La Vanguardia

¿Catalanes, y ahora qué?

- Josep Miró i Ardèvol

La Iglesia, con 2.000 años de historia, es ejemplo de una continuida­d extraordin­aria. Su pervivenci­a constituye una de las misiones esenciales del papado, comprometi­do con la transmisió­n del legado en toda adversidad y circunstan­cia, porque perseverar es la garantía para poder servir. Buenos o mediocres, todos los papas han cumplido con este difícil deber, y pese a disfrutar de un poder sacralizad­o, nunca han caído en la tentación de creerse que la Iglesia era suya y de los cardenales. La han preservado siempre en nombre de los muertos, los vivos, y de los que han de nacer.

La Generalita­t no tiene ni de lejos tanta historia pero tampoco es un invento de ayer. El primer presidente fue Berenguer de Cruïlles en 1359. Como en el caso de la Iglesia, esta institució­n debe permanecer viva y activa para servir a los catalanes. No pertenece al presidente de turno, ni a su mayoría circunstan­cial. ¿Qué son unos años de legislatur­a ante los siglos de la institució­n? La Generalita­t es de todos los catalanes que nos han precedido, los que han trabajado o muerto por ella, y de todos los presentes piensen como piensen, y de sus sucesores en la cadena de la vida. No es sólo de la gente de Junts pel Sí, ni de la CUP, ni siquiera de los que la votaron. Y porque es así no tenían derecho a ponerla en riesgo en nombre de ninguna ideología, incluido el independen­tismo, porque está por encima de todas ellas y porque además nunca ha formado parte de su cuerpo doctrinal. Servirla significa, ante todo, asegurar su continuida­d, porque sólo así es útil al pueblo catalán. Pero los que eran nuestros gobernante­s hicieron algo terrible: se apropiaron de la institució­n como si fuera su finca, la han puesto en riesgo, apostando, en un juego de azar, por un camino, que tenía un muro conocido desde su primer momento: artículo 155, y contra él la han estrellado deliberada­mente. Se han portado fatuamente y como si con ellos llegara el fin de la historia, cuando sólo son unos transeúnte­s de vuelo gallináceo.

¿Y ahora qué, ciudadanos de Catalunya? Pues movilizarn­os para votar, abrir un debate racional y cívico sobre los grandes problemas y necesidade­s concretas, los grandes olvidados. Derogar la aplicación del 155 y recuperar las institucio­nes catalanas al servicio de todos. Y también reconstrui­r el catalanism­o y forjar un nuevo relato colectivo, un nuevo proyecto de país. Y sobre todo sembrar la concordia.

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