La frontera del irreductible
Cuando en los Juegos de Río de Janeiro Rafa Nadal (31 años) peleaba contra los rivales y contra su maltrecha muñeca, no sabía si algún día podría regresar a su lugar natural, la élite del tenis. Golpeaba como podía la pelota, corría y luchaba como un poseso y llegaba hasta donde le alcanzaban las fuerzas. Puro pundonor y corazón, se hacía querer, pero las prestaciones que enseñaba eran limitadas, muy por debajo de su máximo nivel. Él lo sabía y no paraba de fruncir el ceño, levantando la ceja y poniendo cara de circunstancias. Por eso su gran objetivo para el 2017 era jugar una temporada entera en buenas condiciones físicas. Independientemente de lo que suceda en el torneo que cierra la temporada, se puede decir que el balear lo ha conseguido y ha superado sus expectativas y las de todo el mundo. Aunque es verdad que otra de sus pesadillas clásicas, la rodilla, le ha llevado de cráneo en las últimas semanas y que habrá que ver si está en plenitud para afrontar una cita que nunca le ha llegado en el mejor momento. El viernes dijo que espera estar listo para su debut, mañana ante Goffin, pero que si no se ve a punto no jugará.
El Masters, la competición que reúne a los mejores del año, siempre ha sido una asignatura pendiente para Nadal. Lo ha jugado siete veces y ha disputado dos finales, pero es un trofeo que le falta en una maravillosa vitrina donde está el resto de los títulos importantes.
Para el mallorquín es un torneo incómodo. Pista rápida, bajo techo y en los estertores del curso. Y la calidad de los adversarios, claro. Muchos obstáculos para un jugador que habitualmente ha llegado a estas alturas habiendo acumulado kilómetros y horas en pista como ningún otro. Aterriza en Londres tras sumar 67 victorias por 10 derrotas esta campaña. Ha jugado más y ha ganado más partidos que Federer, y acaba el año como número 1, jalón que se aseguró en el Masters 1.000 de París, antes de abandonar por lesión.
Si alguien le hubiera dicho a Nadal en diciembre pasado que iba a añadir a su currículum otro Roland Garros y otro Open de Estados Unidos, más otros cuatro torneos, es posible que no le hubiera dado crédito, aunque a fe pocos le ganan. Entonces el balear estaba en plena pretemporada y había introducido un cambio importante en su equipo técnico, el de su amigo Carlos Moyà, que pasó a complementar a su tío Toni, el hombre que le ha acompañado en toda su carrera y para el que este Masters supone su despedida. Le tiró las primeras bolas cuando Rafa tenía 3 años en la pista 2 del Club Tennis Manacor, y 28 después el hombre de la gorra en la grada dice adiós. Puede estar bien orgulloso de haber construido un campeón que a sus dotes de gladiador ha añadido una longevidad que ningún médico habría pronosticado. La carrera del balear ha sido una montaña rusa de lesiones, de caídas y recuperaciones, de dolor y de triunfo. Pocos le superan en regularidad en un circuito complejo y en el que los expertos ya pensaban que la página de Nadal y la de Federer estaban escritas del todo. Pero como el general MacArthur, el manacorense siempre vuelve.
Ya desde enero, cuando alcanzó la final del Open de Australia, en la que perdió ante Federer, al que no ha podido derrotar en toda la temporada, se vio que el balear había recuperado las piernas y, lo que es
UNA INCÓGNITA El manacorense está probando su rodilla y espera estar listo, pero si no se siente bien no jugará
LA ASIGNATURA PENDIENTE El Masters es el único gran trofeo que falta en las vitrinas de un Nadal que ha superado sus expectativas
LA DESPEDIDA El de Londres será el último torneo en el que el balear tendrá como entrenador a su tío Toni
también importante, la cabeza. Esa mentalidad para resistir al límite, esa capacidad agonística que le catapulta más allá de lo previsible. Sí, alguien puede decir que Nadal, como Federer, se ha beneficiado del año para olvidar y con lesiones de Djokovic y Murray, llamados a seguir dominando el panorama. Es cierto. Con el serbio y el británico en forma, nada habría sido igual, porque la nueva hornada tantas veces anunciada no acaba de llegar. Y en eso algo (mucho) de mérito hay que dárselo a Nadal, infranqueable la mayor parte del tiempo para los jóvenes que aspiran a desbancarle. Ningún jugador había acabado a su edad un año como número 1.
Seguirá jugando mientras disfrute incluso sufriendo sobre una pista. No les quepa duda.