Pulso entre Mickey y Trump, con México de por medio
Bajo la influencia de Pixar, la nueva Disney muestra relaciones homosexuales en sus producciones
Coco se puede entender tanto como un canto de amor a México como una denuncia. Denuncia metafórica, por parte de Disney, subliminal si se quiere. Casi imperceptible. De esas que calan como lluvia fina. Uno más de esos mensajes ideológicos que está ahí, como están en todas las producciones de la compañía del ratón Mickey. Pero en este caso con un claro destinatario: Donald Trump y sus políticas con el vecino del sur.
En los meses que lleva Trump en el Despacho Oval, la política estadounidense se ha enrarecido tanto –se ha vuelto tan melodramática– que cualquier gesto, por pequeño que sea, como este de buena voluntad por parte de Disney hacia México, puede interpretarse, y seguramente así será interpretado, como un desafío al presidente que más ha cargado contra la emigración y, en concreto, contra México.
La polémica está servida. Podemos ir adelantando la lluvia de tuits, por parte de Trump, que arreciarán en cuanto Coco se estrene en Estados Unidos el próximo 22 de noviembre. Trump contra la muy poco dada a veleidades liberales de la compañía que fundó el Tío
Walt, aquel “antisemita, racista y misógino” según liberal definición de Meryl Streep. De hecho, Disney, como empresa, ha sido una de las
majors de Hollywood que más y mejor se identificaba con los valores tradicionales.
Pero la Disney de ahora no es la de entonces, la que atraviesa con su ideología miope todo el siglo XX. Quizá algo ha cambiado por la influencia de los hombres de Pixar en su junta directiva, y la Disney de ahora mismo ha sufrido una deriva hacia la realidad de una sociedad cambiante. El penúltimo disgusto para las mentes bienpensantes lo dio Disney el pasado febrero, cuando en la serie infantil Star
contra las fuerzas del mal introdujo un beso entre personas del mismo sexo. Un beso gay: algo que nunca antes había ocurrido en una de sus producciones. El hecho ocurría en un concierto de música donde la gente se besa por sorpresa, y entre ese público entusiasta se puede distinguir un beso entre dos hombres y otro, entre mujeres.
La provocación continuó con la reciente versión de La Bella y
la Bestia con personajes reales, de la que su director, Bill Condon, señaló que contenía un personaje homosexual. Algo que en la pantalla no es del todo evidente, pero cuyo mero anuncio marcó el filme a fuego en los sectores más conservadores, incluso antes de su estreno. Aquello generó una ola de censura a su alrededor en lugares como Alabama, donde algunos cines se negaron a proyectar el filme.
En otras partes del mundo, como en Malasia, donde la homosexualidad es ilegal, la respuesta fue todavía más radical: las autoridades pidieron cortar las supuestas escenas gays, a lo que la compañía Disney se negó, por lo que Malasia no estrenó la película. En Rusia, también muy sensibles al asunto, decidieron restringir su estreno por contener propaganda gay.
Coco, como filme, hace suya tradiciones tan mexicanas como el día de los Muertos, y sus protagonistas –los vivos y los muertos– son inequívocamente mexicanos. Cuenta la historia del joven Miguel, aspirante a músico. Un jovencito que viaja al mundo soñado de los muertos: una arcadia feliz que bien podría identificarse con los mismos Estados Unidos. Para llegar allí Miguel no necesita escalar un muro o atravesar un desierto. Sencillamente cruza un puente para encontrar, al otro lado, lo que andaba buscando...
El filme de Disney, con el marchamo Pixar, tiene previsto su estreno en España el 1 de diciembre, pero en Barcelona ya tuvimos la oportunidad de ver, a mediados de junio pasado, buena parte de su metraje. Fue en CineEurope, la feria anual del cine donde los grandes de Hollywood, como Disney, enseñan un adelanto de sus nuevos productos.
Allí Coco destacó por su, digamos, valor de enmendar la plana a la política aislacionista de la administración norteamericana, y por su declarada militancia por el entendimiento y la convivencia. “Con nuestro filme no señalamos a Trump”, afirmaba entonces Adrian Molina, uno de los dos codirectores del filme. “Tan sólo queríamos destacar el valor positivo de la diferencia, y mirar la cultura mexicana desde el lado más positivo, que es el de la convivencia y la tolerancia”.
Con su nueva política abierta a los cambios, Disney, dueña de Pixar y también de los estudios Marvel, especializados en los filmes de superhéroes, así como todopoderosa poseedora de la franquicia de La guerra de las
Galaxias, se ha convertido en uno de los estudios más rentables y poderosos del Hollywood del siglo XXI. El pulso con Trump puede ser de los que hacen época.