La Vanguardia

Andrés Barba

“Tenemos una visión idealizada y ridícula de la infancia”, sostiene el autor

- XAVI AYÉN Barcelona

ESCRITOR

El autor madrileño ganó ayer el premio Herralde de novela con República luminosa, título de una obra inspirada en los universos de Joseph Conrad en la que un grupo de 32 niños salvajes aparecen de repente en una ciudad tropical.

El escritor Andrés Barba, ayer, en la terraza de un hotel de Barcelona ¿Son monos los niños? ¿Qué diantres son, en realidad? Gauguin dijo: “Yo soy dos cosas que no pueden ser ridículas: un niño y un salvaje”. Y con esa cita se abre República luminosa, la novela con que Andrés Barba (Madrid, 1975) ganó ayer la 35.ª edición del premio Herralde y que se ambienta en una ciudad tropical en la que, de repente, aparece un grupo de una treintena larga de chavales procedente­s de no sé sabe dónde.

Barba es un veterano autor de la editorial, donde lleva publicados una decena de libros, desde que se dio a conocer con La hermana de Katia, finalista del mismo premio Herralde en el 2001. Revela que República luminosa es un libro que bebe, esencialme­nte, de Joseph Conrad ya desde su ambientaci­ón, “una ciudad tropical junto a un gran río y una selva enorme, esa escenograf­ía tendrá además una presencia espiritual en los personajes y en todo lo que sucede”.

Empezó a pensar en el libro “cuando, con mi mujer, tradujimos los relatos completos del autor de El corazón de las tinieblas, unas 2.500 páginas, y quedamos imbuidos de su mundo”. La otra influencia confesa es el documental polaco Los niños de la estación Leningrads­ky –disponible en Youtube– sobre los chavales que viven en las estaciones de metro de Moscú, “muchos yonquis o delincuent­es, me hizo preguntarm­e cómo sería una república infantil. Esos niños autoorgani­zados son la negación de nuestra aproximaci­ón a la infancia y, a la vez, por otro lado, aunque sean criminales, siguen comportánd­ose como niños”. Aunque la pregunta esencial del libro sería, a su juicio, “¿dónde están los límites entre civilizaci­ón y barbarie?”.

“Tenemos una visión idealizada y ridícula del mundo infantil –prosigue–, esperamos que sean como nosotros nos hemos inventado que son, pero son una cosa mucho más incómoda de mirar, mucho más inmanejabl­es”. De ahí que esos niños de inocencia atroz compongan un escenario “a mi juicio estrictame­nte realista, aunque se pueda tener la sensación de todo lo contrario”. Pero “mi intención no es poner una cara diabólica a los niños” sino que, al contrario, “encuentro fascinante que la naturaleza cree nuevas fórmulas de civilizaci­ón, distintas de esta nuestra, y que ese intento brote de forma insospecha­da”. Otro de los puntos de interés es “el diálogo entre los niños que ya estaban en la ciudad y esos 32 aparecidos”, que le recuerda a su infancia, cuando “nos pegábamos con los gitanos chabolario­s, era una relación de amor-odio porque nosotros estábamos fascinados por su libertad, y ellos por nuestras bicicletas”. De hecho, “los niños eligen a los otros niños como sus referentes, lo que causa inquietud entre los adultos”.

Esos niños de otro mundo, “los 32”, “aparecen y hacen que emerja la violencia latente en la comunidad, la energía empieza a sobrecarga­rse y en esa ciudad magnetizad­a cualquier hecho banal puede encenderlo todo”. “Es como ahora

“De niño, me pegaba con los gitanos, era amor-odio, yo admiraba su libertad y ellos mi bici”

en Barcelona, donde detecto una energía de ese tipo”, afirma.

La obra ha sido escrita en tono de crónica periodísti­ca, lo que le permite “reconstrui­r objetivame­nte todas las voces que han intentado encajar dialéctica­mente un episodio al margen de la idea que se tiene sobre la infancia”. Otro de los temas que trata es la construcci­ón de los discursos colectivos, “en los que no se distingue lo que es sensato de aquello estúpido, a veces las mentiras resultan tan eficaces como las verdades”. Advierte: “Todas las personas que aparecen en el libro son moralmente cuestionab­les”.

La infancia es uno de los grandes temas de Barba, que ya trató, por ejemplo, en Las manos pequeñas (donde Marina pierde a sus padres a los 7 años y es ingresada en un orfanato) o Agosto, octubre (la experienci­a extrema de un adolescent­e en su pueblo de veraneo). Él afirma que “me interesan los prepúberes, entre 9 y 12 años, que se mueven en tierra de nadie, no exactament­e niños, habitan un lugar de transición y ambigüedad y tienen que tomar decisiones que luego les marcarán toda la vida”.

El libro será publicado a finales de mes en la editorial Anagrama. El premio Herralde está dotado con 18.000 euros y el jurado de este año, totalmente renovado, ha estado compuesto por Gonzalo Pontón Gijón, Marta Sanz, Jesús Trueba, Juan Pablo Villalobos y la editora Silvia Sesé, que empieza así su andadura al frente del galardón que lleva el nombre del fundador de la editorial.

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LLIBERT TEIXIDÓ

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