Interno e internacional
Aestas alturas está claro que la decisión de desplazarse a Bruselas ha sido una jugada maestra del Govern. Y si bien podía haber dudas de la bondad de la idea, después de la decisión del juez belga parece claro que Puigdemont ha marcado un gol estratégico en la portería de Rajoy.
Bruselas es un quebradero de cabeza para el Estado español, por mucho que los hooligans del caballo y el micrófono vendan que no pasa nada.
Lo es, primero, por lo obvio: sitúa el conflicto en el corazón de Europa, lo mantiene vivo y obliga a un relato a múltiples voces, que dista mucho del relato único español. Es decir, Catalunya ya no es una noticia puntual y exótica que de vez en cuando ha disfrutado del interés mediático europeo, sea por las grandes manifestaciones, sea por las porras policiales sobre los votantes. Ahora es un problema europeo, incluso aunque las cancillerías hagan mutis y huyan por el foro. Pero más allá de las razones de Estado –más vinculadas a los intereses que a las razones–, la extraordinaria maquinaria de la opinión pública y publicada se ha puesto en marcha y Catalunya está en los informativos, tertulias y artículos. Ya no
Catalunya está en los informativos y artículos de Europa; ya no somos una noticia, somos un tema
somos una noticia, somos un tema sobre el cual hay opiniones contrastadas y muchas de ellas favorables. Y de eso hablábamos cuando hablábamos de la internacionalización. Con un añadido que no es menor: la incomodidad de algunas voces españolas del frente del 155 ante la crítica de sus homólogos europeos. Por ejemplo, ¿cómo le habrán caído las duras acusaciones de Ségolène Royal y de Mélenchon, escandalizados con la prisión del Govern, a Pedro Sánchez? Era fácil mantener el relato de la represión “legal” mientras era un asunto interno. Pero fuera de las fronteras les resultará cada vez más difícil.
El segundo éxito de la operación Bruselas es, sin duda, el judicial, que también queda “internacionalizado” y, por lo tanto, despojado de atributos. Si ya era difícil, de puertas adentro, defender el argumentario del fiscal Maza –que ha horrorizado a grandes juristas– y todavía más la dureza de la prisión impuesta por la jueza Lamela, ¿qué será de puertas afuera? Como decía el periodista Bayo, cuando los jueces belgas estudien el caso, España tendrá un serio problema de credibilidad judicial. Encarcelar a todo el gobierno de un pueblo, perseguido por sus ideas, no se aguanta en ninguna democracia seria. Y ahora se lo mirarán jueces que no tienen los micrófonos del “a por ellos” en las orejas.
Finalmente, es evidente que la parte del Govern que está en Bélgica –es decir, simbólicamente en el exilio– podrá mantener el liderazgo del relato y hacer campaña electoral con el poderoso altavoz internacional.
Será, pues, la voz silenciada de los que están en la cárcel, y esa carga política y emocional es oro puro en unas elecciones. Parece, pues, que esta vez la pica en Flandes no la ha puesto España, sino Catalunya.