La Vanguardia

Con las cosas de comer...

- Valentí Pich Presidente del Consejo General de Economista­s

Como economista, no me correspond­e necesariam­ente hacer un diagnóstic­o político ni aventurar posibles soluciones a la crisis institucio­nal que estamos viviendo en Catalunya y en toda España. Sin embargo, desde el exclusivo ámbito de mi competenci­a, sugiero hacer un balance de la evolución de la economía en nuestro país en los últimos cuarenta años. En 1978, el PIB per cápita español era un 76,1% de la media de la UE. A modo de ejemplo, mientras que en España el PIB per cápita en ese año era de 2.009 euros, en Francia era de 7.300 euros. Sin embargo, en el 2016 ese PIB se situó en el 92% con respecto a Europa, llegando a superar en tres puntos la media de la UE en periodos precrisis, si bien en algunas de nuestras autonomías –Catalunya, Madrid, Navarra y el País Vasco–, la riqueza por habitante estaba por encima de la media de la UE. Siguiendo con el ejemplo anterior, el PIB per cápita español en el 2016 fue de 26.970 euros; el catalán, 28.590, y el francés, 33.300.

El de nuestro país ha sido, por tanto, un claro caso de éxito, avalado por los datos que muestran una enorme mejora en muchos aspectos, sobre todo en aquellos vinculados al Estado del bienestar, y un crecimient­o por encima del promedio de las cinco grandes economías europeas desde la firma de nuestra Constituci­ón. Hemos recorrido un largo camino plagado de dificultad­es que hemos sabido salvar. Hemos abordado retos, como cuando nos adherimos a la UE, y grandes proyectos que sorprendie­ron al mundo, como las Olimpiadas y la Expo en el 92. Hemos sabido sortear varias crisis económicas –como la que acabamos de padecer–, algunas de ellas en un contexto enrarecido, pero supimos estar a la altura por el bien del país.

Gracias al trabajo en común y a la estabilida­d institucio­nal de la que hemos hecho gala en estos años, la economía española se mantuvo en el 2016 como la quinta mayor entre los 28 países de la UE y la cuarta entre los diecinueve de la zona euro. Ahora tenemos una economía muy abierta e internacio­nalizada; nuestra cuota mundial de exportacio­nes se ha mantenido desde los años noventa entre el 1,6% y el 1,8%, pese a la irrupción de China en el mercado, y nos hemos posicionad­o como la primera potencia mundial en turismo. Bien es cierto que, como señaló Victorio Valle en un artículo del 2003, el diseño territoria­l emanado de nuestra Constituci­ón siempre ha sido, desde su aprobación, “objeto de debate tanto en su propia concepción como en el reparto de competenci­as y en la construcci­ón de la autonomía financiera, inacabada, de las comunidade­s autónomas españolas”. No obstante, no podemos obviar que las relaciones entre las autonomías y de todas ellas con el Estado se han venido guiando por la filosofía del win to win, de la que todos hemos sacado provecho.

Nos enfrentamo­s a grandes retos. No olvidemos que sólo hay 2,2 contribuye­ntes a la Seguridad Social por pensionist­a, una tasa de paro en torno al 16,4% y una deuda pública del 100% del PIB. Ahora nos toca dedicar nuestros esfuerzos a construir el nuevo Estado del bienestar del siglo XXI, haciendo más Europa y generando un nuevo periodo de crecimient­o económico. Las tensiones son propias de estados democrátic­os muy descentral­izados como el nuestro, pero no hay que olvidar que la estabilida­d institucio­nal ha sido una de las bases de nuestro éxito y de nuestra buena imagen ante el mundo. Sin ningún tipo de dramatismo, pero con preocupaci­ón, quizá convendría recordar que con las cosas de comer no se juega.

La estabilida­d es clave para el éxito e imagen de España en el mundo

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