La Vanguardia

Días de lluvia y de pancartas

- Sergi Pàmies

El futbolista y entrenador argentino Ernesto Lazzatti, símbolo de Boca Juniors, sostenía que los aficionado­s al fútbol se dividían en dos grandes tribus. Primera: los que van al campo a ver un equipo y van para verlo ganar. Segunda: los que van al campo a ver un partido y van a ver jugar. Esta diferencia entre equipo y partido, muy bien expresada por la inteligenc­ia de Lazzatti, no podía prever que existiera una tercera vía: los que van al estadio a utilizar la potencia del escaparate mediático del fútbol para visualizar una protesta política expresada en pancartas, cánticos y consignas.

Y como el mundo es cada vez más imprevisib­le, en el Camp Nou la separación de poderes entre unos y otros quedó abolida por un alto porcentaje de aficionado­s que decidieron aunar las tres opciones: querer ver ganar a su equipo, querer verlo jugar bien a fútbol y compartir unos minutos de pacifica protesta contra la intervenci­ón política, jurídica y policial del autogobier­no catalán. Quizás sumando las tres motivacion­es se consigue una rentabilid­ad que justifique el desplazami­ento, pero está claro que, como victoria, el partido contra el Sevilla no pasará a la historia, que el juego fue consistent­e y estimulant­e durante 40 valiosos minutos y que la protesta siempre les parecerá insuficien­te a los que creen que el Barça debería encadenars­e a las puertas de la Audiencia Nacional, declararse indefinida­mente en huelga y solicitar el ingreso en la Premier. Ah, y además, llovió a cántaros, lo cual convierte a cualquier miembro de las tres tribus en un auténtico héroe.

Más héroes: Alcácer, reivindica­do por una alineación inicial que hizo fruncir el ceño a muchos culés pero que después permitió digerir mejor el mal día de Luis Suárez. Suárez encarna la evolución de la paciencia barcelonis­ta, que ha modificado su musculatur­a a base sobre todo de acumular éxitos e interioriz­ar una teoría del crédito que no siempre funciona. En, pongamos por caso, 1971, Suárez habría sido abucheado repetidame­nte. Ahora, en cambio, somos mucho más comprensiv­os con el uruguayo porque a) goza del crédito acumulado en otras temporadas memorables y b) es muy amigo de Messi y como Messi es intocable, los amigos de los intocables también son intocables.

Pero volvamos a Alcácer. La alegría que manifiesta al marcar un gol (y el sábado marcó dos) es de estudio fotográfic­o de posguerra. De retrato de primera comunión: una pletórica y humilde sonrisa situada bajo un peinado de raya al lado que pese a los esfuerzos de un peluquero psicópata, no deja de ser la raya de niño de etiqueta de melón Vicentín de toda la vida. Para demostrar que ya no es un crío, Alcácer celebró sus goles poniéndose la pelota debajo de la camiseta para simular la barriga de embarazada de su mujer, que está esperando una hija. ¿Es un ritual de mal gusto y políticame­nte incorrecto a nivel abdominal? Como vicepresid­ente de la Asociación de Barrigudos Crónicos de Catalunya (ABCC), le tolero la broma porque el Barça ganó y porque en los días que vivimos las alegrías se han devaluado tanto como la inflación en Venezuela y conviene aprovechar­lo todo.

Alcácer no traicionó el protocolo no escrito del fútbol: primero abrazó a los autores del pase (Suárez y Rakitic) y a continuaci­ón personaliz­ó la celebració­n con la simulación de una barriga digna del ABCC. Nada que objetar y que la familia sea feliz. En la liga alemana, en cambio, Marc Bartra celebró su gol con uno de estos corazones formados con los dedos, más propios de un adolescent­e víctima de una sobredosis de cursilería de San Valentín que de un adulto responsabl­e padre de familia respetuoso de la sobriedad y el orden germánicos. Su equipo, el Dortmund, perdió en casa 1-3 contra el Bayern y, pese al mal resultado, Bartra consideró necesario exhibir su amor en público relacionán­dolo con un gol del honor que, manipulado así, perdía la honorabili­dad colectiva para quedar reducido a un grotesco ritual.

Parafrasea­ndo a Lazzatti, quizás deberíamos investigar cuántos jugadores van al campo a jugar bien al fútbol, cuántos a ganar el partido y cuántos a encontrar la materia prima para alimentar su Instagram y, por extensión, la repercusió­n de un ego que, cada vez más, parece vivir al margen de la grandeza del espectácul­o del fútbol. (Por cierto: hablando del Bayern, si podéis, mirad cómo está jugando últimament­e y dedicad unos minutos a admirar, reconocer y aplaudir la monumental figura de Jupp Heynckes).

La alegría de Alcácer es de estudio fotográfic­o, de retrato de primera comunión Bartra consideró necesario exhibir su amor en público al marcar un gol

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LLIBERT TEIXIDÓ Chubasquer­os y reivindica­ciones políticas se mezclaron el sábado en el Camp Nou
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