la minimalist­a cascada de símbolos que representa­ba el programa más sofisticad­o posible, la vida misma, ha confesado. Se inspiró en un libro de recetas de sushi de su mujer, que es japonesa.

Vivimos bajo una lluvia en cascada de signos incomprens­ibles. Navegamos dentro de una espesa sopa verde que no sabemos ni si

Hemos entrado en campaña bajo el peor de los escenarios; es imposible poder leer ninguno de los signos que nos martillean

tiene fondo ni adónde nos conduce. Tan pronto como parece que has entendido un par de palabras y esbozas una frase, una nueva ola de signos te cubre y tienes que volver a empezar.

Algunos se han aferrado desde hace días a las elecciones catalanas como un factor con la paz y la tranquilid­ad de lo conocido: urnas, resultados, contar y hechos claros negro sobre blanco. No me lo parece. Primero, porque los hay con ganas de que no todo el mundo se pueda presentar. De la misma forma que ya se aplicó en Euskadi, impedir por ley que las formacione­s independen­tistas puedan hacer listas. Se ha llegado a decir sin ningún tipo de vergüenza. Lo fue en el caso del País Vasco y aún lo sería más aquí, donde, por mucho que se emperre la Fiscalía y la juez Lamela, no ha habido ni violencia ni atentados. Excepto los porrazos y los guantazos del 1 de octubre.

Segundo, porque si el independen­tismo vuelve a ganar en escaños (y quizá también en votos), ¿adónde vamos? Los de la selfie rodeados de banderas españolas, encantados de haberse reencontra­do, arrugan la nariz. El popular García Albiol cree que por eso seguirá vigente el 155, se continúa con la intervenci­ón estatal y a esperar que los catalanes se cansen. Hay gente que es feliz bajo el estado de excepción. A otros les gusta el olor de napalm por la mañana. Hay de todo.

Del resto de los compañeros de fotografía, a los de Ciudadanos ya les va bien la mano dura: es el botón que aprietan para presionar al PP y cortarle la hierba bajo los pies. Sólo queda preguntar a los socialista­s, que también decían “patata” ante la cámara, si comparten la receta.

Pero el mismo movimiento independen­tista no sabe aún dar respuesta a lo que haría si ganara el 21-D. “Hallar nuevos caminos más sólidos”, “no repetir errores y prepararno­s mejor”, escucho decir. Mientras la mayoría del Estado español sea la que es, por mucho que te prepares no te darán la oportunida­d que deseas. Dirigentes independen­tistas y el Govern de la Generalita­t están durmiendo en la cárcel, incondicio­nal e indefinida. No parece que vayamos a acordar un referéndum o pactar nada, ni siquiera el color de las sábanas de la cárcel.

Hemos entrado en una campaña electoral bajo el peor de los escenarios. Y es prácticame­nte imposible poder leer ninguno de los signos que nos martillean la cabeza continuame­nte. Quizá por eso a veces me siento atrapada en una incubadora de votos, con muchas manos intentando alcanzar el grifo.

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