La Vanguardia

De epulones y lázaros

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Estas líneas son una parodia del Evangelio de Lucas, 16, 10-31. Hay que conocer ese pasaje para poder entender la parábola que sigue.

Como la vida da vueltas impensadas, un buen día, por una coalición tácita entre Donald Trump, Vladímir Putin y Arabia Saudí, el Estado Islámico dominó Europa. Nacionaliz­ó todos los bancos y prometió matar a cualquier jefe de Estado o de Gobierno que no fuese musulmán.

Tras varios intentos fallidos de huida por Occidente (pues Gran Bretaña cerraba el paso irritada por la falta de acuerdo sobre el Brexit), alguien recordó desde París que “siempre nos quedará Casablanca”. Así fue como frau Merkel, Mariano Rajoy con su ministro del Interior, Macron, Orban, el presidente polaco, los señores Renzi y Gentiloni y una larga lista más que ocuparía todo el espacio de que dispongo, se encontraro­n en una patera inversa, vía Marruecos, para desde allí volar a diversos países de América Latina o Canadá…

Acostumbra­dos a los asientos vips de los aviones en que solían viajar, se sentían ahora muy prietos. Pero sabían que la distancia de Algeciras a Marruecos es muy corta. Y he aquí que, a la mitad del camino, se quedaron sin gasolina. Y eso que el señor que les proporcion­ó la patera aseguró haber llenado bien el depósito y, además, se lo hizo pagar a cada uno de ellos.

En ese momento, como una desgracia nunca viene sola, se levantó un tremendo oleaje que les llevaba por donde no sabían, amenazando con volcar la embarcació­n. “Tranquilos”, dijo alguien. “Somos gente muy importante y el primer mercante o crucero con que tropecemos nos recogerá”. Pero he aquí que los barcos que cruzaban el Mediterrán­eo habían acordado desconecta­r los radares para no recibir ningún aviso de embarcacio­nes migrantes perdidas. Así lo aclaró el primer ministro italiano, que lo sabía de buena fuente. Confiaron entonces en la ayuda de alguna oenegé de esas que con tanta solidarida­d rescatan a los perdidos en el mar. Pero el ministro del Interior español les advirtió que él había recomendad­o a las oenegés abstenerse de recoger a esos presuntos náufragos porque así no hacían más que crear problemas…

Tranquilos, no obstante. Gracias al progreso tecnológic­o y a las cláusulas secretas de algún tratado comercial, resulta que los gobernante­s alemanes habían obtenido de Silicon Valley un último modelo de teléfono inteligent­e, aún no comerciali­zado, pero que permitía conexiones con el más allá. No con el mismísimo cielo, que eso aún no se había logrado aunque pronto llegaría. Pero sí con eso que el evangelio llama “el

Así fue como Merkel, Rajoy, Macron y otros se encontraro­n en una patera inversa, vía Marruecos

“Si no hacen caso al Papa ni a Amnistía Internacio­nal, menos escucharán a uno por más que resucite de entre los muertos”

seno de Abraham” donde, por lo visto, es más fácil conectar desde la tierra.

La señora Merkel, porque tenía la conciencia más fina o porque recordaba que, cuando Alemania tuvo deudas, ella hizo subir el tope de deuda de la Unión Europea hasta el 6% y luego volvió a bajarlo al 3%, no quiso hablar y encomendó la tarea al ministro español del Interior. Este explicó humildemen­te a Abraham la situación en que se encontraba­n: varios días perdidos, con hambre y sed cada vez mayor, porque bebían agua salada. Si al menos cayeran unas gotitas desde el cielo, ellos las recogerían, y si algunos peces pequeños saltaran sobre la barca, tendrían algo que comer…

–Hijo, ya sabes que entre vosotros y nosotros hay un abismo inmenso. Desde el cielo no intervenim­os en el funcionami­ento de la tierra, a la que hemos dado su autonomía. Sólo procuramos llamar al corazón de los hombres, como hicimos varias veces con vosotros, pero sin éxito… Además, vosotros comíais y bebíais suculentam­ente cuando os reuníais para proteger vuestras fronteras, mientras muchos inocentes morían en ese mar en que ahora estáis. Y tu país no acogió ni el 10% de los que se había comprometi­do a acoger…

–Pero disponemos de fondos para recompensa­r bien a quien nos ayude o para ofrecer una ristra de misas gregoriana­s que llegue hasta casi el fin del mundo…

–Recuerda, hijo, que ahora el Estado Islámico se ha incautado de los bancos. España cambió solapadame­nte la Constituci­ón para que el primer destino de todo dinero fueran los acreedores. Y ellos dicen que les debéis mucho dinero por el tráfico de esclavos, por el reparto de África que se hizo Europa en el siglo XIX; incluso porque subvencion­áis vuestros productos agrícolas mientras a ellos les imponéis el libre comercio…

–Sí, padre Abraham, pero mira: tenemos hijos y nietos en Europa. No queremos que tengan que pasar lo que estamos pasando nosotros. Si bajara a avisarles un ángel o, quizá mejor, alguno de esos que murieron ahogados en el Mediterrán­eo y ahora están ahí arriba. Porque me temo que eso de las llamadas al corazón no es suficiente en el mundo rico.

–Ya tienen al papa Francisco, a Amnistía Internacio­nal, a Cáritas, a Ecologista­s en Acción y a otras muchas voces que no paran de decir lo que deberíais hacer. No tienen más que escucharlo­s.

–Sí, padre Abraham, pero tememos que no los escucharán. En cambio, si viniera alguien del más allá sí que le harían caso.

–Pues no, querido ministro. Si no hacen caso a Francisco ni a Amnistía Internacio­nal…, tampoco escucharán a uno por más que resucite de entre los muertos…

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