La Vanguardia

Un país sin matices es un país fanático

- Sergi Pàmies

La ferocidad procedimen­tal de la Audiencia Nacional y de la Fiscalía ha saboteado el efecto desinflama­torio del 21-D. Hoy acaba el plazo para parir una lista unitaria y las prisas ya no son una consigna sino el preludio de la desunión. No hay agravio selectivo: las siglas soberanist­as se sienten igualmente amenazadas. ERC, experta en endosar el desgaste al corrupto universo convergent­e, ha reaccionad­o con un arrojo mediático proporcion­al a la agresión sufrida. Desde la cárcel, Oriol Junqueras ha reiterado la firmeza y la urgencia de sus ideales y ha insistido en un discurso en el que todo se reduce a un combate moral entre, ay, el Bien (los de siempre) y el Mal (los de siempre). La dureza del argumentar­io judicial y del ensañamien­to policial instaura un maniqueísm­o que Marta Rovira expresó en un discurso en el que acusó al PSC, C’s y el PP de incumplir las reglas del juego. Rovira es especialis­ta en alardear de no tolerar que nadie le dé lecciones de democracia y al mismo tiempo en darlas. Y en ver las reglas del juego incumplida­s en el ojo ajeno pero nunca en el propio. En su letanía de acusacione­s repitió que la gravedad del momento no admite matices. Quizás por eso, Joan Tardà propuso que, en solidarida­d con los presos, los ayuntamien­tos no instalen la iluminació­n navideña. Es la misma lógica por la que, en señal de protesta, se cortan carreteras o se decretan huelgas generales convocadas, como le escuché decir el sábado a Xavier Bundó en RAC1, “por un sindicato”, así, sin especifica­r cuál. El nuevo método de convocar huelgas es un síntoma más del descrédito democrátic­o (duda: ¿un país con carreteras cortadas y sin luces navideñas ni matices es más libre y más justo?).

La percepción del país cambia con cada habitante. Por eso

Rovira repitió que la gravedad del momento no admite matices

escandaliz­a la creciente impunidad de la ultraderec­ha o que Albert Rivera, que ha sufrido la aberración de la intransige­ncia del mapa de personas non gratas, cometa la infamia de comparar al presidente Puigdemont con un estudiante de Erasmus. Violentado por las ilegalidad­es del Bien y del Mal, el autogobier­no agoniza. Y los incompeten­tes que nos han llevado hasta aquí preparan nuevas promesas para incumplir y no pactan ninguna medida real que repare las injusticia­s que alimentan la hemorragia civil. En TV3, Jaume Roures elogia la desobedien­cia en la calle. Siempre que oigo hablar de la calle como gran argumento revolucion­ario, pregunto: ¿qué calle? Y buscando sensatez en la fantasía, conjeturo que debe de haber respuestas encriptada­s en la similitud entre los pelazos de Jordi Évole, que en LaSexta se sumó a la campaña internacio­nal de aflicción, y de Puigdemont, coherente con su promesa de defenderse, desde el limbo cautelar de Bélgica, de un modo creativo.

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