Reparar, reconstruir
El diario aboga por que los partidos catalanes apuesten en la nueva etapa que se abre con la convocatoria electoral por la estabilidad política, social y económica y la reconstrucción de lo que se ha roto.
LA autonomía, intervenida. El Govern de la Generalitat, cesado. Carles Puigdemont, instalado en Bruselas junto con otros cuatro exconsellers, a la espera de que la justicia belga decida sobre una orden europea de detención. Oriol Junqueras y otros siete exconsellers, encarcelados en Madrid. La presidenta del Parlament, en libertad bajo fianza, después de declarar ante el juez que acata el artículo 155 de la Constitución y considera la declaración de independencia una mera manifestación política sin consecuencias prácticas. Varios exconsellers encarcelados pueden seguir en los próximos días la senda de Forcadell. La república catalana, más declarada que proclamada, no ha sido reconocida por ningún país del mundo. La errónea DUI se deshilacha, se desvanece, pero decenas de miles de personas se manifiestan de nuevo en Barcelona por la libertad de los políticos encarcelados. La protesta sigue viva, que nadie la considere muerta. La irritación sigue viva, pero también hay mucho hartazgo. Este es el paisaje.
Aceptación inmediata por parte de casi todos los partidos de las elecciones convocadas por el presidente del Gobierno de España en aplicación del artículo 155. Pelea insomne entre republicanos y convergentes sobre cómo acudir a esas elecciones: lista única o por separado. ERC no quiere perder su oportunidad. Puigdemont alienta desde Bruselas una “llista del president” que puede significar la muerte del actual PDECat. Los comunes, que aspiran a ser bisagra en el futuro Parlament, están a punto de romper, de manera irresponsable, su alianza con el PSC en el Ayuntamiento de Barcelona. El PSC a su vez se alía con parte de la antigua Unió para atraer voto moderado. Inés Arrimadas y Xavier García Albiol compiten por el voto de sesgo anticatalanista, hoy más movilizado que nunca. Este es el paisaje político después del paso que no se tenía que haber dado. Carles Puigdemont podía haberlo evitado y le temblaron las piernas cuando oyó que le llamaban “traidor”. La historia lo recordará. Este es el paisaje treinta y ocho días antes de las elecciones del 21 de diciembre.
Hay otro paisaje todavía más preocupante. Nos referimos al paisaje económico. Más de dos mil trescientas empresas han trasladado su sede social fuera de Catalunya en los dos últimos meses, encabezadas por los dos bancos catalanes, que hoy reparten su sede social entre València, Alicante y Palma. Costará mucho que esas empresas vuelvan a tener su sede en Catalunya. Costará mucho. La sangría aún no ha concluido. Los consumos de todo tipo han disminuido en una sociedad nerviosa, angustiada y estresada. El 70% del comercio ha reducido sus ventas durante octubre. Se detecta un notorio boicot a los productos catalanes en el mercado español (un 23% de los consumidores españoles dice haber efectuado boicot a los productos catalanes, según la consultora Reputation Institute). Han disminuido las reservas turísticas. Los organizadores del Mobile World Congress se plantean abandonar Barcelona si la inestabilidad política no remite en los próximos meses. La candidatura de Barcelona para la Agencia Europea del Medicamento ve mermadas sus posibilidades, sin que la podamos dar por derrotada. Esas son las primeras y más directas consecuencias del error cometido. Hay otros efectos que tardarán más en notarse. El empleo va a sufrir. Los coletazos de la crisis política pueden acabar perjudicando a los más débiles.
La reparación de la confianza económica es la tarea hoy más urgente en Catalunya para evitar que la crisis política agudice aún más la crisis social. Hay que reparar, hay que reconstruir, hay que estabilizar. Este debe ser el principal empeño de todas las coaliciones y partidos que concurrirán a las elecciones de diciembre. El punto número uno, para todos y sin excepción.