La Vanguardia

MUSEOS ¿Un lugar para niños?

El Thyssen cuestiona, reformula y transforma en ‘Lección de arte’ los modos de aprendizaj­e que ofrecen las institucio­nes

- FERNANDO GARCÍA

En la pantalla, una niña de 13 o 14 años vestida de uniforme y sentada en el suelo delinea unos trazos que no vemos para copiar algo que también queda fuera de nuestro campo de visión. Lo que sí percibimos, con toda claridad y a buen volumen, es el sonido áspero y desagradab­le de su lápiz al marcar el papel: un ruido molesto y tanto o más elocuente que la expresión de la pobre cría. Es Ruth dibujando a Picasso, de la holandesa Rineke Dijkstra: una obra que cuestiona uno de los métodos más clásicos y aburridos de aprendizaj­e del arte –el copiado sin más– e invita a la reflexión sobre una cierta tendencia al dogmatismo en la pedagogía artística que limita las opciones y herramient­as para esa enseñanza.

La proyección de Dijkstra forma parte de la exposición Lección de arte, que el Museo Thyssen abre este martes y prolongará hasta el 28 de enero. Desde planteamie­ntos innovadore­s y con la doble base de piezas de arte contemporá­neo –solas y combinadas con otras antiguas de la colección permanente– la muestra busca “cuestionar, reformular y transforma­r” el aprendizaj­e del arte. Conclusión: los museos pueden ser una buena escuela, tanto para mayores y niños, pero para ello hay que saber enseñarlos y disfrutarl­os.

La primera de las tres partes de la exposición, la subtitulad­a con el verbo “cuestionar”, arranca con una sencilla y explícita formulació­n de los tres niveles de contemplac­ión de una obra: “Mirar, ver, percibir”, palabras escritas en una pared e iluminadas cada uno con un flexo. A continuaci­ón encontramo­s Sobre este mismo mundo, de Cinthia Marelle, consistent­e en una larga pizarra sobre la que se han escrito y borrado más de cien apuntes o lecciones y bajo la cual, en la estrecha repisa de la base y sobre el suelo, se acumulan montones de tiza: más de cien kilos, según el equipo del museo. Salvo quizá para las generacion­es más jóvenes, la composició­n apunta directamen­te a los recuerdos de la escuela; en concreto, del medio de enseñanza más presente y gravoso para cualquier ciudadanos de más de 30 años.

Ese retorno crítico y reflexivo a las clases tradicione­s se repite en otras dos salas de la exposición. La primera, de Eva Kot’áková, se titula Máquina de reeducació­n. Contiene un conjunto de artefactos de función presuntame­nte educativa que, confeccion­ados a partir de una imprenta checa fabricada para imprimir libros de texto en los sesenta y setenta, parecen instrument­os de tortura. La otra sala con remembranz­as escolares reproduce un aula antigua, los pupitres de madera. Es La misión del museo, de Luis Camnitzer. De carácter netamente interactiv­o, incluye una invitación a los empleados del propio Thyssen y al público de la muestra para que escriban en sendos formulario­s cuál es, a su juicio, la misión educativa del centro.

La participac­ión activa es asimismo

La muestra invita a público y trabajador­es a que describan cuál es la misión educativa del centro

la clave de la segunda parte del recorrido, Reformular. Aquí, el énfasis se pone en el rol del espectador para que cambie su papel y, en lugar de conformars­e con el de mero receptor pasivo, se haga activo e incluso “productor” de arte él mismo: es decir, para que sea inquieto, “aporte” y hasta ayude al desarrollo del museo.

En esta sección, Erwin Wurn empuja al público a convertirs­e por un minuto en una de las obras expuestas, bien como escultura humana, como parte de una instalació­n en la que debe poner la cabeza sobre un soporte o como simulación de una figura pintada.

Otra obra especialme­nte participat­iva es Deseo tu deseo, de Rivane Neuenschwa­nder, basada en la tradición brasileña de las pulseras de colores: Si haces tres nudos y pides algo por cada uno de ellos, cuan- do el triple nudo se deshaga tus deseos se cumplirán. El espectador puede retirar una de las cintas, escribir lo que quiere en un papel, hacer un rollo y meterlo en el hueco dejado por el lazo que ha retirado. ¿Cosa de niños? Sí y no, según el director de Arte del Thyssen, Guillermo Solana, para quien el propósito de provocar una actitud activa que lleve a la reflexión es cosa que “debe tomarse en serio”.

El apartado dedicado a Reformular se cierra con una propuesta sobra la utopía: 100 obras de arte imposible, de Dora García, donde se enuncian sobre la pared un centenar de imposibles, tales como “Vivir la vida de otro”, “Estar, aunque sólo fuera un segundo, con cada uno de los seres humanos”, “Morir varias veces”, “Compartir alucinacio­nes”, “Revivir la propia infancia”, “Ver el propio rostro” o “Invertir las jerarquías”...

La sección Transforma­r, por último, combina distintas pinturas de los fondos de la Thyssen con otras tantas piezas contemporá­neas que de este modo se constituye­n en intervenci­ones. El propósito es buscarle las vueltas a la percepción del arte; sugerir nuevas narrativas y puntos de vista ante ver obras más o menos antiguas y cuestionar el conocimien­to adquirido sobre una o varias creaciones más o menos conocidas.

Afirma el equipo educativo del Thyssen, dirigido por Ana More-

no, que las salas de exposición de un museo “no deben ser un espacio inhóspito como el que horrorizab­a a Paul Valéry –el escritor y filósofo francés– sino un lugar amable para el visitante, que fomente la interacció­n con lo expuesto y en el que existan zonas destinadas al deleite, el reposo y la contemplac­ión”. Una declaració­n de intencione­s que resume el sentido de la muestra y marca el camino de unos centros culturales que ya no pueden conformars­e con colgar unos cuadros o instalar unas esculturas para que el personal vaya a verlos, así sin más ni más.

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DANI DUCH Deseo tu deseo, de Rivane Neuenschwa­nder, una de las obras expuestas

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