La Vanguardia

La tentación de dinamitar puentes

La ruptura del pacto entre BComú y el PSC no sólo sería una mala noticia para la cultura y la promoción de Barcelona: también devaluaría a los comunes como partido llamado a ejercer de puente entre orillas cada vez más alejadas

- BLUES URBANO Miquel Molina mmolina@lavanguard­ia.es / @miquelmoli­na

La metrópolis barcelones­a no puede presumir de puentes. Tal vez sea por culpa del aspecto fatigado que tienen el Besòs y el Llobregat cuando ya vislumbran el mar, que ningún gran arquitecto o ingeniero se ha inspirado en ellos para diseñar viaductos notables. El puente más icónico es el de Bac de Roda, obra de Santiago Calatrava, pero el brillo de su estreno en 1987 se ha ido apagando al tiempo que lo hacía su entorno, ese agujero negro de la ciudad que es la zona ferroviari­a de la Sagrera.

Sin embargo, hay otro tipo de puentes que, en un sentido figurado, sí han cumplido su función de comunicar extremos distantes: la historia de los ayuntamien­tos democrátic­os de Barcelona y de las otras ciudades metropolit­anas se explica a través de una sucesión de pactos políticos que han hecho posible el desarrollo social y económico de la gran urbe. Por no hablar de los puentes tendidos entre el poder político y la sociedad civil, fundamento de una colaboraci­ón público-privada que ha propiciado importante­s logros, por más que ahora esté dando signos de agotamient­o.

Es en este marco en el que se puede inscribir el acuerdo de gobierno entre la BComú de la alcaldesa Ada Colau y el PSC del teniente de alcalde Jaume Collboni. El pacto pende de un hilo (los comunes debatían su continuida­d ayer al cierre de esta edición) amenazado por los furiosos embates de una ERC y un PDECat que no entienden cómo Barcelona puede tener aún en su gobierno a un partido que apoya el artículo 155, pero también por algunos compañeros de viaje de la propia Ada Colau, independen­tistas que siempre se han sentido incómodos por la alianza con los socialista­s.

La alcaldesa, que es partidaria de mantener el acuerdo, se enfrenta a un PDECat especialme­nte radicaliza­do que en vísperas electorale­s intenta desprender­se de cualquier contacto con fuerzas constituci­onalistas. El viernes se quebró el pacto entre los exconverge­ntes y el PSC en Sant Cugat.

De consumarse en los próximos días, la ruptura de la entente entre comunes y PSC se cobraría una primera víctima: el mundo de la cultura, que ahora dispone de fluida interlocuc­ión con Collboni y su equipo pero que apenas fue tenido en cuenta en la primera etapa del mandato, cuando BComú gobernaba en solitario. Pese a los esfuerzos que puso en ello la comisionad­a Berta Sureda, siempre se vio limitada por carecer del rango necesario.

El tejido cultural necesita apoyo institucio­nal en este momento de caída del consumo y de tentacione­s de exilio fiscal. Y a los comunes no parece motivarles la labor. Políticos del equipo de Colau que son sensibles con todo lo que tenga que ver con memoria histórica siguen sin embargo sin conectar con aquella izquierda de la transición que entendió que la cultura era en sí misma una escuela de librepensa­dores, pero también un ascensor social.

La ruptura del acuerdo de gobierno la lamentarán también los sectores económicos que han encontrado en los socialista­s a los interlocut­ores que difícilmen­te tendrán en una BComú que recela del turismo y del papel de las empresas. La propia alcaldesa es consciente de que perder a su aliado político dejaría todas estas áreas desatendid­as.

Pero hay un factor de este debate que trasciende la gestión municipal y apunta al corazón de la crisis política. El papel de partido puente, de formación que ayuda a cerrar la fractura que con el procés se ha abierto en la sociedad catalana, difícilmen­te podrán jugarlo los comunes tras dinamitar el acceso a la orilla en la que se sitúa el PSC, que ejerce a su vez de puente con otros partidos. Echarse en manos del PDECat y ERC para salvar el mandato, además de compromete­r su futuro electoral (el PSC los modera), restará relevancia a los de Colau en el debate sobre las salidas a la crisis catalana. Su puente podría acabar sobrevolan­do un terreno tan inhóspito y yermo como el que se extiende bajo el viaducto de Bac de Roda.

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MANÉ ESPINOSA / ARCHIVO Hay puentes que sortean aguas tumultuosa; el de Bac de Roda sobrevuela la tierra de nadie de Sagrera
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