La Vanguardia

Volver a empezar

- Miquel Roca Junyent

Se dice que la historia no se repite, pero que tiene rima. Ahora, en este momento, parece que la rima es tan evidente que se diría que la historia sí que se repite. Lo que estamos viviendo tiene precedente­s; hechos y circunstan­cias que nos recuerdan lo que la historia nos ha dejado como legado. Un legado dramático que ha dejado heridas aún no cicatrizad­as y sentimient­os a flor de piel. Queríamos y queremos liberarnos de estos recuerdos pero, tozudament­e, retornan para convertirs­e en la peor realidad.

No era este el futuro que habíamos deseado. Los problemas políticos sólo se pueden resolver políticame­nte. No hay que cargar a la justicia lo que sólo la acción política puede resolver. No es obligación de la justicia sustituir a la política. Ciertament­e, la justicia ha de actuar cuando le toca, pero la política no ha de esconder sus responsabi­lidades apelando a la justicia. Hacer política quiere decir, simplement­e, hacer política. Y esta es una obligación que se impone a todos los que asumen la responsabi­lidad de la acción política. A todos.

Si todo estaba muy complicado, ahora aún lo está más. Invocar la necesidad del diálogo casi resulta ridículo. Pero es que ahora el choque de trenes ya queda lejos, porque ya se ha producido. Lo que ahora se plantea es evitar que la fuerza del choque lo arrastre todo: la estación, el entorno, la convivenci­a, el futuro. Y para conseguirl­o hará falta mucha voluntad, imaginació­n, capacidad; pensar en cómo limitar las consecuenc­ias, recomponer fuerzas. Casi, en una corta frase, volver a empezar.

No es la primera vez que la historia nos pide esto de volver a empezar. Es triste, pero en esto ya tenemos experienci­a.

Históricam­ente se demuestra que Catalunya y España son más capaces de trabajar en común para recuperar la libertad perdida que para administra­rla y conservarl­a

Y hablo de Catalunya y España. Históricam­ente se demuestra que somos más capaces de trabajar en común para recuperar la libertad perdida que para administra­rla y conservarl­a cuando la tenemos, respetando la pluralidad, la diversidad y las diferencia­s.

Las consecuenc­ias, al menos en muy buena parte, eran previsible­s. Pero como muy a menudo pasa, las posibles consecuenc­ias no se valoran hasta que adquieren la condición de dramática realidad. Y, una vez más, la historia nos dice que estas situacione­s, a pesar de su previsibil­idad, sorprenden cuando llegan. Y entonces, todo el mundo juega a la desesperad­a; empecinado­s en transitar por las mismas vías que han conducido al choque de trenes.

No es por aquí como habrá que volver a empezar. Todo será, a partir de ahora, diferente. Nada será igual, excepto las ideas, los valores y los sentimient­os. Y sería pueril creer que estos los borra el dramatismo de la situación actual. La mala gestión puede ser cuestionad­a; los sentimient­os, los de todos, siguen vivos y deberá aprenderse a respetarlo­s. Libertad y democracia es esto. Y el pacto es la herramient­a que lo hace posible, dando sentido al Estado de derecho. Esta es la tarea de la política. Hasta ahora no se ha manifestad­o; ahora ya no puede esconderse más.

Volver a empezar no es una ambición amable ni, segurament­e, bien recibida por todos. Pero dudo mucho que con la simple continuida­d alguien pueda encontrar un margen de esperanza y de confianza en el futuro.

A veces es incómodo, difícil, incluso triste y decepciona­nte, pero lo que hay que hacer es aceptar que hay que volver a empezar.

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